18 Jul Kanye West – «Runaway» (2010)
Ser Kanye West no debe ser fácil. En la portada de su disco «Ye» (2018) aparecía la frase «Odio ser bipolar, es maravilloso». El rapero y productor de Atlanta es una persona llena de contradicciones; megalómano y autodestructivo a partes iguales. Maniático, inseguro, vanidoso, inestable. Es consciente de que nunca ha cantado bien, de que ni siquiera es un gran rapero. Pero ha hecho de sus defectos una gran virtud.
A principios de la década, Yeezy no estaba pasando por su mejor momento. Después del bochorno público de los premios VMA, dejando a una floreciente Taylor Swift ruborizada, Kanye se recluyó en Oahu, Hawaii, para esculpir su obra magna. Su ya demostrado talento para la producción explosionó en «My Beautiful Dark Twisted Fantasy» (2010), el disco que le encumbró como el artista total que siempre había creído ser. En «Runaway», mezcla ego y arrepentimiento en las letras y equilibra minimalismo y maximalismo en la música. Un piano solitario e insistente, ritmos gigantes, coros gospel, autotune extremo; la música clásica choca con el pop vanguardista en este retrato de un hombre en llamas.
Define la década porque Kanye West ha modelado el zeitgeist musical desde el personalismo más íntimo. Ha redefinido la música negra con su sampling omnívoro y el uso indiscriminado del 808. Un artista maldito y bendecido, que construyó «Runaway» con lo mejor que sabe hacer, ser Kanye West. En la canción reconoce mandar fotopenes y pide que huyan de su persona. Lucha contra su ego con épica, con la búsqueda de gloria y redención que ha caracterizado toda su carrera. Es momento de un brindis por los gilipollas.
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