Tras un arduo ejercicio documentalista, la prosa de Arambarri fluye ágil y tensa. Con ese punto sostenido, Música contra los muros explora la influencia de la música sobre el ser humano en las más adversas circunstancias.
(Diferentes voces sumergen al lector en el laberinto geopolítico de Oriente Próximo y cuentan una historia real y poco conocida: la de unos músicos célebres que cancelaron todos sus compromisos y se desplazaron voluntariamente a Israel en el intento de construir escenarios de entendimiento. Sobre este telón de fondo se tejen sugerentes hilos narrativos: el apasionado romance del pianista Daniel Barenboim con la violonchelista Jacqueline Du Pré durante la Guerra de los Seis Días; el relato de soldados israelíes, cuyas voces fueron censuradas durante cuarenta años, obligados a participar en una guerra en la que no creían; o la desgarrada vida de miles de palestinos que, a partir de la ocupación, perdieron el derecho a una vida decente y digna.
De la mano de una estrategia narrativa que recuerda el Nuevo Periodismo surgido en los sesenta, se ofrece una propuesta de reconciliación: la creación en 1999 de la orquesta West-Eastern Divan, integrada por músicos árabes, israelíes y palestinos, también algunos españoles, demuestra que gracias a la música, la convivencia es posible. La experiencia ha demostrado que dos pueblos enemigos podían dejar de matarse para tocar juntos. La armonía de la paz contra el ruido de la guerra.
Como recuerda la escritora, Edward Said, pensador y filósofo palestino que jugó un papel decisivo en la creación de la West-Eastern Divan, poco antes de morir de leucemia en septiembre de 2003 aseguraba: “Esta orquesta ha sido lo más importante que he hecho en mi vida». Y se preguntaba:” ¿Quién sabe hasta dónde vamos a poder cambiar los pensamientos y convicciones de estos jóvenes gracias a la música?”. La energía de esta interrogación continúa desafiando las posibilidades del presente, mientras confirma el éxito de una experiencia tan insólita como fascinante que ya lleva más de dos décadas de andadura.)
¿Cómo surge su interés por la cuestión que protagoniza este libro?
Es un libro que empecé a escribir porque siempre me ha intrigado la relación y la influencia que tiene la música sobre el ser humano, especialmente en situaciones extremas. No soy músico ni he estudiado música, pero es lo que más necesito en la vida. La música siempre me acompaña y lo ha hecho en las situaciones más difíciles. Siempre me reconforta. Por una serie de azares descubrí que había unos músicos que durante la guerra árabe-israelí cancelaban todos sus conciertos para ir a hacer música frente a las tropas. Empecé a tirar de ese hilo y descubrí que los que hacían eso eran nada menos que Leonard Bernstein, Daniel Barenboim, Jacqueline Du Pré, Zubin Mheta, Pinchas Zuckerman o Isaac Stern… personas, genios que representan lo máximo de la música mundial. Lo hacían porque decían que lo único que podían hacer era contribuir con lo mejor que tenían, que era la música. En principio, el bloque central del libro era eso. Se basa en hechos absolutamente reales pero novelados. Pero mientras lo escribía comprendí que no se podía contar todo esto sin explicar el porqué, cómo empieza todo el asunto en 1917 con la partición. La ambición de dos potencias, que eran Francia y Gran Bretaña, dividen Oriente Próximo y crean este polvorín. Fue una irresponsabilidad total si nos atenemos a que han pasado más de cien años y el tema está como está.
El libro tiene tres partes diferenciadas…
Básicamente así es. La primera explica el origen del conflicto. La segunda se centra en el hecho de que Barenboim y Du Pré se van a tocar en la brutal Guerra de los Seis Días y estas dos personas que se conocían no hacía mucho y vivían un romance muy apasionado se casan en Jerusalén al día siguiente de acabar la guerra.
En esa segunda parte hay un apartado que me interesa mucho formado por unos documentos que descubrí de Amos Oz en los que él entrevista a soldados para que le cuenten qué han sentido. En colaboración con Avraham Saphira publican un libro que se titula Al séptimo día que es censurado casi en su totalidad por el Gobierno de Israel.
La tercera parte es un canto a la esperanza. Una esperanza de letra pequeña que arranca cuando Barenboim conoce en Londres a ese hombre maravilloso que fue el filósofo Edward Said. Para entonces, el músico ya era muy consciente y manifestaba que Israel había equivocado su política, que el ideal del sionismo se había esfumado y se mostraba muy contrario al tema de los territorios ocupados. Adopta una postura muy crítica y muy abierta en defensa de que los dos pueblos se entiendan. Entonces surge la oportunidad y diseña una orquesta compuesta por jóvenes músicos de toda Europa. Un espacio de armonía en el que personas de bandos contrarios aprenden a respetarse.
(Como recuerda Arambarri: “La situación era extrema. Cuando a mitad del concierto sonaban las sirenas, la orquesta tenía que dejar de tocar, mientras los espectadores se colocaban la máscara antigás en prevención de un ataque. La orquesta ofrecía dos conciertos al día, uno a las doce del mediodía y otro a las seis de la tarde. La población israelí acudía a pesar de estar bajo una fuerte presión psicológica. Asistían al concierto después de sufrir la inquietud de los bombardeos nocturnos o de oír sirenas antiaéreas que alertaban de ataques con misiles. Entonces, los ciudadanos tenían que buscar un refugio hasta dos veces seguidas, lugares herméticamente cerrados donde debían esperar un tiempo, que se hacía eterno, hasta verificar que el ataque había terminado. Para algunos, la música era la manera de olvidar, para otros, un momento de esperanza que les evitaba pensar en la noche siguiente y en el dramático sonido de las alarmas aéreas»).
¿Cómo y dónde se documentó?
He leído mucho; cientos de libros que he recopilado sobre el tema. Por otro lado, internet me ha sido de enorme utilidad para tirar de hilos que me iban abriendo perspectivas, ya a través de documentos, publicaciones, documentales… y he recurrido a las entrevistas no siempre fáciles, pues aunque el tema central es la música, hay mucha gente que se resiste a hablar.
¿Hasta qué punto ha novelado la realidad?
Todos los hechos de los que hablo son reales, pero he inventado algunos personajes que articulan el libro y le dan ritmo. Unos relatores. En el primer capítulo es un periodista que va a entrevistar a un espía, un agente doble que intervino en la partición. En la segunda parte hay otra corresponsal, porque me he dado cuenta de que, en el fondo, el libro constituye una loa al periodismo de rigor, no olvidemos que Amos Oz fue periodista. En la tercera, esa periodista ficticia está acompañada por una violinista palestina también ficticia que viene de territorios ocupados y aporta una sosegada esperanza a través de la escritura de un diario romántico. Salvo esos tres personajes, todo lo demás es verdad.
¿Qué le diría a quienes sostienen que historia y ficción no deben mezclarse?
A mí me encanta abordar temas reales y añadirles algo de ficción para estructurar mejor lo que se cuenta. Pero entiendo a quienes esto no les acaba de convencer. Yo intento separar de forma muy clara una cosa y la otra y creo que el lector identifica claramente a que ámbito pertenece una fórmula y la otra. Dicho esto, tampoco a mí me parece adecuado hacer ficción como si fuera historia real, pero yo he hecho periodismo añadiéndole algún personaje que permite narrar y entender mejor lo sucedido.
¿Qué música? ¿A quién escucha Ana Arambarri?
A Jaqueline Du Pré la primera. Cuanto más la escucho, más segura estoy de que era una intérprete realmente genial. Ella es la música. Mujer de una personalidad rara. Aprovechó sus oportunidades y el apoyo de su familia pues a los 16 años ya tocaba el violonchelo Stradivarius-Davidof que hoy utiliza Yo-Yo Ma. Rostropovich la consideraba mejor que él mismo, y el propio Barenboim la calificaba de genio a la que era imposible dirigir en un concierto porque, como él mismo dijo de ella: “Hace lo que quiere, siempre deslumbrante”. Por otra parte es muy emocionante escuchar a la Orquesta. Se te saltan las lágrimas. Hay que considerar que tanto Barenboim como Bernstein son magníficos comunicadores. Esta Orquesta sigue adelante después de veinte años porque tiene un éxito mediático total. Hay que recordar que cuando llevaban tres años, España les ofrece la sede de Sevilla a través de un personaje interesantísimo como el diplomático Bernardino León. En España estuvo diez años, hasta que Alemania se la llevó pues le ofreció unas condiciones que nosotros no pudimos mantener. Perder una cosa así creo que fue un enorme error. Mediaron temas económicos por encima de la inteligencia y la voluntad sin considerar, por citar sólo un aspecto, el prestigio que le da a un país una cuestión como esta. Un país se hace grande con estas cosas.
¿Por qué acercarse a Música contra los muros?
Es un libro que puede ayudar a entender un problema dramático al tiempo que trasmite un mensaje de esperanza. Quiero pensar que su lectura puede contribuir a que prevalezca el espíritu de reconciliación de Edward Said. Porque el acuerdo recientemente firmado es realmente vergonzoso. Pienso que la etapa del romanticismo sionista, que también se trata en el libro, parece que está agotada. Conocí a la madre de Barenboim que encarnaba ese pensamiento de un sionismo razonable y comprensivo que hoy se echa en falta. La Guerra de los Seis Días se llevó por delante ese espíritu. Hay que apoyar el entendimiento y eso es lo que he pretendido.
¿Cuál es su próximo proyecto?
La verdad es que ya estaba en él cuando se me cruzó Música contra los muros. Lo estoy retomando con fuerza. Documentándome mucho. Se trata de una historia sobre el mundo del arte, un terreno que por familia -(Ana Arambarri está casada con Alberto Corazón)- me interesa especialmente y sobre el que me apetece mucho escribir. Pero todavía estoy en la fase inicial del proyecto.