Frente a la bajada generalizada de venta de guitarras en la década de los 2010s, hubo un pequeño repunte entre el público femenino que se conoció como «el factor Taylor Swift». La megaestrella norteamericana sirvió de referente e inspiración para muchas adolescentes en UK y USA; había demostrado que se podía triunfar masivamente tan solo con tus cuerdas vocales y con seis cuerdas más. Sin embargo, por aquel momento, Taylor ya estaba en otra película. 

La muchacha que se trasladó a Nashville para triunfar en el country conoció las mieles del éxito muy pronto; su ingenuidad y dulzura unido al talento melódico y una presencia cautivadora, la coronaron como la nueva reina del baile de cualquier instituto norteamericano. Pero si con «Red» (2012) y canciones como «We Are Never Ever Getting Back Together» se desligaba cada vez más de su pasado country y abrazaba el sonido mainstream, «1989» (2014) es la rendición completa de Swift al pop, y del pop a Swift. En «Blank Space», producida por los midas Max Martin y Shellback, la presencia de las guitarras es anecdótica; Taylor se acomoda a la perfección a una base electrónica de cajas y sientes, e interpreta el papel de una femme fatal, burlándose así de la visión que la prensa rosa tiene sobre ella. 

Define la década porque «1989» es la quintaesencia del mainstream de los 2010s. Taylor Swift, se probó el vestido del pop y vio que le sentaba como a nadie; muy pocos han brillado en el firmamento como ella. En «Blank Space» es una estrella autoconsciente en el apogeo de su popularidad; todos los focos la miran y ella les guiña el ojo. Aún así, debajo de todo el glamour y la brillantina, sigue estando la cantautora de pueblo, que quiere agradar a la gente y contar historias, aunque en este caso, su propia historia sea la historia del pop.