Aryz dio sus primeros pasos en el instituto, una época en la que se sentía «muy susceptible a lo que está pasando». Entre hip hop y break dance, la pintura se cruzó en su camino y la abordó sin saber que acabaría llevándolo a rincones de todo el mundo.

El muralista se reconoce autor de obras de temática aburrida. «No soy una persona que busque llamar la atención». Así, muchos de sus trabajos parecen ir a la contra de la imagen que se asocia tradicionalmente al arte urbano. Aryz llena muros con bodegones y retratos que por momentos se asemejan a lienzos academicistas.

Muralismo, no grafiti

Lo suyo no es grafiti, sino muralismo. La calle es una gran galería en la que ha tenido que aprender a desenvolverse para salir ileso de según qué situaciones. Los muros de ciudades de Lituania, Austria, Noruega, Dinamarca, Polonia, Francia, Puerto Rico, Portugal y Finlandia, entre otras, atestiguan el trabajo de un artista que juzga severamente el resultado final de sus obras. «Hay muchas cosas que he hecho que si estuvieran en el estudio las hubiera quemado», confiesa.

La calle acaba desgastando, y Aryz reconoce que no sabe cuánto camino le queda por recorrer frente a los muros. En los interiores, sin embargo, tiene todo un mundo por explorar. «No he hecho nada y son retos que me parecen interesantes». De momento, el muralista está acostumbrándose a los ritmos de trabajo del estudio mientras sus obras son testigos del día a día de viandantes de todo el mundo.