La relación entre lo místico y lo lisérgico es tan antigua como la propia humanidad. Los chamanes narraban mitos al calor de una hoguera con la audiencia bajo los efectos alucinógenos de las plantas o de los animales de su alrededor. Incluso se dice (o al menos eso nos contaba un profesor de la complutense) que el pan de la eucaristía de los primeros cristianos contenía ácido y esto ayudaba a vivir una experiencia extrasensorial y espiritual en comunidad. 

Sevilla tiene un calor especial. El fervor religioso caldea las fechas señaladas de la ciudad y empapa de alguna forma cualquier acto cultural, por muy apartado que esté de la sacristía. Los Pony Bravo están seguramente muy lejos de los nazarenos y demás feligreses en cuanto a devoción se refiere, pero comparten un mismo espacio y un mismo pasado. Daniel Alonso y compañía toman referencias del Krautrock alemán y del post-punk inglés para mezclarlo con rock progresivo andaluz. En «La Rave de Dios» de su segundo disco, «Un gramo de Fé» (2010), maridan órganos de iglesia con ritmos proto-techno para adentrarse en un estado alterado de conciencia, “no hay mejor colocón que el que produce Cristo”. Credo psicotrópico para una liturgia pop. 

Define la década porque Pony Bravo abrió puertas de la percepción en el rock español. No es de extrañar que uno de los grupos más libres del panorama nacional, Za!, colaborara en este disco y que miembros de Pony Bravo se unieran a El Niño de Elche para realizar el también expansivo «Voces desde el extremo» (2015). El grupo sevillano marcó un camino de tradición y modernidad que sería tendencia en los 2010s.