¿Por qué Guardar la casa y cerrar la boca?
El libro se abre con palabras de Fray Luis de León: «Porque es como la naturaleza hizo a las mujeres para que, encerradas, guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca», algo que las mujeres han vivido a lo largo de la historia. Por eso creo que era importante rescatar la voz de las mujeres que no han cerrado la boca. Mujeres de todas las épocas que, especialmente a través de la literatura, han mostrado sus inquietudes y sus pareceres sobre cuestiones políticas, sociales, sobre el amor, sobre el ámbito familiar…
Este libro no está escrito de golpe, ha ido escribiéndose a lo largo de casi toda mi vida. Muy especialmente desde que empecé a estudiar en la universidad me ha interesado el tema de la mujer. Siempre me ha interesado y en ello sigo. Sobre todo porque siempre ha habido interés en tapar datos que forman parte de la realidad y de la historia. El objetivo último de este libro es dar a conocer cosas que la injusticia ha hecho que sean poco conocidas.
¿Insiste en la necesidad de rescatar la voz de las mujeres acalladas?
Como afirmo en este libro, cuando el rostro de la mujer y todo su cuerpo queda oculto bajo el burka o el marmouk, no se trata de un disfraz. Este atuendo indica la negación de la persona. Ella se ha convertido en un bulto que se mueve sin poder salvar el abismo que la separa del otro a través de la expresión y del diálogo. Mermada en su libertad, reducida a sí misma en el interior de semejante mordaza, se cumple así el decir de Fray Luis de León según el cual, por designio de la naturaleza, a la mujer le toca cerrar la boca. Todavía son muchas las voces de mujeres acalladas.
Y decide hacerse eco de sus voces…
Estaba buscando un libro en París que no tenía nada que ver con las mujeres afganas y de repente me encontré con un texto que se titula El suicidio del canto. Cuando llego a casa y lo leo me quedo estupefacta al descubrir que se trata de los cantos de las mujeres afganas que se dirigen siempre al amante y que califican al marido como «el pequeño horrible». Tienen estos textos y estos poemas un carácter marcadamente erótico y muy apasionado que asume riesgos. Un riesgo tan alto como el de ser lapidadas. Como aquel que dice:
Dame la mano, amor mío, y partamos por los campos
para amarnos o caer juntos bajo las cuchilladas.
A través de estas composiciones sus autoras escapan al hombre que las ve como propiedad. Esta disposición denota una fuerza tan grande… Estas mujeres tienen la fuerza de la poesía; la fuerza de la palabra.
¿Es verdad que el primer escritor conocido fue una mujer?
Efectivamente. La escritura data de principios del tercer milenio antes de Cristo y en torno a 350 años después se sitúa el primer nombre de un autor del que tenemos noticia. Me llevé una gratísima sorpresa al comprobar que se trata de una mujer, una sacerdotisa acadia de nombre Enheduanna que era hija del rey Sargón, el fundador del Imperio Acadio. Esa primera poetisa, en el recinto del templo, emitía su voz fuerte, solemne, decidida, para imponerse a un entorno receloso e incluso hostil. Tras estos comienzos surgiría una escritura más sofisticada proveniente de China, Corea y Japón. Así pues es una realidad que fue una mujer el primer escritor conocido.
También alude a lo que denomina «la gran paradoja» en relación con la mujer. ¿A qué se refiere?
Hay muchos ejemplos de esa paradoja. Como que sea la encerrada, la que se tiene que meter monja, la que pueda pensar y escribir, mientras que la que está fuera no tenga esa libertad. Porque escribir es una de las mayores formas de libertad. El primer escritor, como señalaba, fue una mujer, pero también fue una mujer el primer novelista. Fue una japonesa pues formaba parte de una cultura que exigía que el hombre escribiese en chino y la mujer no y, además, ella podía en tono coloquial contar las cosas cotidianas y contar la vida.
A lo largo de dos mil años, la mujer china no pudo ocupar cargos oficiales y sólo podía ser esposa, concubina, criada, monja budista, sacerdotisa taoísta, cortesana, prostituta, casamentera, herborista o comadrona. En general, sólo las monjas, sacerdotisas y cortesanas eran cultas, a las demás se les daba la educación justa para que pudieran leer los manuales de conducta de su sexo. Es curioso que la cortesana sea la mujer culta, la que sabe escribir, dibujar, pintar y sabe música.
Por otra parte, según el Libro de los ritos, atribuido a Confucio, cuando contaban siete años había que separar a las niñas de los hombres y confinarlas en los aposentos para mujeres. Esto no se cumplía en las familias de campesinos, artesanos y comerciantes, donde las niñas ayudaban en los trabajos y gozaban de mayor libertad. Esta es otra gran paradoja, pues las mujeres con menos recursos eran las más libres.
Aquí, en España, las reinas no podían estar solas nunca. Más que reinas eran esclavas. Día y noche tenían que estar acompañadas por la camarera mayor, que sólo se retiraba cuando aparecía el rey. No tenían intimidad alguna. Una paradoja dramática y patética.
La ciencia también ha sido, en relación con la mujer, un ámbito en el se han producido notables agravios comparativos. ¿También en España?
No se suele plantear el tema de las mujeres científicas silenciadas. En España tenemos un ejemplo extraordinario en Oliva Sabuco, nacida en Alcaraz, un pueblo de Albacete, en 1562, que es la descubridora del líquido raquídeo. Recoge ese hallazgo en el libro Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos que supone una forma distinta de enfocar la medicina. Ella se lo dedica a Felipe II, a quien pide permiso para publicarlo, lo que tiene lugar en 1587, cuando Oliva cuenta 25 años. Su padre, que era boticario, ese mismo año declara que él y no su hija, era el autor del libro, afirmando que «puse y pongo por autora a Luisa de Oliva, mi hija, solo por darla el nombre y la honra». Se ha demostrado que la verdadera descubridora fue Oliva de Sabuco e incluso cuando muchos años después, en 1622, su hermano Alonso publicó la obra en Portugal, tuvo que hacerlo con el nombre de Oliva, ya que su padre no pudo arrebatarle el privilegio concedido por el rey «por todos los días de vuestra vida». Pero si vas hoy a la Biblioteca Nacional no aparece su nombre como autora, y sí aparece el de su padre. Eso ha llevado a que haya habido muchas protestas, incluida la mía, pero de momento no se ha cambiado nada.
¿Cuál es el gran legado de estas mujeres de cara a las próximas generaciones?
Creo que su perseverancia. Su ejemplo en la búsqueda de la verdad y del conocimiento auténtico. Su búsqueda e intento de encontrar su justa situación en el mundo. Estas mujeres de una u otra manera la han encontrado, a veces en situaciones muy hostiles. Ese es un ejemplo para las que vienen. Buscar la verdad, la verdad de uno mismo, de una misma, no es nada fácil, pero hay que luchar por ello.
Insiste a lo largo de su libro en que en la mujer el hecho de escribir y de expresarse le ha permitido vencer barreras sociales y, en definitiva, contribuir a la igualdad…
Todo es un aprendizaje. Es indudable que la escritura te permite conocerte mejor. El factor de comunicación es fundamental. Hay una mezcla de lo que ves alrededor, en tu entorno, lo que te miras a ti misma y lo que vas a comunicar. Por ejemplo, la mujer afgana sabe lo que le importa el amor y por eso, a riesgo de que la lapiden, lo expresa. Eso hace que caigan barreras y, es obvio, que pese a quien pese, contribuye al avance de la sociedad.
Respecto a la igualdad, lo importante es que cada uno llegue a saber quien es, algo que no es tan fácil porque hay muchas cosas en contra. La mayoría de medios lanzan nubes para que no se vea el fondo y no ir a la verdad de las cosas. Hay mucha confusión. Luchar contra esta confusión no es tan fácil pero merece la pena hacerlo.
Rosa Chacel, con la que hablaba cada día, me decía siempre: «Vamos a seguir». Creo firmemente en esa idea. Hay que seguir. Tenemos que seguir. Seguir investigando, seguir buscando, seguir peleando.
¿Cree que en el momento actual en determinados países oprimidos el cine está contribuyendo más que la literatura a que esas voces acalladas resuenen?
El cine, la televisión e internet son vehículos muy eficaces en este sentido, pero la literatura sigue estando detrás de todo ello. La imagen necesita imperiosamente de la palabra y por ello siempre la palabra ocupará un papel clave.
¿Comparte la idea de quienes hablan de una literatura femenina, para diferenciarla de otra más dirigida al hombre?
No estoy de acuerdo con esa afirmación. Pienso que cuando se hacen ese tipo de declaraciones se hacen por otro tipo de motivos ajenos a lo literario. Creo que hay que estudiar todo esto con seriedad y muy a fondo, acaso pueda haber algunas diferencias, pero hay mucho más en común. Lo fundamental es que hay que volver a aquello de que la literatura no sabe de géneros, sino de calidad o falta de calidad. Dicho de otra forma, hay literatura buena y literatura mala, esa es la principal diferencia.
La autora
Hija del editor y poeta Josep Janés, Clara Janés Nadal nació en Barcelona el 6 de noviembre de 1940. Se licenció en Filosofía y Letras en Pamplona y realizó estudios de Literatura Comparada en la Universidad de la Sorbona en París.
Ha cultivado distintos géneros literarios y escrito más de veinte libros de poesía, entre ellos Kampa, Vivir, por el que obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona, Rosas de fuego, Arcángel de sombra y Los secretos del bosque.
Entre su obra en prosa figuran las novelas Los caballos del sueño y El hombre de Adén, el libro de memorias Jardín y laberinto y los ensayos Cirlot, el no mundo y la poesía imaginal, La palabra y el secreto y La vida callada de Federico Mompou, Premio Ciudad de Barcelona de Ensayo.
Es también una reconocida traductora, en especial de autores checos como Vladimír Holan y Jaroslav Seifert. En 1997 obtuvo el Premio Nacional a la Obra de un Traductor.
Guardar la casa y cerrar la boca [2]
Clara Janés
El Ojo del tiempo. Siruela
185 p
16,95 euros
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