Tras una enfermedad «dolorosa hasta la extenuación», el 18 de marzo de 2015 moría Sara Torres, Pelo Cohete para los conocidos. Desde entonces, Savater confiesa que su día a día se consume «en sobrevivir, que no es lo mismo que vivir. También en permanecer para recordarla pues tengo la sensación de que si dejo de hacerlo ella desaparecerá definitivamente».
Desde esa idea, como explicó en el escenario del Cine Doré de Madrid arropado por amigos de la pareja, como los periodistas José María Calleja y Juan Cruz y el historiador Jon Juaristi, ha dedicado los últimos cuatro años a escribir unas sentidísimas memorias de amor que, bajo el título La peor parte, «aunque es un libro de celebración de mi amada, no sólo habla de amor: también cuento episodios de mi vida juntos, nuestros viajes, nuestras diversiones compartidas y nuestra lucha contra el terrorismo y el nacionalismo obligatorio en el País Vasco. Para nosotros, el amor no fue un beatífico éxtasis sino un acicate para actuar, conocer novedades y correr riesgos».
En ese punto, el autor se pregunta: «¿Para qué sirve un libro como éste?, ¿para dar lástima o para dar envidia?». Y se responde en voz alta: «Quizá solamente para demostrar de nuevo que el amor es lo que mueve él solo y todas las demás estrellas de la vida humana. O acaso mi anhelo más secreto sería que el lector se enamorase también un poco de ella y empezara a echarla de menos, como yo».
Con esa abierta sinceridad habla el escritor de un texto «que me ha llevado a certificar que la peor parte de mi vida consiste en tener que contar la que fue la mejor. Vivir sin alegría ha sido una experiencia nueva para mí, una ruptura con mi yo anterior. Estaba acostumbrado a despertar siempre como cuando era niño, con un latente ‘¡vaya, otra vez!’ gorjeando dentro. Y con el litúrgico ‘¿qué pasará?’ con el que acababa cada episodio de cualquiera de los tebeos que tanto me gustaban y que leía puntualmente cada sábado por la noche. Yo sabía que cabía esperar mil peripecias divertidas, pero que nada irreparable le ocurriría al protagonista, o sea, a mí. Aunque me quejaba, lloraba y maldecía como todo el mundo, jamás me lo creí; la vida me parecía estupenda… Incluso en mis peores momentos, en la tortura del cólico nefrítico, en el hastío de un cóctel formal o una conferencia académica (son las peores experiencias que a bote pronto puedo recordar), sonaba como fondo de mi ánimo el basso ostinato de la alegría, aunque ni siquiera yo pudiese darme cuenta. Ha sido al dejar de oír ese íntimo hilo musical cuando, tras la inicial extrañeza, me he dado cuenta de lo que había perdido. ‘Reconocí a la alegría por el ruido que hizo al marcharse’, dijo Jacques Prévert (el poeta preferido de Pelo Cohete cuando la conocí), y podría hacer mía esa constatación».
«Creo que Sara ha sido irrepetible», continúa Savater, «y ya sé que me dirán que todos los seres humanos somos irrepetibles. Pero es que a ella se le notaba mucho. Era increíblemente activa, casi impaciente. También era el desparpajo, la libertad y la alegría. Yo probablemente hubiese tenido una vida bastante más indolente si no la hubiese tenido a ella. Con su energía me arrastraba».
Escuchándole se adquiere la certeza de que estamos ante el libro más personal, emotivo e íntimo de quien a lo largo de tres décadas ha publicado más de cincuenta obras, -ensayos filosóficos, políticos y literarios, narraciones y teatro- traducidas a más de veinte idiomas.
Pero también se constata que no estamos ante un elogio fúnebre, porque el deseo de alargar la memoria, de engañar al olvido, acaba por devenir en un acto de agradecimiento, de amor. Es posible que se trate del relato de una batalla que todos sabemos perdida de antemano, pero también, quizá antes que nada, es un canto emocionado a la vida, una llamada a amar y disfrutar en todo momento con la persona que amas. Porque en el texto está la pérdida, la ausencia, el derecho o no al olvido, la muerte, el dolor, la enfermedad, pero también la lucha, el compromiso, el sexo, las risas, las bromas, las complicidades. Todo eso es la vida, y Fernando Savater consigue hacernos reflexionar sobre ello, a través de él, a través de Sara, a través de los dos, como uno solo.
Y, a la postre, el desgarro de la pérdida pues, concluye Savater: «Finalmente, el apagón. La muerte de mi mujer, del amor de mi vida, del amor en mi vida, de mi amor a la vida. La caída irremediable en el océano de la desgracia».