Tras estudiar Literatura y formarse en la Escuela Nacional de Cine de Francia (La Femis), Mysius se graduó en la especialidad de guion en 2014. Por entonces ya había estrenado Cadáver exquisito, un cortometraje que en 2013 recibió el Premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival de Clermont-Ferrant. Posteriormente firmaría dos buenos cortos, Les oiseaux-tonnerre y La isla amarilla, para en 2017 estrenar Ava, su primer largo, por el que recibió, entre otros reconocimientos, el premio SACD que otorga la Sociedad de Autores y Compositores Dramáticos de su país y el Louve d’Or del Festival de Montreal.
Ya desde su propuesta inicial, Mysius aportó una visión cinematográfica diferente, muy personal, que la crítica adscribe al grupo de realizadoras –junto a Julia Ducornau, Céline Sciamma o Claire Denis– que están revitalizando la cinematografía francesa.
Por otra parte, su labor como guionista no es menos reseñable pues, además de escribir sus propias obras, sus créditos en este apartado incluyen películas como Oh Mercy! y Los fantasmas de Ismael, dirigidas ambas por Arnaud Desplechin; Adiós a la noche, de André Téchiné; París, distrito 13, de Jacques Audiard, y Stars at Noon, la aplaudida propuesta de Claire Denis presentada en la sección oficial del último Festival de Cannes.
Como señala la cineasta, sus propuestas nacen del deseo de dar vida a personajes que le rondan por la cabeza e inevitablemente acaban por vivir en la pantalla. Así ha sido con Los cinco diablos [1]: “El guion se construyó como un mosaico sobre la idea de una niña obsesionada por los olores, lo cual me interesa personalmente mucho. Desde que era adolescente me he entrenado en reconocer y reproducir aromas. Cuando era pequeña hacía pociones asquerosas, y más tarde busqué formación específica sobre extracción y composición de perfumes. Pero el objetivo no era dedicarme a ello profesionalmente, era algo más primitivo, un impulso sensorial sin relación con lo industrial. Primero imaginé las escenas desordenadas, empezando con los personajes de la familia Soler (en particular Joanne –Adèle Exarchopoulos– y Vicky –Sally Dramé–) y luego, poco a poco, organicé la historia en torno a las escenas fundacionales”.
– ¿Se inspiró en otras películas o autores?
Mientras escribía el guion leí a muchos autores estadounidenses como James Baldwin, Jim Harrison y Maya Angelou, y creo que ahí nació la inspiración, aunque siempre busqué anclar la película a Francia e introducir cuestiones sociopolíticas de otro continente. Lo que permanece es el deseo de mitificar lugares y personajes como hace Jim Harrison en Dalva o Philip Roth en Pastoral americana. Siguiendo ese deseo situé la historia al pie de los Alpes, en un escenario grandioso, con una familia interracial y un personaje mítico: Joanne, antigua Miss Rhônes-Alpes convertida en profesora de natación, cuya hija, Vicky, intenta descubrir su pasado oculto. Me gustaba la idea de que el observador de la historia fuera una niña solitaria de aspecto peculiar y un poco inquietante. Una de mis mayores referencias mientras escribía fue El tambor de hojalata, de Volker Schlöndorff, una película que me persigue. Alguien que leyó el guion lo describió como una saga íntima, y me gusta esa apreciación. No quería que fuese demasiado cerebral. El género fantástico me permitía hablar sobre los recovecos de las obsesiones humanas de forma sobrecogedora y espectacular, mezclado referencias literarias y psicoanalíticas con otras cinematográficas como El resplandor, Twin Peaks o Déjame salir. La acción se sitúa en la encrucijada de todos estos pensamientos y deseos propios, los cuales le dan un aspecto híbrido. Quería anclar la narrativa en las montañas de un pequeño pueblo francés. Me gusta mostrar la Francia que no se suele ver en el cine, y hablar de una familia francesa de hoy en día en un pueblo francés de hoy en día con problemas actuales. Quería que la película nos haga reflexionar sobre nuestra sociedad, nuestras elecciones vitales, nuestros engaños y obsesiones… Lo fantástico es solo un medio, no un fin en sí mismo.
– Así pues ha buscado también construir un mensaje político.
Sí. Cuando hago una película siempre me debato entre mostrar la realidad tal como es o proponer nuevos sistemas de representación. Quería que el personaje principal fuera femenino y mestizo. Para mí era muy importante mostrar diversidad en un pueblo de montaña. Sobre todo en estos tiempos en que la Agrupación Nacional (el antiguo Frente Nacional) es el segundo partido de Francia. Por eso es una película política, porque muestra personajes femeninos y/o de origen inmigrante que intentan controlar su destino y portan el deseo de la emancipación frente a los mandatos sociales del pueblo y sus habitantes. También hay política al mostrar el racismo latente y la homofobia que esos mismos personajes sufren. No quería que fuera demasiado evidente, sobre todo para demostrar lo insidiosa que puede ser la maldad. Si los habitantes del pueblo rechazan al personaje de Julia es porque ha cometido un crimen, no por ser negra o gay, pero sentimos que su identidad agrava el rechazo. Quería que todas estas cosas no dichas habitaran la película hasta volverse sofocante. Están representadas por las enormes montañas que rodean el pueblo, las cuales le dan una atmósfera particular. Los niños que se meten con Vicky, la pequeña, la llaman “escobilla” por su pelo afro. El padre de Joanne, la madre protagonista, parece un abuelo divertido y un padre cariñoso, pero en realidad es homófobo y racista. No quería que fuera muy llamativo, sino que se extendiese como un veneno. Quería revelar de manera sutil e indirecta que la homofobia, el racismo y el odio a lo diferente todavía están muy presentes, aunque no lo parezca en la superficie. Y esos son los pilares del odio, basado en miedo irracionales, cuidadosamente cultivados, miedos terroríficos contra los que debemos luchar. No dejarse embaucar por los discursos y chistes que edulcoran la realidad.
– Un mensaje muy ligado a la actualidad, ¿es así de forma premeditada?
Me gustaría que esta galería de personajes, que vamos descubriendo uno a uno, nos ayuden a ampliar nuestros sentidos y juicios, a aceptar ciertas cosas y rechazar otras. Nada es nunca blanco o negro. Espero que Los cinco diablos anime al espectador a mantener su mente activa y alerta. Porque eso es lo que me parece peligroso ante el auge de la extrema derecha y el discurso de odio y estigmatización: la pasividad. El padre de Joanna es poco sutil pero intuye la sexualidad de su hija, pues la historia gira en torno a resentimientos románticos, a parejas que no salieron como esperaban, a veces para bien pero sobre todo para mal. Podríamos resumir Los cinco diablos como una historia de vidas fallidas o frustradas. Por eso es una tragedia, cada adulto se ha equivocado en algún momento de su vida y son infelices. La parte positiva es que esos “errores” han permitido que Vicky naciera. Nada se pierde para siempre, si no podemos recuperar el tiempo perdido siempre tenemos opciones, las cosas no están escritas en piedra. Podemos actuar.
– ¿Se podría decir que es una película sobre el poder de las mujeres?
No me la planteé así. En la historia son las mujeres quienes tienen el poder, son poderosas y actúan, no como los hombres. Jimmy, el padre de la pequeña, es insustancial pero al final toma la decisión correcta, se aparta para dejar que la mujer que ama sea feliz. Me parece algo hermoso y le hace poderoso de otra manera. Los cinco diablos habla sobre la transmisión, los poderes mágicos de Julia y Vicky pasan de mujer a mujer. Como a muchas feministas hoy en día, me fascina la figura de la bruja y el poder irredento de las mujeres. Sin querer excluir a los hombres, aunque queden un poco de fondo, intento presentar una alternativa al rol masculino tradicional. Al final la pequeña Vicky es la más poderosa, pues es debido a sus poderes y a su intervención que Joanne y Julia se separan. Como consecuencia, Joanne se queda con Jimmy y de esta forma nace Vicky. Es un poder pero también una enorme carga: tener que luchar para existir. Y es aún más difícil cuando eres una mujer, y en este caso una niña mestiza.
– Y, también, sobre el poder sexual.
No lo había teorizado de esa forma pero sí, el deseo está en el centro de mi trabajo y mis obsesiones. Pero no creo que la sexualidad sea el motor de la historia, el deseo no es solo sexual. La fuerza motriz es Vicky en busca de su origen. Al principio ella ve a Julia como una rival por el amor de su madre, un obstáculo a eliminar. Su viaje le hace darse cuenta de que el amor no disminuye cuando se comparte sino que, por el contrario, aumenta. Vicky crece y aprende a manejar mejor su inmaduro deseo de poseer a su madre. Además gana independencia emocional y reconecta con su padre, a quien había ignorado hasta entonces. Es una película sobre la reconciliación. El caos que provoca la llegada de Julia lleva a una reorganización y logra un nuevo equilibrio más pacífico, fuerte y feliz.
– ¿Qué pretendía ubicando la historia en un pequeño pueblo aislado?
En línea con el papel central de la feminidad en la película, la geografía también es importante. El pueblo aislado en el fondo de un valle evoca al western, pero también es una metáfora femenina: una crisálida, un lugar uterino. Es cierto. El lago es a la vez protector y peligroso. También es donde Vicky fue concebida, si se piensa en la escena en la que ella ve a su madre y a Julia amarse en el coche frente al lago. Todo esto se oculta en la película. Quería que estuviera presente de forma subconsciente, que las imágenes permearan sin que el espectador se diese cuenta, de modo que cuando ves la película sientas un momento muy intenso, hermoso y emocionante, y no te das cuenta del impacto que tiene hasta más tarde. Te produce una sensación oscura. No es solo el agua. Hay cuatro elementos presentes: tierra, aire, agua y fuego… En ese sentido, es probable que la película tenga una faceta mística.
– Y las impresionantes montañas como elementos clave…
Acaso tenga que ver como reacción a mi anterior película, Ava. Después de las playas y el sol quería filmar montañas, frío y nieve. Y al contrario que en Ava, que se ambienta en paisajes abiertos, quería que esta vez los paisajes fueran opresivos. Además las montañas facilitan el tono fantástico. No conocía la zona en absoluto, quería ir a verla por curiosidad y con ganas de aventura. Fui con Esther Mysius, mi hermana gemela, una de mis colaboradoras más valiosas y responsable del diseño de producción de esta película, y encontramos el valle escarpado, un lugar extraño donde el sol se pone tras las montañas a las dos de la tarde, lo que nos beneficiaba porque parecía que el crepúsculo duraba varias horas cada día. La apariencia opresiva, que puede compararse a la de una isla, era perfecta para contar esta historia. Además la montaña reforzaba la sensación de cuento de hadas que buscaba.
– Por último, ¿en qué género cinematográfico encuadraría su película?
Las localizaciones y personajes me permitieron escribir una historia familiar y fantástica. Escribí y filmé Los cinco diablos oscilando entre ambos géneros, aunque podrían haberse mezclado desde el principio. Las películas fantásticas a menudo hablan de familias, pero no sé por qué ambos géneros estuvieron en conflicto durante mucho tiempo durante la producción. La responsable del montaje, Marie Loustalot, y yo nos debatíamos constantemente entre hacer una película informal, pop y divertida sobre una familia, o hacer una película de género seria, oscura, misteriosa e inquietante siguiendo los códigos estrictos. Y fue siguiendo los códigos del género cuando Los cinco diablos tomó su auténtica forma. Paradójicamente, al seguir los códigos encontré la originalidad de la película. Pero el equilibrio no era fácil de encontrar.