Casi no se le nota, aunque la delata el antifaz blanquecino que le circunda los ojos. Las gafas, imprescindibles frente a las grandes nieves, han dejado su huella sobre un rostro trabajado. Sobre un cuerpo que «sabe sufrir casi hasta el límite». Sobre una persona a menudo embarcada en retos utópicos para el común de los mortales, –el próximo 4 de abril parte de nuevo hacia el Everest, ella dice Éverest remarcando la tilde en la E inicial como si quisiera estirar todavía más la macrodimensión del gran rey de las alturas–, para, también en un desafío con pocos precedentes, intentar coronarlo sin oxígeno de apoyo. «Mi primer ochomil fue la única ascensión que hice con la ayuda de oxígeno artificial. Ahora, 10 años más tarde, voy a cerrar el círculo y pretendo sumar mis catorce ochomiles sin oxígeno». Ella concreta su relación con el alpinismo en «alegrías y sufrimientos, subidones y pérdidas personales». Una forma de vivir que no cambiaría por nada, «porque la montaña, como el arte, es pura pasión».
Y lo razona…
El arte es muchas cosas y entre ellas la pasión ocupa un lugar fundamental. A la montaña le pasa mucho de lo mismo. Cuando pensamos y vivimos ese mundo estamos refiriéndonos a muchas cosas y, entre ellas, la pasión está presente con toda su fuerza. Sin pasión no hay arte y dudo mucho que podamos hablar de la montaña sin esa entrega.
¿También creatividad?
Cada ascensión es distinta. No sólo porque lo sea cada montaña y cada cumbre, sino porque también es diferente la forma de enfrentarse a cada una de ellas. Si le llamamos creatividad a la forma nueva de abordar las situaciones que se dan en cada ascensión, está claro que ese elemento forma parte del alpinismo. Yo asocio cada cumbre a una música determinada. Cada ochomil ha tenido una canción concreta, marcada por el momento y por el estado de ánimo. Temas diferentes que a veces son cañeros, cañerísimos, y otros muy tranquilos. El K2, por ejemplo, está unido a una canción de Fito y los Fitipaldis. No oigo música cuando estoy subiendo, porque a la montaña hay que escucharla, estar muy atento, porque ella te habla y te va avisando de muchas cosas, pero en los momentos de descanso es casi imprescindible.
¿Cuál ha sido el coste personal de todos estos años entregados a la montaña?
Muy grande. Para alcanzar los 14 ochomiles he tenido que dejar de lado muchas cosas que no hubiera dejado en otras circunstancias. ¡Claro que he tenido muchos problemas que no hubiera tenido si me hubiese dedicado a otra cosa! Si miro para atrás veo muchas cosas duras, pero si hago balance me siento totalmente segura de que todo esto ha merecido la pena. Me siento alpinista, realizada por decirlo así, convencida de lo que soy y de lo que hago. He dejado atrás muchas dudas y momentos muy tristes, muy duros, de los que no reniego, porque también han sumado en este camino y acaso más que las alegrías.
En un mundo, como el del alpinismo, por decirlo de alguna forma, muy «masculinizado», ¿le ha aportado alguna ventaja ser mujer?
Las mujeres nos adaptamos a casi todo igual que los hombres. Es una cuestión de carácter personal. No creo que tengamos ventajas. Pero sí creo que somos sufridoras, acaso sepamos convivir con el sufrimiento mejor en algunas circunstancias. Físicamente nunca seré como un hombre por el simple hecho de que no soy un hombre y estoy, estamos, hechos de modo diferente. Pero acaso la capacidad de sufrir nos aporte alguna ventaja.
¿Cómo se definiría Edurne Pasaban?
Siguiendo con lo del sufrimiento, creo que sé sufrir. Sé sufrir mucho. Tengo una capacidad importante para aguantar el dolor y todas esas cosas que surgen en las situaciones extremas en las que a veces nos coloca el alpinismo. También soy muy constante y muy cabezona. Cuando me empeño en algo intento por todos los medios conseguirlo. Esa constancia y esa cabezonería me han venido muy bien.
La imagen de deportista de élite se asocia a marca, a objetivo final. ¿Cuándo asciende disfruta de la montaña?
Estamos hablando de reto. Cuando me propuse escalar todos estos gigantes lo hice como un reto puro y duro. Quería vivir de la montaña y desde hace unos pocos años lo he logrado. Doy conferencias, cursos, charlas, escribo, etc. El reto era en principio poder llegar a vivir de lo que más me gusta. Quería escalar montañas, algo que me produce un enorme placer, lo que también me permitía algo que me apasiona: viajar. Dicho ésto, claro que disfruto al tiempo que asciendo, aunque las dificultades que plantea la ascensión de un ochomil no permiten demasiadas contemplaciones. Es evidente que no estás de paseo, pero provoca otro tipo de placer.
Al alcanzar tantos retos, tantas cumbres inaccesibles, ¿se desgasta la ilusión?
Tengo muy claro que eso a mí no me sucede. Próximamente iré de nuevo al Everest y tengo la misma inquietud, la misma ilusión que cuando lo subí por primera vez en el año 2001. Tengo tanta o más ilusión que entonces.
¿Tampoco se produce un vacío tras alcanzar esos retos?
Cuando completé el último de los 14 ochomiles pensé que iba a tener un bajón, que iba a tener ese vacío que comentas. Tenía un poco de vértigo a eso de que se acababa un ciclo. Porque durante 10 años no he hecho nada más que encarar una cumbre nueva cuando había superado la anterior. Nada más acabar una, ya estaba con el proyecto de la siguiente. Pero no fue así. Soy un persona que se plantea muchos retos en muchos aspectos de la vida, no solo en el tema de la montaña. Me dedico también a otras cosas, como colaboraciones con escuelas de negocios, conferencias… Tengo diferentes caminos y diferentes objetivos y eso ha hecho que lleve muy bien el bajón de ritmo en relación con la montaña. No tengo esa sensación de vértigo. Además, sigo en ello y ya estoy embarcada de lleno en la nueva ascensión.
Se hace inevitable hablar de la muerte…
Cuando alguien habla de que a tal o cual alpinista lo abandonaron y lo dejaron morir, que nadie le ayudó y que falta solidaridad en la montaña siempre le contesto que hay que tener muchísimo cuidado a la hora de hacer ciertas afirmaciones, como hay que ser muy prudente a la hora de acusar a alguien de doparse. No se pude opinar si no se vivió la situación y estamos hablando de situaciones extremas en las que a veces, desgraciadamente, no hay nada que hacer. La muerte y la idea de la muerte están presentes pero no se hablan. Todos somos muy conscientes de ese tema y sé que cuando el 4 de abril parta al Himalaya y me despida en el aeropuerto de mis padres pensaré que lo que quiero es volver sin que pase nada y estar con la gente que quiero. Pero lo pienso una vez, no constantemente, porque si fuera así estoy segura que ni yo ni la inmensa mayoría de los alpinistas que afrontamos retos importantes lo haríamos. No tengo recuerdo de ninguna conversación sobre la muerte en el campo base de ninguna de las expediciones en las que he participado; ninguna. Por supuesto, se habla de las dificultades que esperan, de los pasos más complicados y de qué y cómo hacer si ocurre algo, pero no se menciona a la muerte.
¿El libro Catorce veces ochomil resume todo lo que Edurne Pasaban tiene que contar?
Después de lo vivido todos estos años, todo el mundo me decía que tenía que escribir un libro. Pero yo no sentía esa necesidad. Seguramente tenía muchas cosas que contar pero el hecho es que yo no lo sentía así. Cuando completé los 14 retos que tenía planteados y me propusieron escribirlo fue el momento en que pensé: bueno, quizá ahora sí ha llegado el momento, porque sentía que ahora podía contar una historia con un principio y un final. No es el final de una carrera deportiva, pero sí el final de un ciclo. El libro tenía sentido. Quería escribirlo como cuando escribo mis notas en mi web, pero no sabía si sería capaz de escribir tantas páginas, por lo que he contado con la colaboración de Josep Maria Pinto, con el que he pasado mucho tiempo y me ha soportado mucho hasta llegar a plasmar todo lo que quería decir. Todo lo que sentía la necesidad de contar. Está escrito en primera persona y he contado desde el principio hasta el final. No es ni pretende ser un libro técnico sobre alpinismo, porque de esos ya hay muchos. Es la historia de mi vida en estos 10 años, con sus momentos buenos y otros no tan buenos. La historia de una persona que, como todo el mundo, pasa por distintas situaciones, con sus miedos, sus amores, sus frustraciones, sus logros, sus alegrías…
A título personal, ¿tan importante es ser la primera en alcanzar todos los ochomiles?
Es importante y no lo es. Cuando estaba terminando el libro que acabo de presentar saltó la polémica y la duda sobre la ascensión de la coreana Oh Eun-sum. No hay ninguna entidad que determine quién es el primero y quién no, pero parece que la cosa ha caído por su propio peso, pues la Federación Coreana y la periodista Elizabeth Hawley, que es una de las referencias indiscutibles a la hora de validar las grandes ascensiones, y la página Explorers Web, han declarado muy serias dudas, cuando no la certeza, acerca de que Miss Oh no alcanzó la cumbre del Kangchenjunga. Parece que le faltaron 10 metros de desnivel y hay que tener en cuenta que allí arriba 10 metros pueden ser muchos metros de recorrido; muchos metros de distancia. Una cosa es la distancia y otra muy distinta el desnivel. En cualquier caso, y como he dicho muchas veces, íntimamente no me cambia nada ser primera o segunda. Desde luego, «vende» más que se me considere «vencedora», pero para mí el verdadero triunfo es otro. Es verdad que en este tiempo he puesto todo el esfuerzo en el logro de un hito concreto: llegar a subir todas esas montañas; pero la auténtica victoria reside tanto en el esfuerzo como en el premio. La madurez y el crecimiento en todos los sentidos que a título personal este desafío me ha aportado no tiene precio.
¿Cambiaría algo de todos estos años?
Bueno, siempre hay cosas que una quisiera haberse ahorrado, pero, después de todo, y al hacer balance de todo lo sucedido y el esfuerzo que me ha costado, la verdad es que no cambiaría nada de mi vida. Al hacer balance puedo decir que soy una persona razonablemente feliz.
Y concluye, como no podía ser de otro modo en ella, a la hora de los balances, hablando de amores y entregas…
Amo la montaña. Me ha hecho sentir lo que soy y ha dado sentido a lo que hago. Es muy dura y no perdona, también te quita, pero aún así no podemos evitar llevarla siempre en el corazón. Sentimos por ella una tremenda gratitud porque, sobre todo, nos da, nos forja el carácter. Es el escenario en el que he crecido y en el que he aprendido a vivir.
Mujer de altura Edurne Pasabán [1] es ingeniera técnica industrial y MBA por ESADE. Se enganchó a la montaña a los 15 años animada por su primo Asier, que posteriormente ha sido compañero de cumbre en varios ochomiles. Un año después ascendió el Montblanc y varios picos de los Andes, para enfrentarse a su primer reto en el Himalaya, el Dhaulagiri, que intentó sin hacer cumbre en 1998. En el año 2001, a los 28 años, siendo todavía una desconocida en el mundo del alpinismo, formó parte de una expedición que alcanzó el Everest. Al año siguiente hizo cumbre en el durísimo Malaku. En 2003 enlazó tres cimas míticas: el Lhotse y los dos Gasherbrums, un logro que la encumbró definitivamente como una de las mejores alpinistas de la historia. En 2010, al coronar el Shisha Pangma, que se le había resistido en cuatro ocasiones, y el imponente Annapurna, culminó su reto: completó las 14 cumbres más altas del planeta. Siempre ha destacado que en este logro juegan un papel esencial sus compañeros de escalada. «Sería estúpido otorgarme más mérito del que tengo. Cierto que estuve allí, pero ha sido posible gracias a todo ese equipo tan fantástico que me ha arropado y ayudado en todo momento». Tiene en la bicicleta (de montaña, ¡claro!) una gran aliada a la hora de entrenar. Cuando no está escalando vive en San Sebastián, a donde ha regresado el pasado noviembre. Antes, durante algunos años, vivió en Barcelona. |