Dos ancianos viajan desde su pueblo a Tokio para visitar a sus hijos. Desde que llegan a la capital, su familia parece más preocupada por sus quehaceres habituales que por hacer que los abuelos lo pasen lo mejor posible. El director Yôji Yamada se recrea en el tempo pausado de una historia coral (y bastante larga), donde los personajes protagonistas son egoístas, descuidados, borrachos, intransigentes, sinceros, solidarios y buenos. Como en todas las familias, vaya.
Una familia de Tokio habla de la relación entre padres, hijos y nietos por encima de otros temas que, si bien se perfilan, no tienen tanto peso en la historia. ¿Se sienten perdidos en la gran urbe? Eso parece. ¿La culpa es de los hijos, más que del choque entre el Japón rural y el urbano, entre lo contemporáneo y lo tradicional? Sin ninguna duda. No es que la gran ciudad le resulte inabarcable a estos dos turistas forzosos, es que sus hijos prefieren mandarlos a un hotel para que no molesten mucho en lugar de pasar tiempo con ellos.
Parte de la audiencia sentirá como se posa en su cabeza la duda de si alguna vez se ha comportado del mismo modo. Como cuando uno de los nietos se queja de la llegada de los abuelos porque no puede estudiar, aunque tanto él como la madre saben que no iba a hacerlo de todos modos. ¿Harán lo propio nuestros hijos, nuestras nueras, nuestros nietos y nietas dentro de unos años, cuando seamos nosotros quienes vayamos a visitarlos?
De Japón a España
El choque que a buen seguro percibirá la audiencia española es el cultural, aunque al final se dé cuenta de que las diferencias solo están en la superficie y no en lo esencial. Viendo Una familia de Tokio desde el extremo occidental de Europa sorprenden actitudes que se presentan en la película como completamente normales. Los nietos no le dan dos besos a sus abuelos cuando vienen a visitarlos después de mucho tiempo y casarse está totalmente supeditado a que tus padres aprueben la unión.
Resulta alienígena pero, en el fondo, ver a la familia Hirayama es vernos a nosotros mismos. El padre decepcionado con el hijo que no ha encontrado un buen trabajo, la madre que va a cocinarle y limpiarle el apartamento porque no se fía de sus capacidades como amo de casa, la pequeña empresaria (¿emprendedora, tal vez?) que tiene que asistir a cursos para mejorar sus posibilidades de prosperar o el médico que vive para trabajar son constantes que se repiten tanto allí como aquí.
La condición de espejo que tiene la historia de la familia de Tokio está reforzada por una serie de planos frontales donde los personajes, sin romper la cuarta pared, se colocan exactamente delante de nosotros, haciéndonos sentir en el mismo espacio y tiempo que ellos, sentados en el tatami, listos para empezar a comer arroz con anguila y beber sake.
Una familia de Tokio ofrece una visión sosegada del conflicto universal que supone tener familia cuyo punto fuerte es dejar que la audiencia se empape, durante más de dos horas, de unos personajes tan cercanos como nuestros vecinos… o como nosotros mismos.
Una familia de Tokio
Dirección: Yôji Yamada
Guion: Yôji Yamada, Emiko Hiramatsu
Intérpretes: Isao Hashizume, Etsuko Ichihara, Tomoko Nakajima, Yu Aoi
Japón. / 2013 / 146 minutos