Con pocos años, Grav se mudó a Málaga. Desde allí se trasladó a Madrid para estudiar Bellas Artes, que abandonó tras el primer curso. A partir de ese momento compró una cámara y comenzó a explorarla de manera autodidacta y, como confiesa, «por ego», utilizando su cara como un objeto del que extraer sensaciones y su cuerpo como material.

El giro a su carrera llegó apenas hubo dado sus primeros pasos. Con tan solo 19 años un blog de Estados Unidos publicó algunas de sus obras y, a partir de ahí, todo se disparó. Un año después fue elegida por la plataforma Flickr en su 20 under 20 como una de las 20 mejores fotógrafas menores de 20 años del mundo, lo que la embarcó en un viaje a Nueva York para participar en la muestra colectiva de los seleccionados. En ese mismo viaje un proyecto la llevó a Los Ángeles, donde reside actualmente, a caballo entre Estados Unidos y España.

A golpe de impulsos

A la hora de disparar su cámara, Grav se mueve a golpe de impulsos. «Nunca pienso cuando voy a hacer una foto. […] Busco un punto de interés muy concreto, pero todo lo demás intento que sea muy amplio para que luego en la posproducción me permita tirar por varios caminos si no me gusta uno».

Precisamente la posproducción es la parte más divertida del proceso fotográfico a sus ojos, el terreno donde juega de verdad, distorsionando rostros y cuerpos. Todo lo que sucede antes, el momento de apretar el botón de la cámara, se convierte en un acto poco ortodoxo en el que llega a iluminar las escenas con la pantalla del móvil y el ordenador o focos de bajo presupuesto.

A sus 22 años, Grav ha expuesto individual y colectivamente en Nueva York, Italia, Francia, Senegal, Taiwán y Portugal, además de España. Entre algunos de sus clientes están la HBO, Lexus y la discográfica Ninja Tune.

Su futuro no está escrito ni planeado. De momento, a la fotógrafa le apetece «investigar con otra gente» mientras trata de desentrañar el mecanismo que hace que sus obras lleguen al público.