Bajo el título La pobreza (Galaxia Gutenberg), publica ahora el segundo volumen de sus memorias. Un texto magnífico al que José Miguel Colldefors ya dedicó un excelente artículo en hoyesarte.com.
Sobre el nuevo volumen de Gamoneda gravita una significativa declaración de partida recogida a lo largo de la presente entrevista: “Vuelvo a buscarme en el olvido. Me importa mucho menos la brillantez del estilo que un reencuentro auténtico conmigo mismo”. Con esa sinceridad lo confiesa quien tiene en la brillantez un aliado.
Entorna los ojos Gamoneda. Un gesto repetido antes de hablar. Como si buscase las palabras más allá de las palabras mismas: “Forzaré el recuerdo y habrá hechos que reaparecerán incompletos o confusos; trataré de reconocer estados de conciencia y algunos se habrán hecho irreconocibles. Relataré estos extrañados recuerdos avisando que son dudosos”.
Lo dice quien escarba minucioso en su memoria y se sirve de fichas en las que anota los detalles que más tarde convertirá en literatura. Quien confiesa que sus memorias son más un ejercicio de fuera a dentro que de dentro a fuera: “La interiorización es propia de la poesía y necesitaba otra cosa. Encontrarme conmigo mismo a través de los hechos externos. Lo necesitaba pues, ante todo, quería hacerlo de forma cierta. Objetivar lo sucedido. He querido ser veraz, pero la subjetividad es inevitable. Me es imposible hacer un marco de la verdad ajeno a la verdad que yo siento.
¿Está satisfecho con el resultado de esta segunda parte de sus recuerdos?
Al escribir La pobreza quería saber más de mí mismo. Es producto de la inquietud que provoca o puede provocar el sentir una especie de vacío existencial. Quería indagar sobre qué había hecho, qué no había hecho y qué me habían hecho. Los recuerdos me han venido a la mano y me conformo con haber permanecido en la tensión de la palabra. He buscado el recuerdo cierto, no dramático. En aquellos años vivíamos escuchando continuamente himnos y discursos que hablaban del triunfo de la humanidad y, al tiempo, soportábamos y vivíamos en la carencia. Padecí una hepatitis por comer harina fermentada. Estaban las cartillas de racionamiento y el temor por si habían delatado al vecino de abajo. Eso tiene que bastar para comprender aquel tiempo de la España vigilada y vaciada de solidaridad. Sumar estos componentes es hacerse a la idea de la situación de entonces.
Lo escrito trasciende la pobreza vivida por usted…
Efectivamente. Uno se mueve en esa ceguera en la que se van removiendo las esquinas y los lugares de la memoria. Mi vida es un tiempo. He querido hablar de la pobreza, no sólo de la mía, que también. Hablar del vacío vivencial. Vacío vigilado que era aquella España y que a veces me da miedo que no haya quedado en el pasado. Que aquello no haya concluido. Me pregunto si en España la posguerra ha terminado. A menudo lo dudo.
Y cuando se le plantea el porqué de estas dudas, tras volver de sus ojos cerrados, Gamoneda sonríe y señala que la respuesta puede precisar varios volúmenes.
Esperar algo no es tener esperanza. Es probable que aquello que entonces substancial y existencialmente esperábamos no se haya producido todavía. En España los bienes de la riqueza y la distribución de ésta siguen como entonces. Hay pobreza, hay miseria incluso; hay hambre todavía. Es verdad que al menos de un modo formal hay menos hambrientos, pero los sigue habiendo pues la opresión tiene en la actualidad formas más presentables de la mano de un consumismo terrible que crea un bienestar falso y que, además, anestesia la conciencia.
Estamos viviendo el fracaso de las ideologías. Es verdad que hoy puedo decir y escribir lo que antes no. Pero es una democracia habitada por una dictadura, al menos en el plano económico. Y no hablo de España sólo, sino del mundo en general. Vivimos una democracia con unos límites poco respetables.
¿Puede la poesía contribuir a mejorar las cosas? ¿A lograr un mundo más justo?
Así, de forma directa diría que no. Pero la poesía hace pensar e intensifica las conciencias. Y es evidente que una conciencia más trabajada e intensa puede repercutir en que las circunstancias vayan a mejor.
Tiene que perdonarme, pero no puedo evitar el preguntarle qué es para usted y a estas alturas la poesía…
(Y esta vez el poeta alarga el gesto de sus ojos. Con ellos cerrados permanece un tiempo mientras junta las manos, las acerca a la boca y, cuando parece que no fuera a responder, lo hace).
“Quien soy yo para afirmar nada en ese sentido. Sería un osado si ahora dejase una definición con la que nadie se ha atrevido a lo largo de más de cinco mil años. Como apunte, nada más que como apunte, me atrevo a formular que la poesía es un pensamiento que precede a la palabra con un sentido musical”.
Y vuelvo a disculparme, pero dígame nombres. ¿Quiénes son los más grandes? ¿Aquellos poetas fundamentales de su generación?
Eso de las generaciones es muy relativo. Hay muchos grandes. Cernuda, Aleixandre o Valente lo son. Pero no es nada nueva mi repetida mención de Claudio Rodríguez. Aquel que fue capaz, siendo muy, muy joven, de escribir esa maravilla que es Don de la ebriedad, un poemario realmente capital. García Lorca es también para mí un poeta deslumbrante. En definitiva, si se trata de poner dos pilares en la España del siglo XX citaría, por altura y consistencia, a Lorca y a Claudio Rodríguez. Dicho esto, España ha tenido en menos de un siglo autores extraordinarios, sobre todo si se considera que sólo cada cien o doscientos años aparecen columnas de un metal especialmente poético.
Y, de regreso a la memoria, inevitable plantear si La pobreza tendrá continuación, algo que el autor afirma desconocer y sobre lo que se exige prudencia pues “tengo los años que tengo y, por ello, la normal desconfianza que me aporta la edad me ha llevado a hablar también del presente. Pero… nunca se sabe”.
Y Antonio Gamoneda vuelve a entornar los ojos. Y calla. Y como recién llegado de un tiempo ya sólo instalado en el recuerdo, sonríe. Plácidamente sonríe.