Para algunos es un don; para otros, práctica y constancia. Pero para todos ellos, hasta hace cuestión de unos pocos años, era una afición que llevaban casi en secreto. “Yo pensaba que era un friki que iba con el cuaderno a todos lados y me he dado cuenta de que cada vez somos más frikis. Empecé porque en 2000 una amiga me regaló una libreta y no sabía con qué llenarla. Al principio dibujaba en el bus o en el metro, cogiendo ambientes sin mucho sentido, pero después empecé a dirigir el trabajo y a profesionalizarlo”, recuerda el ilustrador Sagar [1].
Lo dice y, de repente, se oye un murmullo generalizado en la sala del Museo ABC de Madrid donde lo escuchan otros 80 frikis como él. Son los alumnos de ‘Dibuja Madrid’ [2], una actividad basada en paseos y rutas de dibujo que va ya por su sexta edición y que cada año atrae a más pintores o aficionados que quieren salir del estudio a la calle, soltar muñeca, pintar al natural y, sobre todo, compartir. Materiales, técnicas, consejos y, en definitiva, vidas.
Perder el miedo
Es esa experiencia en común, esa parte social frente a la típica y a veces tópica imagen del dibujante solitario, la que hace especial esta iniciativa. Cuando una llega el primer viernes al Museo ABC [3] para recoger el material y conocer a los profesores y los que serán sus compañeros durante los siguientes tres fines de semana lo primero que llama la atención es la familiaridad con la que una gran parte de ellos se saludan. Casi la mitad repite año tras año.
Curiosamente no te sientes una extraña. Porque ellos, como tú, a pesar de la diferencia de edad (la media está en los 45 más o menos), están allí para rellenar, con lo que cada uno pueda o sepa hacer, los tres cuadernos en blanco que nos acaban de dar. No obstante, se agradece –y mucho– el mensaje del también ilustrador e impulsor de estas rutas, Enrique Flores [4]: “Esto no es un curso para aprender a pintar, sino para perder el miedo a dibujar”.
Si lo fuera, aclara luego, habría prueba de nivel. Y no la hay, sólo se exige ser rápido a la hora de reservar una de las plazas ofertadas porque vuelan. Apenas duran unos días pese a que se publicitan casi tres meses antes del evento. Para Víctor Aparicio [5], profesor de la segunda jornada del ‘Dibuja Madrid’ de 2016 y artista multidisciplinar donde los haya (músico, diseñador gráfico, realizador de documentales y videoclips e ilustrador), esta falta de selección es, precisamente, uno de los mayores aciertos de las rutas.
“Todo el que viene es porque tiene intención y conocimiento de lo que quiere hacer y eso genera entusiasmo. Las carencias se tratan de suplir con otras cosas, aunque sea de manera inconsciente, y es algo que se nota luego en el resultado final”, celebra Aparicio (también conocido como Víctor Coyote) al ver los trabajos de sus alumnos. Coincide con él Javier Chavarría [6], el coordinador de las actividades del Museo ABC: “No hay prueba inicial ni la queremos. Hay gente que ha demostrado un progreso bestial en sólo tres semanas. Se aprende mucho viendo a los demás”.
Flores, además, advierte de que este aprendizaje es bidireccional. “Para mí, como profesor, lo más interesante es enfrentarme a un dibujo que formalmente es malo y pensar, ¿qué digo de positivo de él para la persona que lo ha hecho? Obligarme a hacer ese ejercicio, a ver lo interesante que hay detrás de cada uno, es lo mejor”.
¿Y lo peor? “Que las redes sociales han hecho del dibujo preparatorio un arte final”, contestan casi al unísono en una comida durante el último fin de semana de las rutas Sagar y Flores. Ambos señalan que los cuadernos, efectivamente, están en auge gracias a la repercusión que los trabajos de los ilustradores están teniendo en el mundo 2.0. Pero, al mismo tiempo, alertan de su efecto más demoledor: la banalización del trabajo.
“Antes buceaba en Internet y era mucho más estimulante, pero ya no miro porque me aburre todo. Ahora para encontrar algo genuino hay que buscar mucho”, lamenta Flores, quien no encuentra mucho sentido en que la gente dibuje sólo por conseguir likes en Facebook o Instagram.
Ruta para aprender a mirar
Aunque otros años esta actividad ha salido de Madrid (de hecho nació con la idea de recorrer 10 ciudades diferentes al año), este 2016 no ha traspasado las fronteras de la Comunidad al estar subvencionada por el Gobierno regional, que la ha incluido entre las programadas para celebrar el cuarto centenario de la muerte de Cervantes.
Parada obligatoria, pues, era Alcalá de Henares, donde los pasados 15 y 16 de octubre desembarcaron 80 cuadernistas dispuestos a captar la esencia de la ciudad natal del autor del Quijote capitaneados, en esa ocasión, por el reputado ilustrador Javier Zabala [7]. El paseo comenzó en la puerta principal de la catedral. Aún con frío, los más experimentados elegían ubicación y sacaban lápices y pinceles. Los nuevos, más tímidos, esperábamos las indicaciones de Flores, Zabala y Chavarría para empezar nuestros trabajos.
Cuando llegó el mediodía, la terraza de un bar en la Plaza de Cervantes hacía las veces de improvisado taller. Allí Zabala desplegó sus materiales para que jugásemos con texturas y técnicas nuevas. La exposición de los cuadernos que realizamos al final del día daba buenas muestras de la productividad, imaginación y ganas de pintar de todos los presentes. Pocos huecos en blanco para una primera jornada que muchos recordaremos como la primera vez que pintamos en la calle o la primera vez que utilizamos el mismo grafito en polvo acuarelable que Zabala utiliza en muchos de sus cuadernos de viaje.
Dos semanas después, de vuelta a Madrid, en una minúscula calle frente a la Almudena, los cuadernos tenían otro aire. Habíamos aprendido a mirar de forma distinta la ciudad, sin el piloto automático con el que solemos recorrerla. Nos habíamos fijado en los detalles, los habíamos pintado en nuestros cuadernos. Habíamos plasmado estados de ánimo, sentimientos. Habíamos hecho anotaciones, pegado etiquetas y recortado papeles. Habíamos interiorizado la regla de los dos tercios, habíamos aprendido que se pueden pintar cuerpos sin cabezas y habíamos advertido que lo primero era la luz. En definitiva, habíamos creado cosas nuevas a partir de lo vivido con Zabala, Aparicio y Sagar. Porque como bien dice el maestro Enrique Flores, “el cuaderno, al fin y al cabo, es una disculpa”.