Soslaya la palabra cansancio, aunque confiesa que lleva cinco meses trabajando 16 horas diarias, encerrado en Chile, para ultimar su nueva película, Poesía sin fin. Además hace unos días tuvo un pequeño accidente doméstico del que guarda cinco puntos en la frente y un brazo «tocado». «Pero este dolor me acerca a mi obra, pues me permite pasar del pesar a la euforia del vivir».
Jodorowsky refiere que en su infancia la lectura de cuentos «le impidió morir», ya que encontró un alimento que le hizo evadirse de su difícil existencia. Desde entonces le gusta crear cuentos: cortos, largos, sabios o locos, «algo que siempre he hecho y que seguro seguiré haciendo hasta el final porque los cuentos han vertebrado mi vida y mi trayectoria como escritor».
En 2005 publicó El tesoro de la sombra, una antología ahora inencontrable. Su afán cuentista lo ha llevado a revisar y ampliar aquella compilación hasta prácticamente duplicar el volumen.
«Porque la vida es un puro cuento y vivimos en medio de un gran cuento», recopila ahora todos los relatos cortos surgidos de su multifacética inventiva bajo el título La vida es un cuento (Siruela) [1]. Como se apuntó en la presentación del libro en Madrid, cristaliza en sus páginas la sabiduría de un escritor que, cuestionándose sobre el sentido y lo absurdo de nuestro mundo, intenta aportar una divertida y surrealista lección vital.
«Si la vida es una ilusión, elijamos las ilusiones más bellas»
¿Considera que los cuentos son hoy tan importantes como lo fueron en otras épocas o han sido sustituidos por otros formatos que llegan más a la gente joven?
La técnica es técnica. Depende cómo la uses. La técnica no limita nada. Vivimos en el cuento. Sobre una colección de cuentos más o menos feroces. Las leyes también son cuentos. Cada vez que haces una ley sobre la honestidad, creas ladrones. El narcotráfico es un cuento que viene de Estados Unidos; las fronteras son cuentos. No hay nada en nuestra cultura que no sea un cuento. El formato es lo de menos. Lo que importa es que lo que se cuenta llegue al lector, sea niño, joven o adulto. Puedo contar muchos cuentos.
Por ejemplo, te puedo hablar de aquel que se fue a una roca y viajó por todo el mundo y escribió un libro que se llamaba el Corán. Era un hombre de 40 años al que alimentaba una mujer. Era un mantenido que de pronto se iluminó. ¿Y qué es iluminarse?… Pues no lo sé. Todo un gran cuento. La Biblia también es una colección de cuentos bastante feroces, cuando no crueles. Si la vida es una ilusión, elijamos las ilusiones más bellas. Hagamos cuentos bellos. Es muy bonito lo que nos queda por ver. Lástima que no me queden cien años para comprobarlo.
¿Como está? ¿Cómo se siente?
Soy un anciano que se acerca a los 90 años. No lo puedo creer. Lo pienso y me digo «no puede ser», pero es. Para hacer esta colección de cuentos me inspiraron dos cosas: el móvil que uso y un bonsái, ese pequeño árbol japonés. Me regalaron un pequeño arbolito, lo puse en casa sabiendo que tenía que cortarle las hojas y las ramas para que no creciera y me empezó a dar pena. Decidí no podarlo más y dejarlo crecer para ver qué pasaba. Aquello empezó a crecer y a crecer y se veía que era feliz creciendo. Era un bonsái liberado. Empecé a pensar que el ser humano es como un bonsái. Estamos presos de ciertos sistemas familiares, sociales, culturales… Tenemos nacionalidades, edad, ideas, religiones, idiomas, prejuicios… Estamos encerrados; somos prisioneros.
Respecto a cómo me siento, yo no me propuse envejecer. Simplemente un día me miré en el espejo y me vi viejo. Hay que asumirlo para seguir viviendo. Mi primer trauma fue cuando tenía cuatro años y un cura me dio una medallita con la que yo fui feliz. Cuando mi padre, que era comunista, estalinista y ateo la vio, la tiró al váter y me dijo «Dios no existe, y cuando te mueres, te pudres y no hay más». Me transformó en un neurótico hasta los 40 años. Me quitó cualquier tipo de aspirina metafísica. Entonces empecé a buscar cómo salirme de esta angustia. En eso sigo, y he llegado a la conclusión de que Oriente y la India tienen muchas tablas de salvación. Mientras ellos van llegando a nuestra pudrición del dólar, nosotros iremos llegando a su espiritualidad. Va a ser un intercambio.
Y lo del bonsái, ¿por qué?
Entonces miré a mi teléfono y vi que era un bonsái revisado, pues contiene todo. Es un aparato que contiene fotografías, cine, música, vibraciones… Es múltiple, como el ser humano, que también lo es. Hay una carta del tarot, El Loco, que dice que todos los caminos son mi camino. Como escritor me dije «soy un bonsái liberado, soy el rectángulo sagrado que es un móvil». El rectángulo da origen al número de oro y la armonía de la naturaleza se representa por un rectángulo. El teléfono es un móvil, como tú, como yo, porque el que no es móvil se está muriendo. La conciencia también es un móvil que está expandiéndose como el universo. Quiero ser móvil.
Este libro lo inicio hablando de la eternidad, de la espiritualidad, y lo concluyo con un relato pornográfico. Ambas cosas existen. Ambas cosas, la eternidad y el sexo, tienen importancia. Decidí ser transpersonal, pues quiero romper eso de que la persona tiene que estar encerrada en su nombre y en su estilo. Rompamos esa idea. No quiero tener estilo, quiero tener todos los estilos. Ese es el juego en el que estoy y en el que quiero sentirme. Somos víctimas del dólar. El cine es el dólar, la literatura es el dólar. Soltemos el dólar. Escribamos por el placer de escribir, se venda o no se venda. Quiero ser un bonsái liberado. Y móvil.
(De pronto se para. Detiene su discurso y con cara de ingenuidad se disculpa. «Perdonen tanta palabra; me entusiasmé. Pero a esta edad pensar y decir lo que uno realmente piensa es un placer. Es divertido pensar y no hay que asustarse de los pensamientos, sean cuales sean».)
«La labor de un artista actual es ser optimista»
Habla usted de los nacionalismos como otra de las jaulas en las que estamos atrapados.
Hoy me levanté con la idea de que las guerras son un negocio encubierto por banderas. Las banderas patrias cubren mercaderías. Soy una persona planetaria, cósmica. Sé que estoy viviendo en un planeta que es una unidad y sé que los países son multiplicidad. Pero tarde o temprano vamos a estar todos mezclados en una raza única por la ley de la naturaleza. La tradición se va a conservar en un museo con mucho respeto y amor, pero vamos hacia un lenguaje único. A eso vamos, a una mezcla.
Ha escrito usted mucho sobre la muerte. En este punto de su vida, ¿qué es para usted la muerte?
Le preguntan a un maestro «¿qué hay después de la muerte?» Él responde, «no lo sé, aún no me he muerto». No sé lo que es la muerte, pero la acepto. Me calmó mucho aquello que dijo el rabino respecto a que tú te duermes en la noche y te despiertas en la mañana y en realidad no sabes cuánto dormiste. La muerte debe de ser así. Te duermes y cuando te despiertas sabrás si hay algo. Inmediatamente lo vas a saber. A la sociedad actual le importa que muramos para que el negocio continúe, por eso hay tantos cigarrillos.
La jubilación es una guillotina. Toda la vida para liberarse del trabajo y cuando se liberan del trabajo empiezan a morirse porque la gente no sabe qué hacer. Pero cuando vivamos muchos más años, que es lo que sucederá en el futuro, tendremos que descubrir otros entretenimientos para descubrir qué hay dentro de nosotros, porque tenemos millones de neuronas. El cerebro es algo tan misterioso como el cosmos.
(De pronto le suena el móvil. Vuelve a detenerse y comenta: «Perdone, pero siempre me llama Dios cuando estoy hablando para decirme «Cállate y deja de delirar»».)
Pese a lo que estamos viendo, sostiene usted que el mundo va a mejor. ¿Considera que, pese a todo, hay razones para el optimismo?
Esto es igual que cuando alguien sufre. Yo he hecho mucha terapia y he podido convencerme de que si tú sufres con el que sufre le agregas sufrimiento. Si tú sufres con y por el mundo no haces otra cosa que añadirle sufrimiento al mundo. Todas estas teorías de que el mundo se va a acabar son consecuencia de que las guerras son un gran negocio y necesitan mantenernos aterrados. Si tú te aterras colaboras a esa situación tan indeseable. Los Baudelaire, Kafka o Dostoievski dieron, tenían que dar, una imagen negativa de todo o casi todo, y presentaron imágenes destructivas del mundo. Pero ahora los artistas no necesitamos incidir en eso porque todo el mundo lo sabe. No hay nadie que esté contento en este mundo. Por eso creo que la labor de un artista actual es ser absoluta y totalmente optimista. Eso es lo que hay que ser. No aceptar esta visión del mundo negativa que nos presentan.
«La función del arte es descubrirnos el alma interior»
¿Y cómo ve el mundo del futuro?
No se va a acabar el mundo. Un día se acabarán las guerras y se acabarán los políticos ladrones y toda esta porquería. Prefiero pensarlo así. Vamos a llegar a una civilización agradable y a recuperar la alegría de vivir. Vamos a cambiar también esa separación terrible entre un mundo masculino y otro femenino. Vamos hacia la unión. Quiero pensarlo así y por eso defiendo esta idea que a algunos parece una locura. Vamos a vivir la vida que los seres humanos, como tales, merecemos. Hemos mejorado mucho ya en este trayecto. No hay más que compararnos con un mono. Hemos cambiado para bien. Todo cambia y seguirá cambiando.
Es usted especialmente crítico con los políticos.
Por supuesto. No nos podemos permitir 30.000 años de supuesta civilización para llegar a esta porquería actual. Para mejorar hay que pensar en las generaciones que vienen. Cambiar la educación desde las guarderías. Dejar de envenenar a los niños con racionalismos. Hay que cambiar las escuelas y las universidades. Porque el ser humano no es sólo mente; no es sólo cerebro; es también corazón, sexo y cuerpo, y todo eso se tiene que manifestar y fraguar. No tendremos más presidentes, porque los presidentes no son nada. Son muñecos de ventrílocuos servidores de la economía. Son incapaces de cambiar el mundo. ¿Cómo no voy a ser totalmente crítico?
En el cambio que usted propugna, ¿cual es el papel del arte?
Yo me planteo continuamente qué es el arte y para qué sirve el arte. Yo luché para tener un nombre como artista, ser famoso, etc. Tuve suerte y ya lo disfruté, pero… ¿de qué me sirvió? Se me murió un hijo a los 24 años por una sobredosis y ahí me desperté: nunca más voy a hacer un arte ególatra, narcisista o comercial. Voy a hacer arte para, en primera instancia, descubrir qué es lo que tengo de transpersonal. La belleza del ser humano radica en que lo que encuentre dentro de sí mismo lo utilice para que el espectador, el lector, el público, lo vea para despertar la belleza en el otro. No para que me admiren, sino para que aflore lo que tengo dentro y acaso no sabía que lo tenía.
La labor del arte es descubrirnos el alma interior. El contacto con el arte y con la conversación artística es que sales distinto. Te aportó algo que hace que te liberes del enclaustramiento y te abre nuevas fronteras, nuevas posibilidades. El arte tiene que abrir fronteras. Tiene que ayudarte a descubrir cuál es tu bandera personal, eso que te hace distinto. Lo que propugna el «todos iguales» es una doctrina venenosa que el arte tiene que romper. Hay que defender el «todos colaborando», pero cada uno diferente. Nuestro valor radica en conocer qué tengo de distinto. He venido al mundo para dar mi punto de vista porque nadie en toda la eternidad tendrá exactamente el mismo. El arte me permite expresar mi sagrada individualidad.
Por último: y de la vejez, ¿qué?
Interiormente no tengo edad. La edad es un envejecimiento corporal, pero no un envejecimiento mental. Si sigues creando, liberándote y viviendo la vida, no envejeces. Estar en expansión hasta el último momento de tu vida. No hay edad cerebral. Hay enfermedades cerebrales. Yo a los 74 años encontré a la mujer de mi vida. Después de una larga vida en la que tuve hijos y demás busqué y encontré a la persona que, a mi lado, me ayudara a vivir. Tiene muchos menos años que yo, pero me lancé a la aventura de crear una pareja. Le dije «yo no quiero ser el bisabuelo de mis hijos», por lo que no podemos tenerlos, pero tenemos que crear algo juntos, porque una pareja es crear algo entre dos. Decidimos crear entre los dos a un pintor y eso hicimos. Así nació Pascale Alejandro, la unión de su nombre y el mío. Ella puso el color y yo el dibujo. Lo empezamos a hacer y fuimos felices. En eso seguimos. El centro de la exposición que tenemos abierta en Burdeos está formada por los cuadros que creamos como pareja. Son nuestros hijos. No hay que limitarse. No hay edad. Hacer feliz a alguien comporta una gran felicidad. Eso no tiene edad.
[2]El autor
Hombre de múltiples facetas, Alejandro Jodorowsky ejerce como escritor (novelista, dramaturgo, poeta y ensayista), cineasta y director de teatro, tarólogo, terapeuta, actor, escultor, músico y pintor.
Judío-ucraniano de origen, chileno de nacimiento y nacionalizado francés desde 1980, Jodorowsky ha creado dos técnicas terapéuticas que han revolucionado la psicoterapia. La primera de ellas, la psicogenealogía, sirvió de base para su novela Donde mejor canta un pájaro, y la segunda, la psicomagia, fue eje, entre otras obras, de El niño del jueves negro. Esta técnica conjuga los ritos chamánicos, el teatro y el psicoanálisis con el objetivo de provocar una catarsis curativa en el paciente.
Fundador, junto a Roland Topor y Fernando Arrabal, del Grupo Pánico, su autobiografía La danza de la realidad desarrolla y explica estas dos técnicas. La obra ha sido llevada al cine recientemente en una película homónima dirigida por él mismo [3].
Autor que indistintamente escribe en francés y en español, también ha publicado en España, entre otras obras, Cabaret místico, La vía del tarot, Psicomagia, Yo, el Tarot, El maestro y las magas, Manual de Psicomagia, El tesoro de la sombra, Evangelio para sanar, Teatro sin fin, y ahora, la compilación de todos sus relatos bajo el título La vida es un cuento.