«Para María Zambrano escribir era defender la soledad en la que se está, así como descubrir el secreto y comunicarlo», afirma Colinas, que al referirse a su texto apunta que los lectores encontrarán a una escritora más asequible. «Hubo dos Zambrano, por una parte la pensadora, la filósofa y, por otro, la mujer republicana y comprometida. Entre las dos, tópicamente conocidas, hay una tercera en la que intento profundizar. Qué pasa interiormente en ella desde sus días de adolescencia y primera juventud en Segovia hasta el final del largo itinerario que supuso el viaje físico a muchos lugares, pero sobre todo un viaje interior que ofrece otra visión de la intelectual».
Para lograr ese retrato, Antonio Colinas se ha servido de la minuciosa revisión de cartas, diarios, entrevistas y, por supuesto, de las conversaciones entre ambos que, apunta, «dejan ver que más allá de las convulsiones de la historia y de su compromiso social, la contemplación interior, determinadas amistades y su travesía de exiliada, la conducen hacia una inusual y valiente experiencia ética y estética».
Como confiesa el escritor, «conocerla personalmente fue una de las experiencias insustituibles de mi vida, un antes y un después… El hallazgo de una persona que, incluso en el límite de la desposesión, mostraba una auténtica lucidez mental. Ahí estaban su amor por San Juan de la Cruz; su poderoso apego a la amistad –literaria, poética o intelectual, tanto en los años de exilio como tras su regreso a Madrid– plagada de nombres propios como Luis Cernuda, Leopoldo Panero o Vicente Aleixandre; su problemática estancia en Roma o la etapa decisiva en La Pièce, 14 años (1964-1978) en una casita aislada del Jura francés que –aun en el exilio– fueron de enorme ingenio creativo».
Insiste usted en que su libro está escrito desde la admiración y la amistad…
A medida que escribía me lo iba planteando porque hay momentos muy subjetivos. No sé si yo tendría que haber sido más objetivo pero me marcó esa frase originaria de la que parto y ella me dijo cuando aún no nos habíamos visto y la llamé por teléfono: «Usted y yo hace mucho tiempo que nos conocemos». Creo que ella percibía esa sintonía que también sintió, a su regreso a España, con determinados poetas y músicos. Cuando nos encontramos por primera vez en Ginebra me estaba esperando con un grabado de Miró y una dedicatoria. O cuando llega a España y a través de Julia Castillo me dice que ya está aquí y que la llame sin falta. Esa sintonía, esas cosas íntimas que se mantuvieron a través de conversaciones y el hecho de que ella estuviera muy cerca en la creación de dos libros de poemas míos: Más allá de la noche y Jardín de Orfeo o ese poema largo dialogado que es La muerte de Armonía y Armonía la representa a ella. Y siempre está ese lado misterioso que nace de esa relación… Por todo ello el libro está escrito desde la amistad y desde una abierta admiración.
¿Cree que Zambrano ha tenido en España el reconocimiento que merece como intelectual?
Ahora es un buen momento para su rescate porque ella fue el prototipo de mujer independiente, valiente y valiosa, hecha a sí misma… Ya desde los tiempos del instituto en Segovia donde sólo había dos chicas en su clase se hizo notar por su clarividencia. Y en los tiempos de la universidad fue la alumna predilecta de Ortega y Gasset y tuvo una gran actividad, sobre todo desde el punto de vista didáctico. También fue asistente de Xavier Zubiri y en todo momento fue una mujer plenamente moderna y avanzada. Hoy en día, con el auge del feminismo, seguro que sería una figura muy especial y respetada. Es verdad que hay un cierto rescate de su figura con, por ejemplo, la publicación de sus obras completas o sus traducciones al francés y al italiano. Observo que sus libros se leen. Así lo compruebo cuando acudo a institutos y centros de enseñanza. No sé si se tratará de esa «inmensa minoría» que decía Juan Ramón Jiménez sobre los lectores de poesía, pero quiero pensar que estamos en un buen momento en relación con su obra. Cuando regresó a España hubo algo de susceptibilidad e incluso algunos orteguianos se preguntaban si tenía el nivel adecuado para obtener reconocimientos como el Premio Príncipe de Asturias o el Cervantes. Ahora creo que se está haciendo justicia.
Se apunta en el libro que regresó a España tras algunas dudas. ¿De qué tipo?
En ella siempre anidó la obsesión del regreso a España, pero le pesaba mucho el miedo a las dificultades que le planteaba de continuo la mera subsistencia. Tenía muchas reservas con respecto al regreso. El día antes de su vuelta comentó: «No sé si mañana me bajaré del avión». Estaba muy preocupada por su subsistencia, por como iba económicamente a vivir. Ella no regresaba por razones ideológicas, sino porque no sabía de qué iba a vivir. La última exiliada, como así la conocían muchos, iba dejando (ciudad tras ciudad) la huella de una trayectoria vital e intelectual marcada por su generosidad y hondo antidogmatismo y por la abstracción cristalina de su pensamiento.
Afirma usted que la poesía es uno de los ejes de su pensamiento.
Cada mística tiene su poesía. En la cristiana tenía en gran estima a San Juan de la Cruz, en la cristiana heterodoxa a uno de sus guías espirituales como fue Molinos, también admiraba a determinados románticos y a un poeta que siempre citaba y que la acompañó desde niña, como fue Antonio Machado. No podemos olvidar a Unamuno, al que conoció muy pronto cuando él fue a dar una conferencia a Segovia. Siempre le fue muy fiel. Las primeras clases que dio en Cuba fueron sobre Unamuno. También conviene recordar sus paseos con Miguel Hernández cuando éste llega a Madrid. Sus conversaciones con Rosa Chacel. En su casa organizaba una tertulia a la que acudía gente muy diversa en la que nunca faltaban poetas. La poesía siempre le interesó profundamente lo que la llevó a ese hallazgo que supuso para ella el concepto de la razón poética. Ella misma declaraba que «mi razón es la razón poética mientras la de mi maestro Ortega era la razón histórica». La razón poética. Como, frente a la razón sistemática, descubre que hay momentos en los que la razón no puede ir más allá y entonces aparece la poesía. Ella siempre quiso ir hacia ese más allá que le proporcionaba la poesía. Por ejemplo, reivindica a Platón en su vertiente poética y recuerda que éste afirmaba que la poesía no se puede hacer sin la ayuda de un dios.
En suma y tras esta inmersión en la pensadora, ¿cómo la definiría?
María Zambrano es una intelectual radical y un pensadora a contracorriente. Una heteredoxa, lo que justifica ese diálogo continuo con los grandes heterodoxos. Se reconocía como una cristiana bizantina porque valoraba profundamente su relación con el mundo grecolatino y sobre todo con las distintas místicas. Fue una intelectual que, con independencia de las circunstancias vividas, del peregrinaje que emprendiera –obligada al exilio por varios países de América y Europa–, siempre dejó a salvo su dignidad personal y creadora; una mujer que apostó admirablemente por la verdad en cada una de sus creaciones. Un ser humano deslumbrante El autor