Un cuento francés, pero sin hadas

Érase una vez una joven que creía en el gran amor, en los signos y en el destino. Una mujer que soñaba con ser actriz y esperaba conseguirlo algún día y un joven que creía en su talento de compositor pero que no creía mucho en sí mismo.

Además érase una niña que creía en Dios y un hombre que no creía en nada hasta el día en que una vidente le informó de la fecha de su muerte. Entonces, a su pesar, decidió creer en casi todo…

¿Comieron perdices?

A sus 24 años, Laura sigue esperando que ilumine su vida un príncipe azul. Por eso cuando en el curso de una fiesta Sandro emerge en carne y hueso como lo haría el hombre idealizado, no duda ni un instante que el príncipe de los sueños se ha instalado en su existencia.

Pero ya se sabe que la realidad y el deseo a menudo habitan en las antípodas. Sandro tiene sus propios problemas: su padre, Pierre, acaba de toparse con la vidente Madama Irma en el funeral del abuelo, y esto le ha traído a la memoria la fecha de su propia muerte según lo predijo hace ya muchos años la propia Madama. Pierre es ahora incapaz de hacer planes con su nueva pareja, Eleonore, ni con su hijo Sandro.

Mucho de metáfora

Los problemas van por barrios y nadie se libra en una película que tiene mucho de metáfora. Aquella que traslada con crudeza al mundo de carne y hueso los mitos con los que los cuentos de hadas alimentaron nuestra imaginación, y nos ayudaron a enfrentarnos a la vida, entonces; cuando éramos niños.

Como sucedía en aquellas historias, conviene aguardar al final para ver si lo de la felicidad y las perdices tiene algún trazo que lo acerque a la verdad.

Cuarta película de Jaoui detrás de la cámara y cuarta en la que comparte guion con su marido Jean- Pierre Bacri, Un cuento francés merece ser vista, aunque no llegue al nivel de Para todos los gustos o Como una imagen, con las que la francesa sorprendió a todos.

La película se estrena en salas en nuestro país el 20 de junio. El 4 de julio se producirá su estreno en Internet.