Cultiva usted fama de estricta. De no admitir “tonterías” durante los rodajes, ¿es cierto ese sambenito?
Bueno… [sonríe antes de contestar]. Es cierto que cuando ruedo estoy absolutamente concentrada. Alguna vez he dicho que cuando trabajo soy como el general Patton en el campo de batalla. En esos momentos lo único que existe para mí es lo que estoy haciendo: la película. Suelo emplear los tiempos muertos que un rodaje deja para revisar una y otra lo que he filmado ese día y planeo lo que queda por hacer. Pero cuando el rodaje concluye se acaba mi rigidez.
Ha sorprendido a todos con Aprendiendo a conducir, su último estreno, al haber cambiado de registro. ¿Por qué ha dado ese giro?
Soy consciente de ese cambio aunque cuando leí la historia de Katha Pollit hace casi ocho años en The New Yorker, una historia real que tiene la fuerza de lo real, no me pareció que pudiera dar lugar a una película alejada de las que hasta ahora he hecho. Cuando leí esa historia tan humana escrita en clave autobiográfica y hablando de cosas fuertes, pero en un tono amable, sosegado, desde el primer momento me sentí muy cómoda y con ganas de llevarla al cine. Cuando me ofrecieron la posibilidad de hacerla, no dude a la hora de decir sí. Es verdad que, como he dicho medio en broma con motivo de su presentación, tenía ganas de hacer una película en la que el espectador no tuviera ganas de cortarse las venas.
«Ben Kingsley puede hacer incluso de silla»
Dos actores de la versatilidad de Ben Kingsley y Patricia Clarkson, ¿qué recuerdo guarda del rodaje?
No puedo decir otra cosa que entrañable. Son dos actores extraordinarios. Si hace falta, Ben Kingsley puede hacer incluso de silla. Lo de la versatilidad es una evidencia en él y, en este caso, su personaje es el de un hombre bueno y, aunque resulte paradójico, es difícil hacer de buena persona. Él lo hizo magníficamente aunque creo que, en el fondo, a Ben le resulta más fácil hacer de malvado. Nos ayudaron mucho los miembros de la comunidad sij de Queens. Ben se metió en el personaje: estuvo en muchas ceremonias, tuvo muchas conversaciones, comidas… Hicimos una gran inmersión en la cultura sij. Eso se nota en el resultado final.
En cuanto a Patricia Clarkson, fue una de las grandes impulsoras del proyecto. Su papel le encaja perfectamente. Es una mujer de carácter y durante el rodaje hemos tenido momentos de tensión, yo la he gritado, ella me ha gritado, nos hemos dicho de todo, aunque es mi amiga y seguiremos trabajando juntas porque es una mujer y una actriz maravillosa.
¿Por qué esa tensión?
Es explicable. A Patricia le preocupaba rejuvenecer su aspecto en la película. Le preocupaban las arrugas del cuello, los detalles de su rostro. La entiendo, a ella y a todas las actrices de más de 40 años que soportan esa absurda presión de estar siempre perfectas. Se vuelven locas, pero es que tienen que asumir que si tienes 50 no va a parecer que tienes 40, y las cámaras de última generación son muy cabronas y enseñan hasta el mínimo detalle; hasta el último poro.
Pero la historia va de una mujer de 50 años a la que su marido abandona y conoce a un taxista muy humano. Eso, lo de que la protagonista es una persona de 50 años, la convenció de la necesidad de asumir ciertas cosas. Mi objetivo fue filmar sin caer en el melodrama y sin que el tono positivo restara dureza a lo que se cuenta. Quería reproducir el tono tierno del relato original, el espíritu de Katha Pollit. Ella estuvo en el rodaje y fue muy enriquecedor.
«He querido retratar esa otra ciudad que no acaba en Manhattan»
Es una ciudad en la que he vivido durante dos años y con la que me siento muy identificada. Fue fácil rodar allí porque la conozco muy bien. Nueva York ha sido escenario de cientos de películas, pero casi siempre en su vertiente más fotogénica. Yo he querido retratar esa otra ciudad que no acaba en Manhattan. Captar una cara de la ciudad distinta a la habitual. Es el caso de Queens, un barrio en donde conviven diferentes etnias.
Ha apuntado usted que lo que le sucede a la protagonista es algo parecido a lo que vivió en propias carnes, ¿en qué sentido?
En que entonces, cuando leí el relato yo vivía una situación muy parecida. Me habían plantado y no tenía ni idea de que era eso de conducir un coche. La lectura de ese texto me animó a aprender a conducir. Sigo sin ser ninguna experta, pero conduzco. Y aprender me hizo ver algunas cosas, como la necesidad de relativizar y, pase lo que pase, asumir que el mundo no se acaba. Aprender a conducir puede tomarse como una metáfora, esa que apunta a la conveniencia de tirar para adelante en la vida.
En el fondo la historia es un alegato a favor de la bondad y de la tolerancia, ¿lo ve así?
Por supuesto. Defiendo que el mundo está lleno de buenas personas, lo que pasa es que cuando nos topamos con alguna desconfiamos porque la bondad no está bien vista. A menudo se entiende como una forma de debilidad porque existe la idea de que ser pillos y aprovecharse de los demás es un valor. Una especie de entente sobre la maldad organizada. Pero cuando encuentras a buena gente, y vuelvo a decir que creo que hay mucha, te sientes reconfortado.
Y también aborda el tema de la tolerancia y el racismo desde la idea de que cualquier tipo de fanatismo es deplorable. El protagonista pertenece a la comunidad sij, de origen hindú. Una comunidad curiosa a la que se insulta a diario. Yo no soy religiosa en absoluto, ni tengo una idea romántica de las religiones. Los sijs tienen fama de violentos pero hay que tener en cuenta que han sido reprimidos duramente en su país de origen. Eso llevó a que muchos emigrasen a América. Mi experiencia con ellos ha sido magnífica. Han sido muy colaboradores y muy amables. Creo que hablando y conociendose la gente puede cambiar sus puntos de vista.
«Creo que he hecho más locuras por amistad que por amor»
Y, por cerrar los ejes sobre los que la película gira, el amor y la amistad entre un hombre y una mujer, ¿qué decir al respecto?
La realidad que se nos cuenta es que una mujer inteligente e instruida un mal día descubre que ha vivido en la ceguera y no ha sabido ver el fin de su relación. Aceptar eso es muy duro. Cuando todo parece más asentado, haces menos caso al otro porque das por sentado que siempre va a estar ahí, a tu lado. Ahí es cuando la cagas.
Por lo que respecta a la amistad, un tema que me interesa mucho, creo que en general se tiene una idea un poco confusa. Creo que he hecho más locuras por amistad que por amor. Quiero a mi familia pero también quiero mucho a mis amigos, y por amistad he hecho muchas cosas. La amistad no sabe de géneros. Los que dicen que no es posible la amistad verdadera entre un hombre y una mujer es probable que sean personas que no han tenido amigos y no sepan realmente lo que es la amistad. La verdad es que yo sigo siendo amiga de mis exparejas.
¿Qué piensa del cine que se está haciendo en España?
No me atrevo a hablar mucho porque en estos últimos tiempos he estado viviendo en Estados Unidos y muy centrada en escribir y en preparar proyectos. Pero he visto una serie de películas hechas en España que me parecen muy buenas. En un solo año han surgido La isla mínima, Loreak, Magical Girl, 10.000 kilómetros, además del fenómeno de Ocho apellidos vascos que ha provocado que la gente haya ido en masa a verla. Creo que, unas por su calidad y otras por ser capaces de mover a las personas, deben ser valoradas. Así pues y desde una cierta distancia, creo que el cine español está en un momento interesante. Hay que apoyarlo pues se lo merece.
¿Se siente bien tratada por la crítica?
Volvemos a lo conveniente de relativizarlo todo o casi todo. Es evidente que te gusta que te elogien y que es jodido que no lo hagan. Yo sé lo que es eso, pues además de haber recibido juicios muy favorables y algún premio, me han dado más de una hostia. Y te duelen, claro que te duelen, y estoy convencida de que los que dicen que eso les trae sin cuidado no están siendo sinceros. Como ya voy teniendo una carrera profesional relativamente larga, he recibido de todo, desde enormes demostraciones de entrega, a críticas durísimas. Hay incluso quienes se creen en el derecho de perdonarte la vida. Pero, bueno, es así y con eso tenemos que vivir.
«A través de los documentales pongo mi cámara al servicio de quien quiera contar»
En su obra va combinando ficción y realidad. ¿Le interesan especialmente los documentales?
Los documentales permiten un acercamiento muy especial a la realidad. He hecho varios y me siento satisfecha del resultado. Los documentales pueden ser una herramienta de denuncia o de búsqueda de la verdad. Hablando con Rose es un mediometraje sobre Rose Lokissin asesinada en Chad en 1986, un país en el que vive mucha gente con las cicatrices provocadas por el dictador Habré. La película es una especie de recordatorio de aquella barbarie. Me animó a realizarla la organización Human Rights Watch.
También he hecho un documental sobre Baltasar Garzón, del que no sabía nada cuando empecé. Ahora ya no ejerce como juez, pero la realidad es que se ha confirmado que aquella vergonzosa trama que él ayudó a destapar existía y que estaba formada por una panda de delincuentes.
Diez años después de que se produjera la catástrofe ecológica del Prestige hice Marea blanca, como homenaje a la labor de los 300.000 voluntarios que de una forma totalmente desinteresada limpiaron las playas de Galicia. Son algunos ejemplos. A través de los documentales pongo mi cámara al servicio de quien quiera contar.
¿Es cada vez más difícil hacer cine?
Me niego a hacer una declaración pesimista aunque tengo que decir que nunca ha sido fácil. Desde que empecé a hacer cine en 1984 con el corto Mira y verás siempre ha sido así. Lo es para todo el mundo, incluso para consagrados como Martin Scorsese.
Levantar los proyectos cuesta mucho. Incluso una película como Aprendiendo a conducir, que es muy sencilla, fue dificilísima. Ojalá todo fuera más fácil pues no me canso de lamentar la cantidad de energía que se pierde en reuniones y otros asuntos muy aburridos.
El cine de autor está en lucha permanente. Hasta Wim Wenders tiene dificultades para que le produzcan sus películas y para materializar lo que realmente quiere y sabe hacer. Pero como dice él, «existir es resistir». Y él es para mi todo un referente. El cine de autor es resistencia. Yo sigo resistiendo y tratando de realizar cine que haga llorar o sonreír, alegrar o enfadar, pero que nunca deje indiferente. En definitiva, creo que el cine siempre se ha hecho ‘a pesar de’ y no ‘gracias a’.
Por último, ¿qué se trae entre manos en este momento?
Estamos en la fase final de La librería, una película basada en una novela de Penélope Fitzgerald que, sencillamente, habla de una mujer que quiere abrir una librería. Habla de la pasión y de la perseverancia. En eso ando.
Vida y obra
Isabel Coixet nació en Sant Adrià de Besòs el 9 de abril de 1960. Estudió Historia Contemporánea en la Universidad de Barcelona y durante años trabajó como periodista en la revista Fotogramas.
Su abuela vendía entradas en un viejo cine de Barcelona lo que condicionó, según propia confesión, su temprana afición a la imagen. En principio, en el mundo del cine desempeñó tareas diversas, y en el ámbito de la publicidad ha desarrollado una labor importante siendo directora creativa de la agencia JWT, fundadora y directora creativa de la agencia Target y de la productora Eddie Saeta.
Años más tarde, decidida a filmar su primer largometraje, se traslada a Estados Unidos donde rueda Cosas que nunca te dije (1996). Un año después nació su hija Zoe.
En el año 2000 creó la productora Miss Wasabi Films y en 2006, en unión de otras directoras como Chus Gutiérrez o Icíar Bollaín, la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales, CIMA.
Su ya amplia filmografía incluye títulos como Mi vida sin mí (2003), con la que ganó el primero de sus cinco Goya, esta vez en la categoría de Mejor Guión Adaptado; La vida secreta de las palabras (2005), que obtuvo los Goya al Mejor Guión Original y a la Mejor Dirección; Invisibles: cartas a Nora (2007), Goya a la Mejor Película Documental; Elegy (2008); Mapa de los sonidos de Tokio (2009); Escuchando al juez Garzón, en 2011, Goya al Mejor Documental. Acaba de estrenar Aprendiendo a conducir.