Como queda palmariamente demostrado a lo largo del metraje, en una ruptura, el abandonado se queda con la soledad, las canciones tristes y los textos y pensamientos de difícil retorno. Por su parte, el que abandona acaso tenga que negociar con la culpa y con el descalabro que deja atrás. Uno y otra, otro y una están abocados a sumergirse en una diatriba de la que nadie sale ileso.
Marsella. Segunda Guerra Mundial. Huyendo de la ocupación nazi, refugiados de toda Europa intentan embarcar rumbo a América. Entre ellos, el joven alemán Georg (Franz Rogowski) suplanta la identidad de un escritor muerto para utilizar su visado y viajar a México.
La cosa se complica cuando accidentalmente conoce y se enamora de Marie (Paula Beer), una joven que busca desesperadamente al hombre a quien ama, sin el que no está dispuesta a irse.
El alemán Christian Petzold, conocido por sus anteriores películas Bárbara, Oso de Plata a la mejor dirección de la Berlinale, o Phoenix, Premio Fipresci en San Sebastián, indaga nuevamente en el tema de la identidad a través de la historia de un gran amor imposible nacido entre exiliados que anhelan encontrar un lugar al que llamar hogar.
Pasado y presente
Franz Rogowski (actor, bailarín y coreógrafo Shooting Star europeo 2017) y Paula Beer (Premio Marcello Mastroianni a la Mejor Actriz Emergente en el Festival de Venecia por Frantz) interpretan los dos papeles principales de una cinta que desconcierta, para bien, por los sorprendentes paralelismos entre los hechos históricos y la Marsella actual.
Ese «positivo» desconcierto tiene que ver con el hecho de que el espectador no acaba de tener claro que momento está viviendo en la pantalla, si aquel dramático o el que en la actualidad lacera la llegada de inmigrantes que escapan a la desesperada de un presente sin salida en sus países de origen.
«A pesar de su estructura de drama de época –apunta Petzold–, la película está hablando del aquí y del ahora. De los refugiados que huyen de la guerra y de esa Europa que no les recibe bien. También del preocupante auge de movimientos totalitarios, por no decir abiertamente nazis, en territorio europeo».
Los personajes de En tránsito están atrapados en Marsella. Esperan algún barco, visados, pasajes. Huyen, no pueden volver atrás, pero tampoco ir hacia delante. Nadie quiere hacerse cargo de ellos. Nadie se fija en ellos, excepto la policía, los colaboradores del invasor y las cámaras de seguridad.
En el fondo, señala el realizador, son fantasmas, se mueven en un área entre la vida y la muerte, entre el ayer y el mañana. El presente pasa a toda velocidad sin darse cuenta de que existen. Los fantasmas siempre han estado entre los favoritos del cine. Quizá porque también es un espacio de tránsito, un reino interino donde los espectadores están a la vez presentes y ausentes.
Anna Seghers, la autora del texto en el que la película se centra, huyó a Francia, y al entrar los nazis en este país cruzó a la zona libre o zona no ocupada, a la que Marsella pertenecía. Como ella escribió y la película rescata: «El silencio histórico puede compararse a la calma chicha; el viento no hincha las velas y el barco se detiene en medio de la inmensidad del océano. Sus pasajeros no pertenecen a la historia ni a la vida. Están atrapados en el espacio y el tiempo».
En tránsito
Dirección: Christian Petzold
Guion: Petzold sobre la novela Tránsito de Anna Seghers
Intérpretes: Franz Rogowski, Paula Beer, Godehard Giese, Lilien Batman, Maryan Zaree, Barbara Auer, Alex Brendemühl
Fotografía: Hans Fromm, BVK
Montaje: Bettina Böhler
Música: Stefan Will. Talking Heads (canción final)
Alemania, Francia / 2018 / 101 minutos
Golem