«España es diferente porque tenemos la paella, el gazpacho, los toros y el flamenco, pero en cuanto a las imágenes no. Por ahí fuera hay también otras fiestas y tradiciones maravillosas, pero la vida es muy corta, me han quedado muchas zonas por fotografiar», afirma.
Acaba de inaugurar exposición en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) [1], la más completa que se ha realizado hasta la fecha sobre su obra, una retrospectiva compuesta por siete series que reflejan la diversidad cultural de nuestro país y un documental que repasa su trayectoria desde sus inicios como autodidacta.
No se reconoce con el mundo actual, se siente inquieto, incómodo, alejado de los valores humanos que le llevaron a retratar una España profundamente religiosa. «Después de la Guerra Civil había muy poco, pero con muy poco se conformaba la gente. Ahora si no tienes dos coches y un chalé en la sierra o en la playa no eres nadie. No me reconozco con el mundo en el que vivo, no tengo ni smartphone, ni microondas, ni lavaplatos… ni los tendré nunca. Estoy deseando irme en el último viaje porque no soporto lo que está cayendo. Socialmente estoy muy inquieto».
Ha sido galardonado con el Premio Nacional de Fotografía en 2011 y con la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes en 2003, pero su mayor reconocimiento –confiesa– ha sido la gente: «En todos los sitios hay mucha riqueza, la gente es maravillosa y terrible al mismo tiempo».