Un ‘Congreso’ para no perderse

No marchan las cosas como quisiera para una actriz (Robin Wrigth se interpreta a sí misma y hace todo un despliegue interpretativo sin un gesto de más), a la que lo económico, el inexorable paso del tiempo y la presión de su agente (Harvey Keitel) asedian.

La situación la conduce a vender su imagen y firmar un contrato por el que un estudio cinematográfico hace una copia digital de ella y se reserva el derecho a utilizarla para lo que quiera, como producir filmes con su versión digital eternamente joven.

Cuando dos décadas más tarde el contrato finaliza, es invitada a un Congreso en el que se homenajea al cine del futuro. Una cita que se desarrolla en un mundo que ha cambiado completamente. Porque de eso, también, va el libro de Lem y su versión en las pantallas: del retrato de una sociedad que, sin remedio, se encamina hacia la irrealidad.

Reconocida en los Premios del Cine Europeo, en Cannes, en Gijón y en Sitges, El Congreso tiene lecturas muy distintas, desde la crítica sin remilgos al comunismo a la más que ácida sátira sobre la omnipotencia de los grandes estudios de Hollywood, pasando por el tantas veces sinsentido de la vida. Pero todas las perspectivas confluyen en una película que ni puede, ni debe, pese a los calores del verano, pasar desapercibida.