«Cuando luchas contra un enemigo mucho más grande, mucho más fuerte, y descubres que tienes amigos que ni siquiera conoces, es lo mejor del mundo», pronuncia un emocionado Paddy Considine, resumiendo en sus palabras el gran tema de fondo de la película, eso de que la unión hace la fuerza (como bien dice aquel himno obrero [1]). La lucha de los mineros en tiempos difíciles se ha convertido en un símbolo de dignidad y fraternidad, cargando de belleza un acto que trasciende la derrota final.
El argumento de Pride (Orgullo) parece nacer de una inteligente maniobra de guion: un colectivo maltratado como el de los mineros se resiste a dejarse ayudar por otro colectivo maltratado, el de los gais y lesbianas. Una historia sobre prejuicios que deben ser derrocados en pos de la camaradería que conduce a la victoria. Conseguir reconocer a tus amigos para tener la fuerza suficiente que te permita vencer a tus enemigos. Sin embargo, pese a los recursos dramáticos (al fin y al cabo estamos viendo una película), la emocionante historia que tenemos entre manos es real.
Increíble historia real
Como siempre que nos encontramos ante la adaptación de una historia real, a priori es fácil caer en arenas movedizas por aquello de no saber equilibrar la balanza entre el retrato más o menos fiel de un hecho verídico y un producto final solvente. En este caso, Stephen Beresford, su guionista, ha demostrado muy buen tino. Quizá se deba, entre otras cosas, a lo enamorado que estaba de la historia. Baste decir lo sencillo que le resultó vender la idea en 2012 cuando, tras ser cuestionado por el productor David Livingstone sobre alguna idea que le interesara, contó simplemente la base de esta historia.
Un relato tan difícil de creer (hay poca costumbre en lo que a hechos de tanta solidaridad se refiere) vertebra la película. Precisamente por eso, Beresford ofrece un guion que navega con muy buena mano entre la comedia y el drama. ¿Recuerdan lo que comentábamos a propósito de Samba [2] sobre el carácter entrañable de los personajes para empatizar con el espectador? En Pride (Orgullo) sucede lo mismo, si bien el resultado es superior. El retrato de los personajes, reales en un gran porcentaje, acaba pasando por un arquetipo que no por artificial resulta menos efectivo.
No es esta una película precisamente sutil a la hora de exponer sus argumentos, pero en contrapartida es tremendamente eficaz cuando se trata de hacer reír y emocionar. Voluntariamente comercial (¿acaso hay que avergonzarse de ello?), Pride (Orgullo) impacta como una bala en su público. Los mimbres, ese milagro de encontrar una historia increíble, hacen la mitad del trabajo. La otra mitad recae en un equipo técnico y artístico inspirado y enamorado de aquello que está contando.
La camaradería de los luchadores
Sus dinámicas e imperceptibles dos horas de duración componen un fresco que aborda, además, temas como el terror que supuso la llegada del sida y el desarraigo de quien, víctima de los prejuicios, es obligado a buscar un lugar en el mundo. Y la camaradería por encima de todo, ese sentimiento que inunda a quienes se saben en el momento y en el lugar, esa ilusión de los luchadores que, pase lo que pase, los convierte en ganadores.
Al frente, un reparto que reúne a veteranos como Bill Nighy, Imelda Staunton, Dominic West y Paddy Considine junto a nuevos valores como Ben Schnetzer, Joseph Gilgun, George MacKay, Faye Marsay y Andrew Scott. Todos ellos parecen imbuidos del espíritu de los luchadores a los que encarnan, emocionados, apasionados y carismáticos.
En definitiva, Pride (Orgullo) es una muy recomendable opción para acercarse al cine. Su afán de película positiva no la hace caer en lo excesivamente amable gracias a unos trabajados puntos cómicos. Su banda sonora, integrada por canciones ochenteras, es un acierto seguro. Y su tema central, que da pie a una búsqueda por parte del espectador, resulta acertadamente inspirador en estos tiempos difíciles en los que nunca viene mal recordar que, por supuesto, la unión hace la fuerza.
Dirección: Matthew Warchus
Guion: Stephen Beresford
Intérpretes: Bill Nighy, Imelda Staunton, Dominic West, Paddy Considine, George MacKay, Joseph Gilgun, Andrew Scott, Ben Schnetzer, Faye Marsay, Freddie Fox, Jessica Gunning, Lisa Palfrey y Menna Trussler
Música: Christopher Nightingale
Fotografía: Tat Radcliffe
Reino Unido / 2014 / 120 minutos