Desde pequeño le había interesado la imagen –también la literatura y la música– pero ni dibujaba, ni pintaba bien, ni tocaba ningún instrumento de forma defendible… «Hasta que cayó una cámara en mis manos y todo empezó a cobrar sentido para mí», explica Madoz.
Es de esos fotógrafos que sigue trabajando ‘en químico’: cámara analógica, revelado en laboratorio, manipulación artesanal, y en blanco y negro. «El proceso tradicional tiene una relación muy estrecha con el propio discurso de mis imágenes. El blanco y negro es atemporal, me interesa esa distancia con el tiempo y hacer algo que no se pueda relacionar con un momento concreto». Con estos ingredientes, Chema Madoz ha ido confeccionando desde los años 80 una obra cercana al Surrealismo y a la poesía visual, donde los objetos nunca son lo que parecen o parecen lo que no son.
A pesar de descubrir su vocación de forma tardía –cuando realizó su primera exposición con 27 años apenas llevaba seis haciendo fotos–, es uno de los nombres más destacados de la fotografía española contemporánea. Sus imágenes, dignas de reconocimientos como el Premio Nacional de Fotografía del año 2000, forman parte de algunas de las colecciones más importantes del mundo y han sido expuestas en numerosas galerías y museos internacionales.