“Para eso estamos, para percibirlo, captarlo y ponerlo ante los ojos de todos”. La fotografía no se desgasta, añade con pasión, se mantiene. Es eterna. «Tú te llevas ese paisaje o esa cara en tu cámara y en tu foto y eso convierte al fotógrafo en un ser privilegiado y a la fotografía en un medio maravilloso que el arte se ha encontrado con sorpresa».
¿Tantas fotos le quedan por hacer después de tantos años?
Por supuesto. No hay más que mirar, que ir por la vida con los ojos abiertos y la cantidad de posibilidades es casi inagotable. Hay fotos por todas partes, las hay a miles y el profesional es el que debe saber recogerlas. La fotografía puede ser muchas cosas, puede haber casi tantas definiciones como personas, pero la clave está en tener la capacidad de captar lo que otros no saben ver. A eso le llamo profesionalidad. Eso es, desde mi punto de vista, el fotógrafo. Estamos para percibirlo, para saber captarlo y ponerlo ante los ojos de los demás.
¿Cómo surge en usted esta pasión? ¿Cómo se profesionaliza como fotógrafo?
De todo eso hace mucho tiempo y tiene que ver con mi padre, un excelente fotógrafo que llega a Vitoria desde su país, Alemania, y aquí se queda y abre un estudio que representa mi primer contacto con la fotografía. Pero, en realidad, mi primera dedicación en todo esto de la creación es la pintura, aunque poco a poco me voy introduciendo en el mundo de la imagen, del cine y la fotografía. Después de realizar unos cortos de cine, me doy cuenta de que es en la fotografía en donde mejor me encuentro. Nunca sabe uno si elige las cosas o las cosas le eligen a uno, pero el hecho es que tras formarme en Colonia y posteriormente en París, a principios de los años 60 decido dedicarme en exclusividad al mundo de la fotografía realizando reportajes y algo que para mí ha sido siempre una forma esencial de expresar mi trabajo: el retrato.
¿Se siente fundamentalmente retratista?
Eso sería decir demasiado. Como es obvio, me siento fotógrafo y eso pasa por abordar en general las posibilidades, temas y formatos que este arte tiene, aunque es verdad que en mi caso todo lo relacionado con el retrato es muy importante. He hecho retratos de todo tipo: retratos psicológicos, retratos en los que me interesaba captar el entorno de ese personaje, retratos que buscan a través de la imagen encontrar el rol social del retratado y series de máscaras que también son retratos. La máscara humana de nuestro rostro es fascinante. Las miradas, las expresiones, la morfología de los rasgos es un mundo que despierta en mí un interés absoluto. Quiero captar lo que cuentan los ángulos de las caras, las barbillas, la expresión de los ojos. Hay tantas caras y tan distintas… ¡Qué poder tiene un ser humano mirándote a los ojos! El instante en el que yo me cruzo con ese rostro y con ese personaje es el instante mágico de la fotografía y uno de los fundamentos de mi trabajo.
¿Vale una imagen más que mil palabras?
No, rotundamente no. Una imagen no vale más que mil palabras. Cada foto vale lo que vale, algunas como si fueran un gran discurso y otras no llegan ni a completar una sílaba. Mis libros tienen palabras. Siempre he considerado que los textos son un elemento imprescindible porque en cierto modo la palabra va por delante de la imagen y cuando llegamos a esta, si tenemos un texto, vemos la fotografía de una forma mucho más completa.
Cuando alguien escribe un texto sobre nuestras fotos, está interpretándolas. Nosotros vemos y él interpreta y eso nos enriquece pues lo que nosotros vemos no es lo que otros ven y con esas dos visiones el conjunto crece. Por otra parte, es evidente que una imagen puede dar alas a un escritor. Con la palabra se puede hacer imagen y con la fotografía fijamos esa imagen.
¿Observa el mundo a través de un objetivo, detrás de una cámara?
No, no… He dicho a menudo que utilizo la cámara como herramienta de trabajo y sólo para el trabajo. Tiendo, además, a manejarme con un equipo voluminoso que me haría difícil moverme con él a cuestas continuamente. Voy por el mundo como cualquier otro individuo. Es cuando trabajo cuando lo miro a través de un objetivo.
¿Se imagina un mundo sin fotografía?
Sería imposible porque la imagen y la fotografía son modos esenciales de constatar lo que es el mundo y cómo es ese mundo. Cómo somos. Si no existiese la fotografía no sabríamos cuál es la realidad, qué está pasando. Pero tenemos la suerte de que hay muchas personas y de formas muy diferentes mostrándonos a través de imágenes dónde estamos y quiénes somos. La fotografía no se desgasta, se mantiene. Es eterna. Tú te llevas el paisaje o la cara en tu foto. Es un medio maravilloso que el arte se ha encontrado con sorpresa.
No le gusta que le encasillen en escuelas o grupos, ¿es así?
Efectivamente. He ido siempre muy por libre. No soy hombre de escuelas aunque sí muy metódico a la hora de realizar mi trabajo. No abuso de la espontaneidad pues necesito trabajar sobre ideas concretas y desarrollarlas. He valorado siempre el lujo que supone la libertad para el fotógrafo. Al menos ese es y ha sido mi caso. Te marcas tu trabajo, tus horarios, tus fechas y te pones a ello. Eso no lo pueden decir la mayor parte de los profesionales de otras disciplinas. En ese sentido, los fotógrafos que podemos trabajar así somos unos afortunados.
¿Y los cambios? ¿Qué ha supuesto las digitalización para la fotografía? ¿Han cambiado los ojos del fotógrafo?
En la presentación de la nueva colección sobre fotógrafos españoles editada por Lunwerg, Bárbara (Ouka Leele) señaló algo con lo que estoy de acuerdo y que responde a esa cuestión. Con la digitalización lo que ha cambiado esencialmente no es la fotografía, sino el tipo de fotógrafo. Ni mejor ni peor, distinto. Acaso menos preocupado por el valor real de la luz en el momento en que se capta la imagen. Todo se puede retocar más y eso hace que, por ejemplo, pueda preocupar menos cómo se posa la luz sobre una cara.
Sigue a pleno rendimiento…
Bueno, tengo problemas con una rodilla de la que me he tenido que operar y eso me ha obligado a reducir los viajes. Durante un tiempo no he dejado los viajes, sino que los viajes me han dejado a mí. Pero el refranero es sabio y aquello de “no hay mal que por bien no venga” es cierto. Esta especie de parón viajero me ha permitido centrarme en otras actividades que habitualmente la falta de tiempo me impide hacer, como organizar materiales, probar cosas nuevas en el estudio, libros que tenía pensados hace tiempo… pero sigo en la carretera y, como usted dice, a pleno rendimiento y, de hecho, ando a vueltas con un posible y próximo viaje China.
(Sonríe pícaro al tiempo que lo dice. Ojos despiertos. Se sabe artista y querido. Un referente. Alberto Schommer: Genio, figura y cuerda para rato. Gracias, maestro.)