Al argumentar las razones de su decisión, el jurado integrado por Mercedes Monmany, Marcos Giralt Torrente, Pilar Adón, Antonio Colinas y José María Guelbenzu, en calidad de presidente, hizo notar que la obra galardonada «constituye una apuesta apasionada e intimista que nos acerca a dos mujeres excepcionales y nos sitúa en una etapa crucial de la historia de Rusia y de Europa, la de la despiadada represión estalinista».
– ¿Estamos ante una novela histórica, una historia novelada o una biografía?
No es una novela histórica, porque soy consciente de que el marco y el escenario están muy condensados para poder explicarlas a ellas en toda su dimensión. Para hablar de su sensibilidad, su poesía, sus vidas… Los elementos biográficos están ahí, pero yo hablaría de un coloquio. Veo el libro como una confidencia, una confesión, como una evocación, también como una memoria y una elegía. Las dos protagonistas están noveladas, pero dentro del respeto a lo que fuera su tiempo, sus circunstancias, sus vidas y sus obras. El libro tiene elementos de novela lírica, porque eran dos grandes poetas líricas. Es una narración con elementos de fabulación porque, de hecho, no existe la carta que Anna le dirige a Marina y que constituye uno de las claves del libro. Mi impulso se marcó restituir y completar el encuentro entre ambas, que fue un encuentro fallido y frustrado porque salvo los años del exilio, toda la vida habían estado buscándose, una en Moscú, la otra en San Petersburgo. Y aunque compartían amigos y circunstancias no pudieron estar juntas más que dos tardes en Moscú. Posteriormente, cuando Anna Ajmátova es evacuada de su ciudad y la llevan a una colonia de escritores piensa que por fin van a poder estar juntas, pero entonces se entera de que Marina acaba de suicidarse. Por eso la novela comienza en 1941 con ese grito. Luego vino todo lo que vino: silencio y mordaza. Mi intención ha sido imaginar la ampliación de ese posible encuentro y completar otros que pudieran haberse producido.
[Antes de que llegue el olvido se abre en una tarde de otoño de 1941, cuando al llegar a la gélida y desolada Chístopol, Anna Ajmátova tiene noticia de que Marina Tsvietáieva se ha suicidado. Veinte años después y antes de que llegue el olvido, Anna romperá su silencio escribiendo una larga carta para Marina, en la que le habla de la infancia, los hijos, los matrimonios infelices, los amantes y amigos, la pasión común por la poesía, las guerras, la revolución y sus derivas, el terror y la muerte bajo el yugo estalinista. Quiere así completar y revivir el único encuentro, a lo largo de dos tardes, que ambas mantuvieron aquel mismo verano en Moscú, cuando Marina regresó de su exilio.
Con el conocimiento profundo de la obra de ambas autoras, que resuena en estas páginas, y de su época, Ana Rodríguez Fischer nos sitúa en una etapa crucial de la historia de Rusia y de Europa y devuelve la vida a dos mujeres excepcionales y a quienes fueron sus amigos: Blok, Mandelstam, Pasternak, Bulgákov, Maiakovski… Todos ellos ya en las dimensiones del mito. Y lo hace creando una voz de marcado acento lírico, que conjuga la confidencia, la evocación y la elegía. La novela se convierte así en un viaje mental, luminoso y vibrante, donde Anna Ajmátova imagina otros encuentros con Marina –deseados o soñados, reales e irreales– que restituyen el vuelo del tiempo.]
– El libro respira documentación, ¿cuáles han sido sus fuentes?
Este libro no surge sin que haya habido antes un poso de lecturas que se van almacenando. Y dentro de esa cuestión que me intriga últimamente, en relación con esos encuentros posibles o imposibles pero deseados de los que apenas existen datos ni noticias, se me abrió la posibilidad de imaginar, de fabular. Siempre he leído literatura rusa y estas dos poetas se instalaron frente a mí de una manera muy rotunda. Eso no quiere decir que ya puesta y dispuesta a escribir la novela volviese a las relecturas de libros leídos hace veinte años o más. Sabía a dónde acudir. También hubo lectura nueva, como ese libro magnífico que es La caja eterna o El vértigo sobre las mujeres deportadas a los Gulag. Claro que la fuente documental más sustancial fueron las obras de ellas dos, además de los libros, entre otros, de Pasternak, Mandelstam, Blok, Bulgákov o Maiakovski que no era, como se venía diciendo, el poeta del partido. Con su poesía, Maiakovski nunca se prostituyó.
– Sobre esas ideas establecidas a menudo se habla de Ajmátova y Tsvietáieva como de dos autoras parecidas. Pero desde el conocimiento de ambas, ¿qué las diferencia?
Es interesante esta cuestión pues hablamos de dos personas y escritoras muy distintas. El Nobel Joseph Brosky, que estudió bien a las dos, afirmaba que Marina era mejor poeta que Ajmátova. A mí la poesía de Marina me cuesta mucho más y, sin embargo, su prosa es brutal. Los años que estuvo en París tuvo que trabajar y trabajar muchísimo y escribió de un modo extraordinario. Realmente tienen una obra muy distinta. Anna tiene fragmentos biográficos y un ensayo sobre Puskin, pero su prosa es muy menor. Sin embargo su poesía es excelente y yo, personalmente, la prefiero. Pero insisto en que la prosa de Tsvetáieva es incisiva como un bisturí en los retratos, en la disección de su época o en las valoraciones que hace de otros poetas. Mi intención fundamental ha sido no abaratarlas a ellas como poetas, como mujeres y como personas. Marina decía que un poeta es un ser en la esencia, que vive para lo esencial. He querido estar lo más ceñida a lo que fue la gran obra de ambas.
– ¿Qué mitos habría, por falsos, que arrinconar tanto de una como de otra?
En Ajmátova esa etiqueta de “la musa del llanto” porque una cosa es el sentimiento y otra la sentimentalidad edulcorada. Sobre Tsvietáieva no hay una imagen tan cuajada. No sé hasta qué punto ha calado la idea de que, como Marina marchó al exilio y algunos de sus poemas parecen hablar del llamado “exilio blanco”, sea justo vincularla a lo que se conoce como tal. Porque cuando ella se marchó no tenía nada que ver con los aristócratas rusos exiliados en París. Ella estaba expulsada de todos lados y no formaba parte en absoluto de esa élite que también ella llamaba “el exilio blanco”. Ella decía, “aquí en París se me edita pero no se me lee, y en Rusia no se me edita pero existo”. Por eso creo que no es justo aproximarla a ese exilio blanco, porque también del círculo de esos exiliados fue expulsada y considerada maldita. En Rusia nunca le gustó que se hablase de la innovación de su poesía, pero en París confesó que sí aceptaba esa idea porque, decía, esa gente está mirando para el pasado y yo miro para el futuro y eso es innovar. Ella no quería que su obra se valorase por lo formal, pues consideraba que primero era lo sustancial y después la forma. El poema era para ella esencia y después venía su construcción.
– ¿De la vida de ambas podría defenderse aquello del tormento como un elemento inspirador?
Sabemos que el sufrimiento también tiene que ver con la sensibilidad. Ojalá no hubiese componentes trágicos para poder sentir y reaccionar ante algo, pero evidentemente el dolor azuza. Y en el caso de ellas el dolor fue grande.
– ¿Cómo animaría a los lectores a acercase a este libro?
Voy a contestar con lo que me escribió una buena alumna hace unos días. Una persona que escribe magnífica poesía y me dio las gracias, y cito textualmente: «Por hacer de las poetas personas y no personajes». Creo que el libro puede contribuir de alguna forma a restituirlas y traerlas al presente. A darles voz y vida. Es evidente que su propia obra debería ser más que suficiente, pero Antes de que llegue el olvido puede humildemente ayudar a que sigan presentes.
– Ellas, que sufrieron entonces en propia carne la situación de su país, ¿qué cree que opinarían sobre la Rusia actual?
Confiemos en que no resucite la bestia represiva estalinista, aunque haya censura, represión e incluso ejecuciones disfrazadas de accidentes, pero nada comparable a aquellos años de hierro. Pervive el culto a la personalidad en Putin y no es fácil destruir un ídolo, una tarea que requiere tanto tiempo como el necesario para promoverlo y adorarlo. Por otra parte inquieta saber que no basta con aniquilar su símbolo material sino también sus raíces en el alma, lo que sin duda es más difícil y cuesta más.
Trayectoria
Ana Rodríguez Fischer es catedrática de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, donde se doctoró con la tesis La obra narrativa de Rosa Chacel. De su atención a la novela española contemporánea nace el ensayo Por qué leemos novelas, y ediciones críticas de obras de autores como Juan Marsé o Eduardo Mendoza. Ha ejercido la crítica literaria durante décadas en ABC Cultural, Letras Libres o Revista de Libros, y actualmente en el suplemento cultural Babelia de El País. Otra de sus líneas de investigación es la literatura de viajes, con los ensayos Paseantes y curiosos y Trajinantes de caminos
En 1995 obtuvo el Premio Lumen con su primera novela, Objetos extraviados, a la que siguieron Batir de alas, Ciudadanos, Pasiones tatuadas, El pulso del azar y El poeta y el pintor.
Recibir el Premio Café Gijón de Novela por Antes de que llegue el olvido supone para la autora «una gran satisfacción por su peso y toda la resonancia que tiene un premio de calidad con un jurado de prestigio. Además soy asturiana y recibir un premio que lleva ese nombre añade alegría».