Angélique lleva toda su vida trabajando en un cabaré cercano a la frontera entre Francia y Alemania. A sus 60 años le sigue gustando la fiesta y no se plantea renunciar a ello. Un día, un antiguo cliente le pide matrimonio. La oportunidad de sentar la cabeza se presenta colmando de dudas la mente de Angélique. Abrazar la estabilidad que nunca le dio a sus hijos y arriesgarse a perder su libertad… Todo es demasiado complicado.
La sobria puesta en escena, un planteamiento sin juicios en el que se deja respirar a sus intérpretes (no profesionales), destaca en una cinta cargada de una veracidad que va más allá de ese «inspirada en hechos reales».
Para desentrañar los entresijos de un proyecto tan honesto como personal, nos citamos con una de sus directoras, Claire Burger.
¿Cómo surge el proyecto?
Es una historia un poco larga porque esta película no es solo una película, es una aventura humana. Somos tres directores y habla de nuestro círculo más íntimo, de la familia de uno de los directores. Por tanto no es una idea que llega un día así, de repente. Samuel (Theis) y yo somos originarios de la región de Lorena, en la frontera con Alemania. Nos conocemos desde hace muchísimo tiempo y conozco también a su madre desde hace mucho. Ambos decidimos ir a París. Él fue a una escuela de interpretación y yo a una de cine. En la escuela conocí a Marie (Amachoukeli), la tercera directora. Desde el principio, Marie y yo trabajamos en varios cortometrajes en los que siempre filmábamos gente de verdad, personas que no eran actores profesionales, y muy a menudo en la frontera entre realidad y ficción, a veces personas que contaban su propia historia.
Cuando terminamos la escuela, hicimos un cortometraje en el que Samuel tenía el papel principal. La idea de esa película era hacer el retrato de la familia de Samuel para hablar de la región donde habíamos nacido. Es una película en la que ya Angélique (Litzenburger) tenía un papel. La película tuvo muchísimo éxito, fuimos a Cannes, ganamos premios, y sobre todo nos dimos cuenta de que el personaje de Angélique gustaba e intrigaba mucho a la gente. Creo que, para Samuel, la experiencia de hacer una película con su familia, de interpretar con sus familiares cercanos, fue algo que le marcó mucho, y enseguida tuvo ganas de volver a empezar, llegar más allá, profundizar en la historia… ¿Y por qué no hacer un largometraje? Marie y yo habíamos trabajado en otras películas y un día Samuel nos dijo «Mi madre se va a casar. Quizá sería un buen punto de partida para contar la historia de Angélique». Nos propuso que hiciéramos la película con él, y así es como nació la historia.
La frontera entre documental y ficción es difusa en la película. ¿Cómo se enfocó el tratamiento?
Creo que al mismo tiempo era especial porque la idea no es tanto que se inspire en hechos reales, eso es bastante normal en las películas. Lo que era especial era pedir a la gente que interpretara sus propias vidas en la película, porque requería una cierta exposición y nos exigía mucha responsabilidad en la escritura. Conllevó un trabajo importante para tratar de ser fieles a su personalidad, por una parte, pero también ser fieles al itinerario de Angélique. No podíamos permitirnos contar cualquier cosa de cualquier manera, pero al mismo tiempo había que hacer una historia, una ficción, algo que pudiera tener un alcance universal y que planteara cuestiones existenciales. No podíamos quedarnos en lo anecdótico o en la terapia familiar.
Por tanto, todo el trabajo de la escritura fue estar en esta línea, sobre todo guiada por el respeto por las personas que íbamos a filmar. Se trataba de contar una historia desde el respeto, y esta exigencia, esta obligación, es muy constructiva. Cuando estás manipulando personajes completamente ficticios tienes más tendencia quizá a autorizarte cosas más radicales. Aquí, como era gente de verdad, al mismo tiempo era difícil y exigente, pero también interesante y constructivo.
«Le pedíamos a los actores que creyeran en la situación que proponíamos»
¿Cómo ha sido el trabajo con actores no profesionales?
Tenemos la costumbre de decir que es una improvisación controlada, porque la idea no es dejar que la gente haga lo que quiera, filmarles desde lejos y robar imágenes. En la base hay un guión, escenas escritas que hay que interpretar, pero como son actores no profesionales no hubiera tenido ningún interés darles un texto y pedirles que se lo aprendieran. Les habría limitado demasiado y estropearía lo que en el fondo puede ofrecer la espontaneidad, la autenticidad.
Por tanto, la idea que trabajábamos con ellos era que para cada escena no tenían diálogos que aprender, solo les explicábamos las reglas del juego, como niños que juegan a los médicos. Les pedíamos que creyeran en esa situación como si fueran niños. Ahí proponían cosas y nosotros luego íbamos dirigiendo en cada toma para tratar de aproximarnos lo máximo posible a la escena que nos habíamos imaginado al principio, pero todo esto sin que tuvieran la sensación de estar limitados, obligados por marcas en el suelo o un texto preciso. Pueden tener su propio lenguaje, se conserva su personalidad, su autenticidad, pero conseguimos escenas construidas que permiten seguir la dramaturgia.
Llama la atención ese tratamiendo tan sobrio del sexo, presente durante toda la película.
Formaba parte de esa zona del respeto. Para Angélique y su familia contar su historia personal no era algo que les diera vergüenza. No era fácil, pero tenía ganas de hablar de su historia, sus relaciones, su intimidad… Pero para Angélique, el momento en el que tiene pudor es cuando se trata el tema de la sexualidad. Por tanto era ahí donde debíamos tener más cuidado, ser más pudorosos.
«La libertad tiene un precio a pagar»
La figura de Angélique, ¿puede resultar icónica desde una óptica feminista?
Angélique es alguien bastante singular. Al mismo tiempo tiene la inocencia de un niño, una relación con el presente muy fuerte, y es alguien que no piensa en las consecuencias de lo que hace y no se proyecta en el futuro. El hecho de que sea como un niño la hace un poco frágil, pero al mismo tiempo tiene mucha fuerza porque le da mucha libertad, espontaneidad, y en cierto modo tiene una especie de generosidad en su presencia. Luego es más complicado. Hay una especie de egoísmo para ser tan libre, porque tiene consecuencias sobre su familia, sus relaciones…
No queríamos juzgar sus decisiones desde un punto de vista moral, pero lo que era interesante es que es un personaje extremo. Todos nos enfrentamos en la vida a cuestiones de compromiso, sacrificio para los demás. Ser libre es difícil porque a menudo encuentras problemas de compromiso respecto a los demás. Filmar a Angélique es filmar a alguien que lo lleva todo muy lejos, sus decisiones, desde el punto de vista de la libertad. Para nosotros lo interesante no era decir si aquello estaba bien o mal, sino tratar de demostrar lo que puede tener de hermoso, pero lo que puede tener de duro también, porque esta libertad tiene un precio que hay que pagar sobre su familia, pero también para ella. Al final hay una especie de soledad.
Sobre la cuestión del feminismo, no hemos pensado conscientemente «vamos a hacer una película con un mensaje feminista», pero está claro que lo que representa Angélique es tan especial como mujer, emanciparse completamente de las cuestiones morales en torno a la maternidad, la seducción y el trabajo en la industria del sexo, que el hecho de que lo asuma hasta ese punto y no se avergüence de sus decisiones puede ser emblemático de alguna manera para las mujeres.
Hay mucha naturalidad en la mirada, nada de señalar a Angélique.
La idea era no juzgarla por sus decisiones. Habría sido extraño decirle que hiciera de sí misma en una película en la que condenamos sus decisiones. De todos modos, nunca es muy interesante una película que condena a su personaje principal. Todo el interés de la experiencia de un espectador frente a una película es poder vivir una experiencia de vida, algo singular desde el punto de vista de alguien que no es él y poder entender las motivaciones del personaje y durante un momento cambiar de vida y ser alguien distinto.
De todos modos, nuestra sensibilidad como directores es feminista. Incluso el ser mujeres directoras es nuevo, no está tan extendido. Por tanto creo que el que nos atraiga un personaje como el de ella refleja lo que es nuestro feminismo.
«Vivir el presente permite no envejecer»
¿Seguiría funcionando Party girl si su protagonista fuera un Party boy?
Basta con imaginar que el protagonista sea un personaje masculino para que la película pierda todo su sentido. Para empezar no sería muy original. Un hombre que decide que su carrera es más importante que su familia ya está visto, uno que asume sus decisiones y al que no le afecta que le juzguen lo conocemos, un hombre que decide no comprometerse y se queda con el deseo puro también lo conocemos, incluso un hombre que abandona a su familia está más extendido. Lo interesante es darse cuenta de que, al final, sería el retrato de un cabrón.
Es interesante pensar que este itinerario para un mujer es muy particular y no hace que consideremos que es un personaje reprobable solo porque no es corriente. Para hacer eso hace falta un cierto valor, más allá de saber si está bien o mal.
Ya es la segunda vez que trabaja con Angélique Litzenburger. ¿Qué ha descubierto en ella?
Creo que Angélique tiene mucho talento como actriz, pero no estoy segura de que pudiera interpretar cualquier papel. Creo que tiene mucho talento para interpretarse a sí misma. No estoy segura de que deba hacer toda mi vida películas sobre el mismo personaje. Lo que es fascinante, y lo encontramos en su historia y su forma de interpretar, es su relación con el presente. A partir del momento en el que interpreta una escena está dentro, lo cree totalmente. Creo que es así en la vida, vive el instante. Es casi un monstruo, pero un monstruo fascinante, porque para todos nosotros a menudo es difícil estar tan en relación con el presente.
Es un personaje particular por eso, porque permite ver hasta qué punto el presente es fuerte, intenso y merece la pena agarrarlo, y vivir en el presente permite no envejecer, ahorrarse muchas preocupaciones del pasado, pero es verdad que de repente hay un cierto número de consecuencias, una especie de inseguridad y probablemente una cierta soledad.