Una canción que se llama «Sueños y pesadillas» puede llevarte a pensar en un típico tópico, en vergüenza ajena del poeta pretencioso y basiquito. Además en este caso el tema empieza con un pianito para luego volverse, sorpresa, más oscuro. Huele a rancio, ¿no? a ya escuchado, a obra de instituto. Sin embargo, temas como «Dreams and Nightmares» (2012) de Meek Mill son el ejemplo claro de que en el arte no es el qué sino el cómo. 

Robert Rihmeek Williams, más conocido como Meek Mill, es un rapero de Philadelphia que ha tenido, como todos, sus momentos buenos y sus momentos malos, sus sueños y sus pesadillas. Pero a todas las personas no le han asesinado al padre cuando tenía 5 años, o su madre tenía que robar para mantener a la familia o le ha pegado la policía a los 18 años por llevar un arma sin licencia. Por otra parte no todas las personas tienen la suerte de publicar un álbum debut en el que participan megaestrellas como Nas, Rick Ross, Drake, Big Sean, John Legend o 2 Chainz. El disco se llama precisamente «Dreams and Nightmares», y el tema homónimo que abre el álbum es un tour de force interpretativo, un in crescendo de intensidad teatral que pocas veces el rap ha visto.

Define la década porque «Dreams and Nightmares» muestra una flamante estrella del rap en llamas, un soliloquio de claros y oscuros que en su parte más tenebrosa tiene un pie y medio en el trap, con sus rimas a 3 por 4. Esta sección de la canción adelanta parte del estilo que imperará en la segunda mitad de la década, pero que aquí se muestra con una dramatización excelsa. Una vehemencia que le trajo grandes éxitos pero que a nivel personal le llevó a problemas con la justicia y polémicas con sus compañeros de oficio, pero que nosotros pudimos disfrutar de ese fuego que camina con él.