«Cuando uno se mete en esto sólo puede ser esa su forma de ver las cosas pues todo está impregnado de ese arte que quieres expresar. Lo quieras o no se convierte casi en tu único objetivo el desarrollar, disfrutar y vivir en y por el arte».

Así las cosas, ¿cómo se definiría como pintor?

Tras un período inicial en el que lo figurativo y lo académico jugaron su papel, de esto hace ya tiempo, pasé por distintas etapas experimentales y desde hace ya muchos años soy y me siento un pintor absolutamente abstracto. Pero dentro de esa realidad en cada una de mis series y épocas hay un hilo conductor que contiene mensajes subliminales. También soy una persona profundamente preocupada por lo estético, por lo que busco que quien vea mis cuadros encuentre equilibrio.

En la estética oriental ha encontrado fuentes de inspiración…

Así es. Uno de mis retos es el logro de la simplicidad y en ese sentido me gusta mucho el arte japonés, por lo que bebo de esas técnicas minimalistas. Inicialmente usaba gran variedad de formas y tonos, pero he ido evolucionando hasta simplificar la gama y las composiciones. Ese viaje sin duda se ha visto influenciado por la estética oriental.

¿Con qué materiales elabora sus obras?

Utilizo todo tipo de materiales: acrílico, óleo, poliuretano, tierra, papel, carbones… Nunca me he ceñido a un solo material y en una misma pieza puedo utilizar varios muy diferentes.

¿Cuál es su método de trabajo? ¿Parte de una idea preconcebida o la obra se va haciendo?

Trabajo mucho con el iPad. Capto imágenes, veo una imagen o una sombra y eso me da un criterio. Por ejemplo, parto de una foto y empiezo a manipularla y voy trabajando e intentando simplificarla de modo que el iPad me permite cambiar colores, formas, etc. Cuando tengo una columna vertebral más o menos desarrollada paso a la parte física, que es la realización sobre la tela partiendo de la base anterior. Es decir, tengo un proceso de elaboración laborioso. Dicho esto, es cierto que aunque tengas un criterio preconcebido muy determinado, el azar juega sus bazas y de pronto sale algo que empiezas a desarrollar y encuentras algo con lo que no contabas.

Defiende usted que el espectador debe tener la última palabra a la hora de interpretar una obra. ¿En qué sentido?

Como no me canso de repetir, mi interés es dar armonía al caos que fluye de la mente, de nuestras mentes. Eso se materializa en relación con el arte en códigos organizados dentro de los diversos soportes. En mi caso, en relación con mi lenguaje artístico me sirvo de la superposición de capas, materiales y tonos. De esta forma pretendo establecer un diálogo abierto entre la obra y el público, dejando el propio significado a la interpretación personal del que la disfruta.

¿En qué está trabajando en la actualidad?

Estoy desarrollando una serie basada en una técnica oriental, el suminagashi, una técnica que se podría traducir como «tinta negra que flota», que es como dibujar en el agua para posteriormente incorporarle un grafismo, con lo que la arbitrariedad que tiene la mancha acuosa queda equilibrada. Son unas obras en la que utilizo muy pocos colores y menos materia de la que he empleado en otras series anteriores.

Manuel Martín Cabrera. Door to Heaven. Serie In Memoriam.