Un éxito que se mide no sólo con aplausos, con portadas o con premios, tampoco con el boca a boca o la recomendación experta, sino un éxito más puro y formal: el de hacer arte en sí mismo, el de reivindicar su grandeza, su capacidad, sus entrañas y su profundidad. Eso es teatro.
“Yo nunca recibí al nacer el papel que me daba la propiedad de un trozo invisible de este mundo. Cuando yo era como tú pensaba que la vida era dormir y comer y aguantar un día más. Para mí la vida era simplemente no sufrir, restarle horas a la muerte. Te digo esto, hijo mío, porque necesito contarte qué pasó…”, recita de forma conmovedora la actriz Astrid Jones en la parte del monólogo titulada Mujer.
Con un texto lleno de pasión, de verdad, de descripción, de lucha y de humanidad, Juan Diego Botto demuestra que se puede dar voz a los invisibles, a aquellos de los que no se habla, y a la vez denunciar e incitar al cambio, ya sea político, administrativo o individual, de conciencia. Entre medias, una forma desgarradora -con dosis de humor e ironía incluidas- de poner nombres y apellidos a la realidad.