Entre los estrenos recientes, Cerezos en flor, Capitán Abu Raed, Julia, Vals con Bashir, La teta asustada, Gran Torino o The visitor, que pueden impactar más o menos según los casos, dan buena muestra de que hay mucha vida (léase creatividad, oficio, compromiso, ganas, etc.) y valores… muchos valores.

Humanismo

Al margen de que podamos volver sobre alguno de ellos más despacio, merece la pena, aunque sea como recordatorio, llamar la atención sobre los ejemplos mencionados, muy dispares, sí, pero con un denominador común marcado por la dignificación, en circunstancias y tiempos adversos, del humanismo consustancial al ser humano.

La fragilidad de la existencia. El tiempo y su futilidad. La incertidumbre como íntimo compañero de la vida, la lucha contra la soledad y la pérdida son elementales mensajes que desprende Cerezos en flor, la reposada, inquietante y en muchos momentos hermosa propuesta de la directora alemana Doris Dörrie que, sirviéndose del amor ausente y de la metáfora de los cerezos florecidos, traza su particular canto a la belleza de lo efímero.

Capitán Abu Raed llega desde Jordania como primera película de aquel país que planta huella en el mapa cinematográfico internacional. En la línea de la libanesa Caramel o la israelí Los limoneros, la historia es sencilla, como lo es su puesta en escena. Pero cala como calan las propuestas que observan, desde la sencillez, al hombre. El público mimetiza ese tipo de personajes, se solidariza con sus situaciones, los siente próximos a medida que la película y lo que cuenta, fraguan.

Julia, en clave de “thriller”, es otra historia. Más ácida. Más sin salidas para la mujer que da titulo a una cita deslumbrantemente protagonizada por Tilda Swinton, aquel rostro mágico de Narnia. Su registro es radical en esta ocasión perfilando a una mujer alcohólica y desesperada que hace de la falta de sentimientos razón y clave de existencia. Pero el destino está agazapado en forma de niño y, cuando la vida aprieta, de aquel ser violento y desengañado emerge una persona.

En las antípodas, de planteamiento y formato, la premiada Vals con Bashir que recrea mediante técnicas de animación episodios de la guerra del Líbano narrados por quienes en ella participaron. Ari Folman, su director, logra que muchas de las dibujadas secuencias escondan mayor realismo e intensidad dramática que los documentales o telediarios más crudos.

Autoestima

Violencia también en La teta asustada, una coproducción hispano-peruana firmada por Claudia Llosa, sobrina del escritor Mario Vargas Llosa, que refleja las terribles secuelas que el terrorismo de los años 80 dejó en Perú.
Oso de Oro en el Festival de Berlín, la película tiene como protagonista a una joven marcada por la violación de su madre a manos de terroristas de Sendero Luminoso. La sensación de miedo continuo que invade la vida de Fausta cambia a raíz de la muerte de esa madre en la que arrancaba y concluía su relación con el mundo. Se libera, por ejemplo, de la manía de llevar una patata insertada en la vagina para evitar ser violada. Se abre a las cosas y a las personas que la rodean. Canta. Vive.

En un tono sobrado de inteligencia en el que no está ausente, pese a lo dramático del tema, el humor, La teta asustada defiende la idea de que superar los peores traumas pasa por recuperar la autoestima.

Gran Torino. Cine de muy altos vuelos. ¡Qué espectacular la madurez creativa de Clint Eastwood! Nueva entrega de este hombre-conciencia de Norteamérica, empeñado en poner sobre el tapete temas que exigen reflexión y revisión, o revisión y reflexión, que tanto monta.

Valentía y franqueza

Le toca ahora el turno a la inmigración y a la xenofobia a través de la figura de un gruñón gastado y solitario, que malvive en su aislamiento hasta que el azar, de nuevo el azar, le acerca a personas de otras culturas y latitudes. Inesperadamente surge la amistad y, con ella, la asunción del hasta entonces huraño sujeto de que la vida y la comprensión no deben acabar en uno mismo.

Gran Torino se ha convertido, por encima de otras que lo habían sido, en la película más taquillera de Eastwood. Ha calado en el público la valentía y franqueza de un creador que en los últimos años ha decidido llamar a cada cosa por su nombre.

En este rápido repaso encaja The visitor, un elogio a la serenidad de una forma de hacer cine que tiene sus claves en la ausencia de prisas, en los planos fijos, en los silencios, en una mirada reposada y sensible. Como en el caso de Cerezos en flor y Gran Torino estamos ante otro viudo. Éste (memorable en su primer papel protagonista el veterano Richard Jenkins) recupera la ilusión de vivir a raíz de un encuentro casual con un joven sirio sin documentos que intenta salir adelante tocando percusión en parques y bares nocturnos. Cálida pero sin sensiblerías, desdramatizando las aristas, que las tiene, del relato, se nos incrusta inevitable el hondo calado de lo que en la sala se muestra.

Lo dicho. Propuestas muy distintas que confluyen en historias protagonizadas por seres humanos en situaciones difíciles; muy complejas. Pero en esa frontera de lo soportable emergen valores escondidos y la pantalla se llena de seres humanos que el espectador reconoce dentro de sí mismo y, al hacerlo, se reconforta y crece.