Foster, icono viviente de la arquitectura universal, menudo, hiperactivo, locuaz y joven, muy joven a sus 75 años, despliega a lo largo de la presente conversación toda una sinfonía de registros: el científico-técnico inherente a su profesión, hombre minucioso que mide, sopesa y calcula. El artista que suelta la mano y dibuja las formas del aire, –“pongo sobre un papel en blanco todo lo que se me ocurre y vuelvo a intentarlo una y otra vez hasta plasmar lo que había soñado”–. El ecologista que evalúa materiales y líneas que ahorren energía y contaminación. El cósmico que confiesa tener un ojo en lo particular y otro enfocado al conjunto del planeta. El empresario de cuyos movimientos dependen los 1.400 profesionales que trabajan en su estudio. El comprometido. El seductor, muy atento a lo que su imagen y aspecto transmiten. El tenazmente rebelde, –“nada me estimula más que los que me niegan; estoy eternamente agradecido a los que me dijeron no porque he luchado por transformar su no en sí y a menudo lo he logrado”–. El innovador que rescata del baúl de lo desconocido formas nuevas para edificios nuevos y, por supuesto, el sólido registro de un luchador que no se rindió ante el cáncer, ni ante el infarto, ni ante quienes clínicamente le auguraron apenas tres meses de vida. Fue hace un par de años y Foster, hoy, sigue más en pie que nunca.
“No estoy dispuesto a renunciar a la dimensión poética de mi trabajo. Nunca me cansaré de buscar esa vertiente”. Son palabras salidas de una boca, la suya, que también ha manifestado reticencia a que el arquitecto se defina como artista.
Empecemos por hablar de nuestra repercusión sobre el planeta como seres humanos. Cada vez es más difícil encontrar lugares que no hayan sido modificados y alterados por nuestra mano. Hemos hecho ciudades y en las ciudades edificios y esos edificios los diseñan arquitectos, con lo que nuestra responsabilidad es muy grande.
Pero hemos de considerar muchos factores y, por supuesto, el ámbito de las emociones. En efecto, yo no estoy dispuesto a renunciar a mis emociones ni a mis sentimientos y, dentro de ellos, la dimensión poética juega un papel irrenunciable. Soy así y las cosas no son tan simples. Cuando digo que sospecho de los arquitectos que se autodenominan artistas me refiero a que en el trabajo de un arquitecto pesa mucho aquello que no le deja ser libre. Me refiero a los pesos, la gravedad, las resistencias, etc., etc. Claro que también un edificio es arte, pero es otras muchas cosas que deben ser consideradas a la hora de su diseño y construcción. Claro que hay artistas puros en arquitectura: ahí están las edificios de Le Corbusier o las obras de Gaudí, pero un edificio, además de lo artístico, tiene que albergar otros conceptos, como que sea adecuado para su función, que sea técnicamente seguro, la confortabilidad, etc.
«En ocasiones necesito la soledad y el silencio» |
Sin embargo, insisto, en ocasiones ha remarcado una especie de dicotomía entre arte y arquitectura, si es así ¿cómo concilia estos dos fenómenos?
Dicotomía no, pero a los arquitectos nos condicionan muchas reglas que no podemos saltarnos, en tanto los artistas son eminentemente libres. Todo es creación en ellos, en tanto en nuestra labor hay muchos más condicionantes. Toda acción racional, toda toma de decisión, todo proceso va también unida al deseo. Hay una serie de necesidades que hay que intentar satisfacer. Hay que satisfacer estas necesidades creando también una dimensión estética en lo que estás haciendo. Creo que esto se puede hacer de diferentes formas. Podemos poner el ejemplo de un aeropuerto y convertirlo en un lugar agradable y no en un infierno. Como arquitecto me propuse ayudar a acabar con esa pesadilla y, en cierto modo, reinventar esos espacios para que la terminal de un aeropuerto invite al paseo, a un cierto relax y que se sienta como un lugar en el que puedas desarrollar tu espíritu sin sufrir. Estábamos racionalmente acostumbrados a ver por encima de nuestras cabezas una serie de tuberías y maquinarias horribles que producían ruido e incomodidad. ¿Qué hemos hecho? Hemos invertido esta situación, con lo que en los aeropuertos que hemos hecho, todo lo desagradable que estaba a la vista ahora va bajo tierra, de modo que lo que tenemos ahora por encima es el cielo. Vemos si llueve, si hace sol, vemos las nubes y el cielo y no nos sentimos agobiados. Además, ahorramos energía, que es también una cuestión importante.
Es decir, cosas que dábamos por hechas, las cambiamos y el ejemplo que he puesto es claro en este sentido. Buscando satisfacer una necesidad hemos contribuido a crear un espacio más agradable, más artístico. Estamos conciliando arquitectura y arte de una forma natural, no forzada. No buscando únicamente el arte en sí mismo o una arquitectura meramente funcional.
¿Con qué termino acotaría su filosofía ante la vida?
Es imposible hablar de un solo término, pero si tuviera que destacar uno quizá me quedaría con “reinventarse”. Y hacerlo desde el optimismo porque siempre se puede ir un poco más allá. Eso supone asumir riesgos, pero en la vida es preciso asumirlos.
Reinventarse, que en los tiempos difíciles que vivimos acaso cobre mayor sentido…
En los últimos tiempos he estado implicado en tres proyectos, dos en Madrid y uno en Nueva York, en los que los arquitectos éramos también los contratistas. Esto forma parte de esa necesidad de reinventarse. Es una tendencia muy interesante. Hace poco colaboré con Luis Fernández Galiano que es, además, profesor, y al hablar de los arquitectos jóvenes me decía que en el momento actual es mucho más fácil para los profesionales desplazarse y que viajen de país en país. Esto tiene mucho calado porque siendo evidente que una parte del mundo está viviendo situaciones de recesión, otras partes son muy dinámicas. En otros lugares están pasando muchas cosas y hacen falta profesionales. Hay grandes oportunidades si estamos dispuestos a desplazarnos, a reinventarnos, hacia los lugares en donde está la acción. Las recesiones siempre son negativas y, muchas veces y para mucha gente dramáticas. Llenas de dificultades y problemas. Pero si observamos desde la perspectiva que da el paso del tiempo, las últimas situaciones de crisis y recesiones, las de los años 20 y 30 o la de los 70, vemos que también son épocas de grandes invenciones, de enormes descubrimientos y de importantes inversiones en infraestructuras. Muchas grandes obras y edificios emblemáticos se construyeron en esos períodos. Las épocas de recesión también son épocas de mucha energía y posibilidades. Estar abierto a reinventarse es siempre conveniente, pero acaso más en los momentos complicados.
«España cuenta con excelentes arquitectos. La arquitectura española tiene mucho talento» |
Avión, bicicleta, esquí…
(No deja el entrevistado que la pregunta concluya. Sonríe cómplice. Se abalanza sobre la respuesta).
¡Bien! Gracias por darme la oportunidad de hablar de estos objetos tan importantes en mi vida. (Vuelve Foster a sonreír mientras sin prisas hurga en su memoria). Desde siempre he estado fascinado por el vuelo. El primer dibujo que realicé de niño y del que tengo conciencia fue un avión con unas alas grandes. La altura me atrae. Ver el mundo desde arriba. Volar y ver el mundo desde allá arriba es una de las razones por las que practico el vuelo sin motor. Me gustan los puentes porque caminan sobre los paisajes y nos dan nuevas perspectivas desde la altura. La altura me aporta una dimensión poética de la que nunca me canso. El esquí de fondo es otra de mis pasiones. En ocasiones necesito la soledad y en el esquí de fondo la encuentro. Y la bicicleta, a la que debo tanto. Nací en un barrio humilde de Manchester. Al fondo de mi calle había un túnel y detrás de él un barrio distinto en el que había árboles y edificios muy distintos al del mío. Cogía la bicicleta, cruzaba aquel túnel y me trasladaba a otros mundos. Desde entonces montar en bicicleta es para mí una válvula de escape.
¿Y el silencio?
El silencio tiene que ver con lo que hablaba en la pregunta anterior. La vida te impone un ritmo muy alto y yo no soy precisamente una persona sedentaria. Por eso necesito en ocasiones la soledad y el silencio y el vuelo sin motor, la posibilidad de esquiar sobre un camino solitario o el montar en bicicleta y desconectar de la actividad diaria representan refugios irrenunciables. Volando, esquiando y montando encuentro silencio y sosiego.
Ecología y arquitectura, ¿qué le dicen esas dos palabras juntas?
Siempre digo que la arquitectura debería preocuparse más por todo lo que tiene que ver con la ecología y con la sostenibilidad del planeta. Es verdad que muchos profesionales estamos involucrados en la lucha frente al cambio climático, pero creo que deberíamos redoblar esos esfuerzos. Para mí es crucial a la hora de trabajar y de diseñar obras. Buscamos nuevos materiales, nuevas formas para los edificios, nuevos sistemas para manejar pesos y resistencias y lograr que el producto de nuestro trabajo sea menos contaminante. Estamos enfrascados en el proyecto de Masdar [1] en Abu Dhabi que supondrá la primera ciudad con nivel cero en emisión de carbono. Se pueden hacer muchas cosas en este sentido desde la convicción de que la arquitectura puede y tiene que contribuir a que la vida sea mejor.
¿Qué opinión le merece la arquitectura española?
España cuenta con excelentes arquitectos. La arquitectura española tiene mucho talento. A los profesionales consagrados, como Rafael Moneo, hay que añadir una serie de jóvenes arquitectos de muchísimo interés. España es un país con una gran tradición arquitectónica que ya viene de muy lejos y que pervive. Eso no sólo se constata en los edificios, sino en las ciudades. Madrid me apasiona. Es una ciudad genial, una ciudad muy civilizada que conjuga infraestructuras y edificios de una forma bien calculada. Cuenta con una gran variedad de espacios que se han ido construyendo a lo largo de muy distintos períodos históricos. Esto es muy positivo y enriquece cualquier ámbito.
«Las épocas de recesión son también épocas de mucha energía y posibilidades» |
¿Cómo se ha sentido ante la cámara a la hora de darle forma a su propia historia y a su propia película?
Lo más complicado fue al principio, cuando te ves ante una cámara que te mira. Pero pronto la cosa fue mucho mejor gracias a la inteligencia y a la compresión de las personas responsables de la película. Los dos directores, Norberto López Amado y Carlos Carcas, consiguieron que enseguida fueramos amigos y actuáramos como una gran familia. Comprendí y aprendí que no hay que complicar las cosas y que, también a la hora de hacer cine, hay que ser lo más sencillo posible. Como me encontraba en ese ambiente familiar no fue nada difícil ser honesto conmigo mismo y con el entorno, de modo que todo fluyó de un modo muy natural que creo que se refleja en la película.
Tanto Norberto como Carlos tienen ojos de artista, visón de artistas, lo que les permite captar el espíritu de las situaciones y de las personas. En este caso creo que reflejan con mucha veracidad mi filosofía frente al trabajo y la vida, de una forma, incluso, y debo confesarlo, para mí en principio inesperada porque, sin duda, me han hecho descubrir cosas que yo desconocía de mí mismo y de mi trabajo.
¿Por ejemplo?
Fue muy emocionante comprobar como habían captado el viaducto de Millau sobre el río Tarn, en Francia. Fue un descubrimiento porque ellos me han permitido verlo a vista de pájaro, como en vuelo, de un modo extraordinario que yo no había tenido la oportunidad de ver. Lo vemos de arriba abajo y en movimiento. Volar es fascinante y si ese vuelo se aplica a contemplar algo y hacerlo, además, desde una óptica artística, es realmente un placer. Esta película me ha abierto a perspectivas nuevas sobre mí y sobre lo que realizo.
Cuando hicimos el puente peatonal sobre el Támesis, en Londres, yo era consciente de que era la primera vez que íbamos a dar una nueva perspectiva sobre el río, al hacer posible que el peatón pudiera situarse, y con tiempo para la contemplación, encima de él. Porque hasta entonces la gente estaba acostumbrada a verlo desde una u otra orilla y no desde el medio del río. Dimos una nueva perspectiva y eso es interesante. Esta película me ha dado a mí mismo perspectivas nuevas y eso es emocionante.
Ha expresado usted su agradecimiento a quienes le han intentado frenar. ¿Podría explicar esta postura?
Así de simple. Estoy muy agradecido a todos los que a lo largo de la vida y en distintos momentos y circunstancias me han intentado frenar. A todos los que de distintas formas me han dicho que no. A aquel que no quería dejarme entrar en la escuela de arquitectura le daría un beso en este momento, lo mismo haría con quienes me desaconsejaron que hiciera esta película. Hay personas a las que no les gusta que otros hagan cosas, que evolucionen. Piensan que estás loco y que vives en la utopía. En ese sentido pocas cosas me estimulan más que los que me niegan. Les estoy muy agradecido porque siempre que he tenido un no he luchado por transformarlo en un sí y eso me ha hecho crecer.
A propósito de Foster
Norman Foster nació en Manchester (Inglaterra) el 1 de junio de 1935. Su padre regentaba una casa de préstamos que acabó por quebrar; su madre era camarera. Estudió en la Universidad de Manchester y gracias a una beca completó estudios de arquitectura en Estados Unidos en 1961, en la Universidad de Yale. Trabajó durante un tiempo con el arquitecto Richard Buckminster Fuller [2], al que considera uno de sus grandes maestros, y en 1965 fundó Team 4, con su primera esposa Wendy. En 1967, el estudio pasó a denominarse Foster and Partners [3] en donde en la actualidad trabajan 1.400 profesionales, manteniendo oficinas abiertas en 20 países y en ciudades como Londres, Nueva York y Madrid. A lo largo de su carrera ha obtenido más de 500 premios, entre ellos la Medalla de Oro del Instituto Americano de Arquitectura, el Premio Pritzker y el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en el año 2009. En 1999 la Reina Isabel II de Inglaterra le otorgó el título nobiliario vitalicio de Lord Foster de Thames Bank. Padre de cuatro hijos, dos de ellos adoptados, enviudó de su primera esposa en 1989, una época muy difícil en la que su estudio de arquitectura pasó serias dificultades económicas que pronto superó. En 1996 volvió a casarse. Lo hizo con la psicóloga española Elena Ochoa. Ha diseñado y realizado obras emblemáticas en los cinco continentes. Entre sus trabajos recientes se encuentra el edificio más grande del planeta, como es el aeropuerto de Pekín, el deslumbrante viaducto de Millau sobre el río Tarn en Francia, el Great Court del Brithish Museum, el edificio Hearst en Nueva York, los centros de investigación de la Universidad de Stanford en California y la ciudad sostenible Masdar, un enclave de 100.000 habitantes en Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos. En España, en donde ha realizado numerosas obras y edificios, el primer trabajo de Foster fue la Torre de Comunicaciones Collserolla construida con motivo de las Olimpiadas de 1992 en Barcelona. También llevan su firma el Metro de Bilbao, el Palacio de Congresos de Valencia, la Torre Caja Madrid (uno de los cuatro nuevos rascacielos de la zona norte de la ciudad) y, dentro del Campus de Justicia de Madrid, el edificio del Tribunal Superior de Justicia y el de la Audiencia Provincial. |