Al margen de su lugar en la gran pantalla, el mito de la Turner se sustenta en que su ajetreada vida personal fue tanto o más interesante que su filmografía: una personalidad emocionalmente inestable acechada por el alcoholismo, el tabaco y la depresión; ocho matrimonios (dos con el mismo hombre, Joseph Stephen Crane, padre de su única hija, Cheryl Crane) y un sinfín de romances: “Mi meta era tener un marido y siete hijos, pero fue justo al revés”; el misterioso asesinato de su padre cuando apenas era una chiquilla y la no menos oscura muerte de uno de sus maridos (Johnny Stompanato) a manos de su adolescente hija. Hollywood, que ha erigido buena parte de sus leyendas sobre el escándalo, el crimen, el sexo y el misterio, podía haber encontrado en la turbulenta vida de Lana Turner uno de sus guiones más singulares.
Antes de cumplir los 10 años de edad, Lana vivió el primer acontecimiento que marcaría su vida. Tras una noche de timba, su padre ganó cierta cantidad de dinero jugando a los dados, metió sus ganancias en un calcetín y se dirigió a casa; unas horas más tarde fue encontrado asesinado en la esquina de un callejón, sin el zapato y el calcetín izquierdos. El crimen nunca fue resuelto.
Cuenta la leyenda que, a los 15 años, Lana fue descubierta mientras se tomaba un refresco en una cafetería por un publicista del Hollywood Reporter, William R. Wilkerson, quien se la presentó a Zeppo Marx, el menor de los “marxistas”, quien por aquel entonces gestionaba una agencia de actores. Un año después, conseguía su primer papel, como figurante, en la película de William A. Wellman Ha nacido una estrella (1937), pero fue su aparición con una falda y un suéter que marcaban sus voluptuosas formas en Ellos no olvidarán, de Mervyn LeRoy (1937), la que propició el comienzo de su carrera cinematográfica: “Nunca me había visto a mí misma caminando antes. Fue la primera vez que fui consciente de mi cuerpo”.
Tras sus apariciones en la comedia fantástica La pareja invisible (Norman Z. MacLeod, 1937), junto a Cary Grant y Constance Bennett, y la que fue su primera película con la Metro Goldwyn Mayer (MGM), El amor golpea a Andy Hardy (George B. Seitz, 1938), junto a Mickey Rooney y Judy Garland, Lana Turner comenzó a convertirse en un verdadero sex symbol de la época, aunque su definitivo saltó al estrellato se produjo en la década de 1940, cuando comenzó a ser codiciada por la mayoría de productores y no pocos directores.
En efecto, a comienzos de los años cuarenta participó en la adaptación que Victor Fleming hizo del clásico de R.L. Stevenson El extraño caso del doctor Jekyll (1941), en la que compartió títulos con Spencer Tracy y una joven Ingrid Bergman (Fleming decidió que Turner interpretase a la «chica buena» para que la cinta ganara en incertidumbre). Ese mismo año volvió a ser dirigida por Mervyn LeRoy en la película de cine negro Senda prohibida, pero, ahora ya compartiendo el protagonismo de una relación fatídica con Robert Taylor.
Posteriormente interpretó las dos películas que la convirtieron definitivamente en una de las actrices más populares. La primera fue El cartero siempre llama dos veces (1946), de Tay Garnett, probablemente la más interesante versión de todas las que se hicieron de la novela de James M. Cain, que la actriz protagonizó al lado de John Garfield y que constituye una de las piezas más destacadas tanto de la novela como del cine negro. La entrada en escena del personaje de Cora, con turbante, un top con escote en forma de V y un short blanco mostrando sus esplendorosas piernas ligeramente cruzadas, en medio de una puerta, es uno de esos momentos inolvidables del cine de Hollywood. La segunda fue Los tres mosqueteros (1949), de George Sidney, adaptación cinematográfica de la famosa novela de aventuras de Alejandro Dumas. Sin haber cumplido todavía los 30 años de edad, la Turner se había convertido en una de las actrices más famosas de Hollywood y en uno de los principales activos de la MGM.
Durante la década de los años cincuenta su carrera continuó con títulos importantes, como Cautivos del mal (1952), de Vincent Minnelli, estudio psicológico de los comportamientos humanos, y Vidas borrascosas (1957), de Mark Robson, filme sustentado en el famoso best seller de Grace Metalious: Peyton Place, con el que obtuvo su única nominación a los Premios Óscar. En la cumbre de su popularidad y en plena madurez artística se produjo el acontecimiento que marcaría el resto de su vida y de su carrera cinematográfica: tras rodar en Gran Bretaña, con Sean Connery como coprotagonista, Brumas de inquietud (Lewis Allen, 1958), su amante Johnny Stompanato, un mafioso tan seductor como celoso y violento, fue ojalado con un cuchillo de cocina en el estómago por la hija de la actriz, Cheryl Crane, que había escuchado la última pelea entre la pareja, en la que el rufián había amenazado a Lana con rajarle la cara. Turner testificó en el juicio, y lo hizo de tal manera que algunos testigos presenciales consideraron que había sido la mejor interpretación de toda su carrera dentro y fuera de la pantalla, al menos la más verosímil. Mostró todo su desgarro interior y confesó que en el amor solo se ve lo que se quiere ver, a pesar de lo cual se mantuvo serena y con la voz rota exclamó: “¡La culpa es mía!, ¡únicamente yo tengo la culpa!”. Cheryl, que solo tenía 14 años de edad, fue declarada inocente, al considerar el jurado que había actuado en legítima defensa: “Homicidio justificado”. Sin embargo, más de un interrogante que quedó flotando en la sala del juicio saltó a las redacciones de los periódicos.
Los Estudios Universal quisieron explotar el escándalo provocado por el caso (se airearon sus secretos de alcoba, sus amistades peligrosas y su afición a la bebida) y contrataron a la actriz para poner en marcha Imitación a la vida (1959), de Douglas Sirk, con John Gavin como principal protagonista masculino. Un filme cuyo argumento tenía cierto paralelismo con la vida real de la actriz, y en el que el director planteaba la cuestión de la doble moral que sustenta a la sociedad contemporánea norteamericana. La película alcanzó un gran éxito de taquilla e hizo millonaria a Turner, quien se había reservado por contrato el 50% de los beneficios. Sin embargo, a partir de aquí, su estrella comenzó a declinar.
Retrato en negro (1960), de Michael Gordon, Trampa a mi marido (Daniel Mann, 1962) y La Mujer X (David Lowel Rich, 1966) es lo más destacado de sus intervenciones en los años 60. Durante la década siguiente la importancia de sus interpretaciones fue decayendo progresivamente, agudizándose el declive de su carrera. Cerró su filmografía con Witches’ Brew (1980), de Herbert L. Strock y Richard Shorr, un punto final demasiado empobrecido. Se retiró definitivamente a finales de los 80, tras participar en la famosa serie televisiva Falcon Crest.
Cuando en 1987 Woody Allen estrenó Septiembre, una de sus películas más intimistas y uno de sus mayores desastres de taquilla, algunos críticos apuntaron que el cineasta de Brooklyn quizás había pretendido recrear a su manera el episodio del asesinato de Stompanato y las complejas relaciones entre madre e hija, pero, sin duda, la vida de la Turner dio mucho más de sí para que otros guionistas y directores se inspiraran en ella para construir más de una trama interesante.
Al recoger el premio Donostia en el Festival de Cine de San Sebastián (1994), Lana pronunció la frase que bien podría haber sido su epitafio: «Hice todo lo que quise y lo que no hice fue porque no quise hacerlo».