¿Por qué Elvira Lindo se lanza a escribir un diario como Noches sin dormir?
Hay dos formas de escribir un diario: hacerlo como un desahogo, una especie de ejercicio intelectual sin intención alguna de verlo publicado, y otro modo que es pensando en su publicación, pues el diario es un género en sí mismo y a lo largo de la historia ha producido libros de mucho interés. Yo no soy escritora de diarios porque no siento la necesidad de hacer un examen de conciencia cada día por escrito. Pero en este caso quería que fuera un a modo de contrato conmigo misma y dejar en el papel mi decisión de abandonar la vida que he llevado durante once años a salto entre dos ciudades.
Con Noches sin dormir (Seix Barral) [1] he intentado cumplirlo, y esa fue la razón por la que empecé a tomar apuntes y, al mismo tiempo, durante los dos últimos años fui haciendo fotografías. De las 2.000 que tengo he seleccionado algunas que son las que acompañan el texto. No he pretendido hacer ningún alarde fotográfico ni pasar por profesional, pero lo que tenía claro es que quería ilustrar lo que he ido escribiendo con imágenes que dan una idea más adecuada de lo que estás contando. Puedes hablar de una calle helada en un día de invierno, pero probablemente si tienes la imagen de eso el lector tendrá una idea mucho más clara de aquello a lo que te estás refiriendo.
Ahora hay muchas páginas en la red que aportan fotos del Nueva York de los años 70 y no son fotos de fotógrafos profesionales, sino de gente de la calle que tomaba imágenes de sus barrios. Yo quería que las mías tuvieran ese sabor, el de las fotos que tú sacas para recordar y guardar como testimonio. He pretendido reflejar lo que sentía, el sentir que me provocaba lo que estaba viendo.
¿Qué referencias laten en este diario?
Hay referencias literarias, pictóricas, gráficas y cinematográficas que me han ayudado a comprender la ciudad. Si hay algo en lo que son maestros los norteamericanos es en el arte del realismo. Es un género que manejan sin ningún complejo sabiendo contar la vida interior y la exterior. He pretendido hacer algo parecido. Este diario es el resultado de muchas lecturas de libros y de periódicos que reflejan esa forma de contar las cosas de manera directa, natural, nada impostada y sin forzar lo intelectual. En ese sentido hay una mezcla de lo cultural con lo íntimo. He mezclado el humor con la melancolía, el espanto con el amor por la ciudad. Es mi vida, no un diario intelectual, aunque aparezcan muchos escritores que, repito, me han ayudado a comprender la ciudad.
«Nueva York juega con tus esperanzas, sentimientos e ilusiones»
¿Qué es Nueva York?
Nueva York es cutre. Ese es el adjetivo que mejor define la ciudad y del que te das cuenta cuando vives en ella. Cuando la visitas como turista reconoces todas aquellas cosas que has visto y que han formado parte de tu cultura infantil, juvenil y de tu madurez. Nueva York es reconocible en cada esquina, lo que hace que la ciudad te embauque y sientas como una especie de entusiasmo. Es como una música que reconocieras y eso te provoca un cierto entusiasmo. Te gusta, la reconoces y te parece maravillosa en cada rincón.
Pero cuando vives en ella y te enfrentas a la ciudad tal y como es te das cuenta de que es un sitio que en el día a día te pone palos en las ruedas continuamente. Las cosas no funcionan bien, la vida es dura. La diferencia entre los muy ricos y la gente sin recursos ha crecido de una forma escandalosa. Yo lo he visto a lo largo de estos once años y esa realidad ha llegado hasta extremos insoportables. La ciudad ha vuelto a tener muchos mendigos y la clase media sobrevive siendo, en muchos casos, expulsada de la ciudad y tiene que irse a los suburbios. Creo que ese es el gran tema del periodismo americano. Cada dos por tres el New York Times y el New Yorker publican artículos que se preguntan hacia dónde va la clase media y qué le sucede a una ciudad cuando la clase media tiene que irse. ¿Quién se queda viviendo allí y qué va a pasar?, porque la clase media es quien mantiene una urbe de las características de Nueva York.
En ese sentido es una ciudad cutre que se estropea con mucha facilidad, que vibra y se tambalea porque todo está más viejo que nuevo. La caracterizan la vejez de las cosas y su falta de mantenimiento público. También compruebas lo que la falta de asistencia social hace en los cuerpos y las caras de la gente. Cuando vives allí eso es lo que estás viendo todos los días.
También alude continuamente a la dureza del clima.
Es que, además, el invierno es larguísimo y te obliga a vivir cuatro meses como una marmota. No es solamente que haga frío, que lo hace y mucho, sino que se produce una especie de conjunción de todos los males atmosféricos: puede haber viento con lluvia, nieve con viento, frío con… todo. Y la noche cae muy pronto, lo que te obliga a estar en casa. Yo creía que se podía pasear pese a todo eso, pero es realmente imposible.
Por otra parte, es una ciudad en la que es difícil entablar relaciones porque la gente va y viene. Haces un amigo y de pronto se va a otro sitio, se muda de ciudad o de país. Ellos están muy acostumbrados a eso, pero nosotros no. En lugares en donde no tienes familia y en donde los amigos son algo tan importante en tu vida siempre, que uno se vaya y lo pierdas supone una ruptura sentimental que a mí se me ha hecho difícil de soportar.
Pero también afirma usted que es una ciudad embaucadora. ¿En qué sentido?
Pese a todo no deja de ser bella porque hasta lo desolador tiene su belleza. A veces he pensado que tal o cual edificio se va a caer y va a derribar al de al lado y así, como un castillo de naipes, caerá la ciudad entera. Pero también tiene otra cara y cuando la primavera irrumpe a la gente se le pone una sonrisa en la cara porque haya acabado un invierno, así son allí casi todos, largo e insoportable.
Como es una ciudad embaucadora hay momentos que piensas y crees que estás en la ciudad más maravillosa del mundo. Es una ciudad que juega tanto con tus esperanzas, con tus sentimientos y con tus ilusiones que hay momentos en que te sientes muy baja de ánimos y otros en los que vas a dos palmos del suelo. Ese contraste que está en la ciudad lo sientes tú también. En estos años me he dado cuenta de que Nueva York es una ciudad hecha para gente muy fuerte, no está hecha para cualquiera. Al margen, claro, de que es una ciudad para la gente con dinero.
«La ciudad te impone salir cada día a pelear»
Y habla usted de los neoyorquinos como de “un ejército de resistentes”…
Si, así lo creo. Ahora estoy trabajando con tres fotógrafos españoles que viven allí y que van a hacer una exposición sobre la ciudad y cuando me pidieron un título se lo dije de inmediato: “Nueva York, ciudad para valientes”. Siento que los españoles seríamos los menos valientes de los valientes que habitan allí porque por un lado están los neoyorquinos de pura cepa que están educados desde niños para resistir en soledad, hechos para una vida muy individualista. Incluso para despreciar un poco al que no sobrevive, al más débil. Por otro lado están los inmigrantes que llegan a Estados Unidos desde países donde la dureza es todavía mayor, esos también son súper resistentes. Van a saco, a muerte, a sobrevivir como sea y ganar dinero para mandarlo a sus casas. Esos se enfrentan con la dureza extrema de la ciudad, con el frío. Son los que trabajan en la calle, en los servicios, son los que mantienen la ciudad, los que sirven al resto.
La ciudad te impone salir cada día a pelear. Por eso creo que los inmigrantes de países mediterráneos, como es nuestro caso, por mucho que haya crisis que les obligue a vivir allí porque van a tener un contrato que aquí no tienen, porque pueden investigar y aquí les resulta imposible -en Nueva York hay 400 científicos españoles trabajando-, pese a todo, en mi experiencia esas personas echamos de menos el tipo de vida mediterráneo por muchísimas razones: por el clima, por las relaciones humanas que son más fáciles y, en definitiva, porque uno se siente más protegido. Estamos acostumbrados a vivir en una sociedad más protegida.
También confiesa que las películas de Woody Allen le parecen suaves. ¿Por qué?
Me dan la sensación que reflejan un Nueva York muy idealizado. No lo digo yo, sino a los propios neoyorquinos les chocan los ambientes de esas películas. Leí una crítica en el New York Times en la que decía que lo que pone cachondo de las películas de Allen es que siendo los personajes profesores de instituto y de universidad o trabajadores normales vivan en apartamentos y pisos tan cojonudos. Nadie con esas profesiones puede vivir en esos apartamentos. El bolsillo no les da.
Efectivamente el cine ha contribuido a idealizar la imagen de Nueva York, pero también ha mostrar su lado más oscuro. Ahí están las películas de Martin Scorsese. Ese lado canalla y salvaje de la ciudad también quiere verlo la gente. El turista quiere verlo todo y todo le gusta, aunque sea la parte menos agradable. Hay que decirle que ese lado es de verdad, que esa cutrez es de verdad, no está ahí solamente para tu foto. Si, por ejemplo, vas a Queens, verás paradas de metro que te hacen pensar que estás en el tercer mundo. Un mundo de seres que están muy, muy necesitados. Todo esto hace pensar en el milagro de una gran mentira. Una mentira que en cierto modo la literatura ha desvelado pues en parte retrata la ciudad con crudeza y tal como es.
Pero sostiene usted que, en general, el emigrante en Nueva York es un ser agradecido…
Esto es algo muy interesante porque a pesar de sus condiciones de vida los emigrantes tienen un sentimiento muy americano, muy agradecido. Eso es algo muy distinto a lo que sucede en Europa, donde el emigrante mantiene un sentido crítico con el país que le ha acogido. Tal vez porque Europa defiende el sentido crítico y nuestra cultura es así. Es curioso que los primeros que llevan banderas en las celebraciones en USA son los latinoamericanos. Realmente hay que tener una cultura muy poderosa para conseguir eso.
«En España, con la crisis, hemos perdido sentido del humor»
Desde lejos, ¿se aprecia más España?
Cuando estamos aquí somos muy críticos, pero creo que los españoles amamos más nuestro país cuando estamos fuera. Se nos despierta la nostalgia. Apreciamos más en la distancia, desde lejos. Eso es algo que no siento únicamente yo, sino que lo he escuchado y comprobado tantas veces…
¿Qué diferencias observa entre la España que dejó hace once años y la que ahora se encuentra?
La crisis económica ha minado muchas cosas. Ha aumentado la tensión y para mí, que a menudo escribía en un tono humorístico, ahora lo veo distinto porque noto que hemos perdido sentido del humor. Se nota mucho que hemos ceñido el humor al chiste y a la ocurrencia. Los artículos que yo escribía hace once años cuando me fui eran completamente desprejuiciados y me reía de mi misma y de los demás y, por ejemplo, podía contar que había hecho un gasto desmesurado e inconsciente. Ahora no me atrevo a decirlo porque todo se juzga. En cierto modo, no puedes decir dos palabras sin que haya el riesgo de que se malinterpreten.
Con la crisis hemos pensado que estar comprometido con lo que está pasando supone estar juzgando moral y continuamente las cosas. Eso hace que éste sea ahora un país más tenso y más aburrido. También se piensa que el compromiso supone el tono grave sobre las cosas, algo que hemos ido asumiendo todos: los que escriben, los que actúan, los que… todos los que tenemos oficios o actividades públicas. Hemos acostumbrado al público a juzgarnos así y solamente el que declara que está comprometido las veinticuatro horas al día y lo expresa parece que es la única persona comprometida. Entre todos deberíamos relajar el discurso público.
¿Quiere ser Noches sin dormir una despedida, un adiós a la ciudad en la que ha vivido?
Es una buena observación porque este diario se inscribe en la tradición de otros libros, reportajes y textos de autores que dicen: “aquí he estado un tiempo, pero adiós, me voy. Ya no voy a seguir aquí”. Por ejemplo, es el caso del de Joan Didion. Los diarios de despedida se han convertido en un género que cuenta una experiencia que te enriquece y te convierte en otra persona, pero llega un momento en que dices adiós. Como dice Didion en la cita que he elegido para abrir mi libro, hay un momento difícil en la vida que es el saber cuando ha llegado un final. Yo he intentado captarlo en relación con mi vida y América.
Por último, ¿realmente no va a escribir más libros de este tipo como afirma en algún momento en Noches sin dormir?
No ha habido cosa más azarosa que el éxito de los libros de Manolito Gafotas. Esa cosa de lo popular es algo que me ha perseguido y me provoca una especie de fobia. Me siento vulnerable ante la popularidad. Tengo un déficit de defensas ante ese hecho. Eso es contradictorio con el hecho de que escribo desde siempre y me he ganado la vida escribiendo. Enseguida empezaron a pagarme por escribir. El ejercicio del periodismo me lo ha dado todo en mi vida.
Pero en cuanto a lo literario me cuesta el momento de la exposición pública de algo íntimo que he escrito como, por ejemplo, Noches sin dormir, que tiene mucho de confesional. Con los años he comprendido que cuando una mujer cuenta algo íntimo o muy personal se expone mucho. Lo que escribe una mujer es más fácil caricaturizarlo y hacer chanza sobre ello. Esa exposición es dura y es la que me hace pensar en la posibilidad de no volver a hacerlo. Pero ya veremos…
La autora
Elvira Lindo nació en Cádiz en 1962. Guionista de cine y escritora, inició estudios de periodismo que abandonó cuando, con sólo diecinueve años, comenzó a trabajar en la radio. Ha trabajado en Radio Nacional, en la SER y en televisión. En la actualidad es colaboradora habitual del diario El País. Sus crónicas periodísticas están recogidas en Tinto de verano, Otro verano contigo y Don de gentes.
Creadora del personaje Manolito Gafotas -que surgió como guion radiofónico y la hecho muy popular no sólo en España-, en 1998 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil. Ese mismo año se publicó su primera novela para adultos, El otro barrio. Es autora, también, de Lo que me queda por vivir, Lugares que no quiero compartir con nadie y la obra de teatro La ley de la selva.
Entre sus trabajos para el cine destacan sus colaboraciones, sobre todo como guionista, pero también como actriz ocasional, con el director Miguel Albalaldjo (La primera noche de mi vida, El cielo abierto y Manolito Gafotas). En 2005 recibió el Premio Biblioteca Breve por la novela Una palabra tuya, llevada al cine por Ángeles González-Sinde.
Desde finales del año pasado ha vuelto a residir en Madrid.
Elvira Lindo
Seix Barral
224 páginas
20 euros
E-pub: 12,99 euros
Lea el primer capítulo [3]