Manuel Vicent, nacido en Villavieja, Castellón, es escritor, periodista y galerista de arte, además de licenciado en Derecho y Filosofía por la Universidad de Valencia; cursó estudios de Periodismo en la Escuela Oficial, en Madrid. Colaboró en las revistas Hermano Lobo y Triunfo. En el diario Madrid inició su faceta de columnista político que continúa desde hace años en El País. Como escritor ha publicado narrativa, teatro, biografías, colecciones de artículos, entrevistas y semblanzas literarias, libros de viajes, de gastronomía, etc.
Como periodista obtuvo en 1979 el Premio González Ruano y el Francisco Cerecedo, en 1994, otorgado por la Asociación de Periodistas Europeos. En 1966 se le concedió el Premio Alfaguara por su novela Pascua y Naranja, que volvería a obtener en 1999 por Son de Mar. El Premio Nadal lo obtuvo en 1987 por La balada de Caín y unos años antes había sido finalista con El anarquista coronado de adelfas. Otros libros suyos, por citar solo algunos, son Tranvía a la Malvarrosa, León de ojos verdes, Contra Paraíso, La novia de Matisse y Jardín de Villa Valeria. Su último libro, de este mismo 2011, es Aguirre, el magnífico.
En cuanto a Ángel Sánchez Harguindey (Madrid, 1945), estudió Periodismo y, tras colaborar en diversas editoriales (EstiArte y Elías Querejeta Ediciones) y medios de comunicación diarios y semanales entró en la plantilla del diario El País, a la que pertenece desde su fundación en 1976. Empezó como jefe de la sección de Cultura, fue responsable del suplemento cultural Babelia durante ocho años, redactor jefe de El País Semanal y redactor jefe de la sección de Opinión. En la actualidad es adjunto a la Dirección. Ha publicado Memorias de sobremesa. Conversaciones con Rafael Azcona y Manuel Vicent.
CAPACIDAD DE OBSERVACIÓN Por Ángel S. Harguindey Prácticamente toda la obra, y casi se podría decir que la vida, de Manuel Vicent se basa en su extraordinaria capacidad de observación y en su no menos extraordinaria capacidad de narrar lo visto. Añádase a eso una cultura que arranca desde su juvenil admiración por Baroja y La Codorniz hasta Thomas Bernhard y los presocráticos, cultura que no ha dejado de enriquecerse a lo largo de los años; añádase también la sabiduría estilística que aporta el ejercicio del periodismo de los diarios en los que la síntesis es la reina de la casa como lo demuestra domingo tras domingo en sus escasas 300 palabras de la última página de El País, más un chorro de ironía y una corteza de desmitificador distanciamiento y el resultado es un cóctel irrepetible que no dudaría en calificar como uno de los más sabrosos de la literatura española contemporánea. Vicent ha sabido unir magistralmente la literatura con el recuerdo, la ficción con la memoria, y si para muestra basta un botón les recomiendo muy sinceramente que lean su obra, León de ojos verdes, en la que la recreación de un verano de 1953 en Benicàssim permite al lector asistir a un desfile de personajes e historias a cada cual más sencilla y emocionante. Por su novela, por todas sus novelas, discurre la vida con la sencillez que sólo consiguen los muy sabios, con un formidable equilibrio entre los sentimientos, sublimes o mezquinos, más constantes en el ser humano vistos desde la cotidianeidad. Su prosa describe un concepto de la vida muy similar a una montaña rusa: cuando el lector cree que la narración está alcanzando el clima de un crepúsculo de Friedrich, la siguiente frase de Vicent le sitúa en una timba de póker con burlangas y marquesas en sillas de rueda. |
Madrid. Fundación Juan March. Castelló, 77. Salón de actos. 19.30 horas. Entrada libre.
- Martes, 8 de marzo. Manuel Vicent. Una travesía literaria.
- Jueves 10 de marzo. Manuel Vicent en diálogo con Ángel S. Harguindey.