Desde su primer disco en 2008, Vampire Weekend ha sido la niña bonita del indie rock. Los neoyorkinos, hijos de un encuentro improbable de Paul Simon y los Pixies, han llevado la excelencia al pop alternativo, con influencias de la música africana, el punk o el rap, sabiendo siempre complacer tanto el oído pasivo como la mente inquieta. La exquisita alquimia, que han ido depurando con el tiempo, llegó a sus cotas más altas en «Modern Vampires of the City» (2013). 

Ezra Koenig y compañía habían demostrado con creces su talento para la composición, pero para su tercer disco decidieron afinar aún más su sonido, experimentando con la grabación, registrando partes con equipos analógicos para dar más calidez y contando por primera vez con un productor externo, Ariel Rechtshaid, para ayudar al ya superdotado Rostam Batmanglij. El resultado son canciones como «Diane Young» una suerte de rock&roll pasado por la batidora de la post-modernidad, con una sección rítmica apabullante que demuestra que no son solo excelentes arquitectos de melodías, si no también unos constructores férreos.

Define la década porque «Modern Vampires of the City» pone fin a una trilogía para la historia. Tres años después de este disco (y su correspondiente Grammy) Rostam decidió abandonar la banda dejando al grupo sin una pata esencial. Vampire Weekend han arrojado luz al indie con canciones brillantes y chispeantes. Han realizado pop art de manera no conceptual, sino pura; música para las masas pero abriendo nuevos lenguajes.