[Con motivo de la exposición de la obra de Dalí El Cristo de San Juan de la Cruz (1951), que acoge su museo de Figueres, y con el título ¿Por qué, Dalí? (Planeta), ve la luz un ensayo que analiza la que hoy es considerada una de las obras más enigmáticas del pintor. Ese Cristo que tras más de siete décadas puede contemplarse por vez primera en un museo español.
Mediante una ficción en forma de correspondencia epistolar con el pintor, Sierra nos sumerge en la esencia de esta obra y su proceso de creación a través de un perturbador interrogante. También a lo largo del libro, Antonio López, en diálogo con Montse Aguer, directora de los Museos Dalí, profundiza sobre su figura e invita a adentrarse en su mente y proceso de creación. «Un pintor extraordinario, profundo, valiente y dotado de una técnica deslumbrante», remarca López.]
– La primera pregunta es obligada, ¿por qué, Dalí?
Porque es un pintor que no pinta, sino que construye ventanas para que el espectador de su obra se asome a otros mundos. Así lo hace a través de su época surrealista, que permite que su arte sea una introducción al mito de lo onírico y, sobre todo, lo hace en el giro copernicano que da a su carrera en 1951, cuando pinta el Cristo de San Juan de la Cruz, la obra a la que hemos dedicado este libro. Ese es un momento crucial en la vida de Dalí. Había estado muchos años fuera de España, vuelve en 1948 y busca conectarse con la ciencia española y hace en la Navidad de aquel año un viaje no secreto pero sí discreto a Ávila, al Convento de la Encarnación en el que vivió ¡Teresa de Jesús casi treinta años. Va allí porque en principio ¡quería hacer una película sobre Santa Teresa. En ese lugar las monjas le enseñan un relicario que contiene un dibujito que pintó San Juan de la Cruz después de vivir un trance. Un día el santo va a la iglesia del Convento y asomado a la tribuna ve flotando en medio de la iglesia una cruz y sobre esa cruz un Cristo de carne y hueso que está agonizando. Y cuando sale del éxtasis lo dibuja en un papelito. Ese papel se conserva en ese relicario y cuando Dalí lo ve le impacta profundamente, se queda traspuesto. Eso sucede en 1948 y en 1951 pinta ese Cristo aéreo tan particular en homenaje al dibujo del relicario. Yo he reconstruido ese viaje de Dalí a Ávila, ver las razones que lo llevaron allí y tras descubrir que Dalí estaba embebido en un montón de lecturas vinculadas con el misticismo, con lo sobrenatural, con la muerte, porque él estaba obsesionado con la muerte y con la mortalidad, le dirijo una carta en la que le interrogo por las razones de ese viaje y de ese cuadro.
[Como el propio Dalí escribió sobre su cuadro: “La posición de Cristo ha provocado una de las primeras objeciones a esta pintura. Desde el punto de vista religioso esta objeción es insostenible, ya que mi cuadro ha sido inspirado por el dibujo en el que el propio San Juan de la Cruz representó la crucifixión. En mi opinión , este dibujo tuvo que ser hecho a consecuencia de un éxtasis. La primera vez que vi el dibujo me impresionó tanto que, más tarde, en California, vi en sueños a Cristo en la misma posición, pero en el paisaje de Portlligat, y escuché unas voces que me decían: “Dalí, tienes que pintar ese Cristo”].
– ¿Qué supone este Cristo de Portliigat en la obra daliniana sobre los otros que también salieron de su mano?
Éste es el más icónico, pero todos tienen algo en común. Crucifixión. Cuerpo hipercúbico es de la misma época que el de San Juan de la Cruz, pero está emparentado con el de San Juan porque es un Cristo sin llagas, sin corona de espinas. Es un Cristo apolíneo que no sufre. Hasta ese momento todos los Cristos que habían sido pintados por los grandes maestros eran personajes sufrientes. Dalí le quita todo ese aparataje y lo convierte en un Cristo sublime visto desde una perspectiva cenital. De alguna manera a él le preocupa el Cristo del más allá, no el Cristo humano, sino otro mucho más divinizado. Al hacer eso crea una figura que atrae del mismo modo a cristianos, a musulmanes, a budistas… No es un cuadro religioso, sino metarreligioso. Integra todas las religiones y eso lo convierte en un lienzo muy especial.
– ¿Qué aporta este libro que no supiéramos hasta ahora?
El libro es la unión de varios factores. Por un lado está la aportación de un pintor de la dimensión de Antonio López, una especie de Velázquez contemporáneo, que tiene una interesantísima conversación con Montse Aguer en la que desgranan la figura de Dalí y por qué se mete en esta historia y abandona el surrealismo para crear otro tipo de pintura.
Por otro lado, hay varias aportaciones de conservadores que estudian, por ejemplo, las razones que llevaron a Dalí a utilizar a un modelo de cine para representar al crucificado. Era un especialista hollywoodiense de películas de acción que se llamaba Russell Saunders. Un doble que llegó a sustituir a Gene Kelly en algunas de sus películas. Y el libro se completa con la parte mía que cohesiona esa visión más técnica. Esa carta que yo le envío al pintor con ánimo de que me la responda. Como estamos hablando de un maestro del surrealismo todo es posible.
Creo que este es uno de esos raros libros de la historia del arte que cuestionan la pregunta fundamental de toda obra de arte que no es el qué, no es el quién, no es el dónde ni el cuándo, sino el por qué. Por qué un artista toma una decisión y elige un tema y no otro, por qué una perspectiva y no otra, por qué sigue una escuela y no otra. Esa es la intención de este libro: conocer las decisiones íntimas que tomó Dalí hasta pintar su obra maestra.
– Y siguiendo con los porqués, ¿qué llevó a Dalí a abandonar su período anterior y entrar en ese proceso místico?
Desde siempre, desde que era muy niño, estuvo muy preocupado por la muerte. Era el segundo hijo que tuvieron sus padres. Cuando nace acababa de morir con sólo dos años de edad su hermano mayor, que se llamaba Salvador. Le pusieron el mismo nombre que a su hermano muerto y lo vistieron con las ropas del fallecido. Lo instalaron en la misma habitación que el desaparecido. Eso hizo que siempre se sintiese como una especie de impostor, de ocupa instalado en el lugar de otro. Todo eso hace que desde muy niño lo obsesionase la idea de que estaba sustituyendo a un muerto. Desde el principio se acerca a todas las variables de la muerte y una de sus principales variantes tiene que ver con la religión, que implica el intento de indagar y encontrar respuesta a lo que hay más allá. Como también le atrae, y por las mismas razones, el esoterismo, la magia, la brujería… Todo eso rondó a Dalí desde muy temprana edad. En Figueras era muy amigo de una bruja que se llamaba Lidia Nogué y que fue la persona que le pagó su primer viaje a París y que le conectó con las vanguardias. También fue la mujer que le vendió la casa de Portlligat.
Dalí fue un ávido lector de libros esotéricos como El retorno de los brujos y a raíz de esa lectura se hace muy amigo de uno de sus autores, Louis Pauwels, hasta el punto de que se va a Cadaqués a vivir con Dalí una temporada y escribe un libro sobre el pintor. Todo eso es un magma que impregna el alma de Dalí, hasta el punto de que en toda su trayectoria pictórica se detecta la influencia de muchos de esos libros. Hay un Dalí esotérico que se manifiesta incluso en sus Cristos. Todo eso me anima a seguir explorando su universo, que me provoca auténtica fascinación.
– Sus libros son producto de una profunda labor de documentación, ¿cómo definiría ahora a Dalí?
Creo que es un alma dolorida que trata de encontrar sentido a la vida a través de su pintura. Busca entender la naturaleza humana con sus cuadros más oníricos y al no encontrar respuestas en la psique, en lo freudiano, y conviene no olvidar la influencia de Freud en Dalí, da el salto al misticismo y a la religión sin lograr su objetivo, que es, repito, encontrar respuestas. En su etapa final volverá a lo surrealista seguramente tratando de forzar la realidad para ver si hay algo detrás. Desde ese punto de vista él vive dolorido y muere dolorido porque no llega a entender lo que busca.
– También destaca usted el valor de la obra literaria del pintor…
Sabemos mucho de su personalidad porque dejó una obra literaria muy poco conocida por el gran público, pero enorme en su dimensión. Creo que es el único artista de su tiempo que reflexiona y se explica a sí mismo a través de su escritura. Son textos muy bien escritos que dan coherencia a lo que pudiera parecer, sin serlo en absoluto, una paranoia absoluta. Todo eso lo convierte en un personaje extraordinario. En la época en la que pinta el Cristo de San Juan de la Cruz escribe el Manifiesto místico. Conviene poner sus pinturas al lado de sus libros para entender mucho mejor al artista.
– Por otra parte, ¿cómo debe entenderse la necesidad de Dalí de alimentar su imagen afectada y sobreactuada?
Cuando llega a Estados Unidos se da cuenta de que tiene que hacerse notar. Tiene que transgredir, romper escaparates, etc. Tiene que singularizarse y sabe que un minuto de televisión le da una oportunidad y la aprovecha para hacer cosas estrafalarias que se quedan en la memoria de la gente. El conoce el llamado “arte de la memoria”, que es una disciplina que utilizaban los oradores del mundo clásico, desde Cicerón en adelante, que para tener buena memoria, buen recuerdo de muchos conceptos en una época en que no había ni teléfonos móviles, ni googles ni wikipedias, ni siquiera enciclopedias impresas, asociaban conocimientos a imágenes mentales muy disruptivas y diferentes. Eran reglas nemotécnicas llamativas que Dalí utiliza para darse a conocer. Pero todo eso es un disfraz de cara al público, porque en su casa, en la intimidad, es un hombre culto y sensato muy preocupado por sus lecturas, por sus técnicas, por todo aquello que interesa a un artista para crear. Nada que ver con el estrambótico personaje por el que muchos le conocen.
– ¿Con qué sentiría compensado el esfuerzo realizado para escribir esta obra?
Con que el lector comprendiese que hay un Dalí oculto detrás del disfraz, del de la voz engolada y de los bigotes engominados. Que comprendiese que ese Dalí oculto es un Dalí profundo en su búsqueda de lo trascendente y de lo sublime.
– Y Javier Sierra, ganador en su día del Planeta con El fuego invisible y autor de novelas tan populares como La cena secreta, El maestro del Prado, La dama azul o El ángel perdido, apostilla entre la reflexión y el deseo: «Somos una sociedad muy reactiva. Enseguida nos ponemos en acción, enarbolamos una bandera y llegamos a conclusiones grandilocuentes. Vivimos en una sociedad muy poco contemplativa y la contemplación da perspectiva, mesura, moderación, comprensión global e incluso piedad. Y esta sociedad precisa dosis de piedad hacia uno mismo y hacia los demás».