Como comenta Michael Žantovský, pocas vidas hay que resuman de forma tan fascinante y radical el siglo XX como la de Havel. Escritor, dramaturgo, iconoclasta, disidente y presidente de su país, Václav Havel desempeñó también un importante papel como pensador y agitador de la política internacional.
Nacido en 1936 en el seno de una familia intelectual en la Checoslovaquia feliz con su independencia, vivió la ocupación nazi de su tierra y la Segunda Guerra Mundial, la liberación por las tropas del Ejército Rojo, la implantación del régimen comunista tutelado por Moscú, la esperanza de la Primavera de Praga, el retorno de la represión totalitaria comunista, la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, y la llegada de la democracia a su país a través de la llamada “Revolución de Terciopelo”, que él mismo lideró.
¿Cuál es el objetivo central, íntimo, de Havel: Una vida?
Sentía una gran deuda hacia su persona desde siempre, pero con más intensidad desde su fallecimiento. Pensé que la mejor forma de saldar esa deuda era escribir un libro sobre él. Cuando pensaba cómo debería ser ese libro consideraba fundamental que debería ser muy sincero, muy verídico. Václav Havel fue una persona que actuaba siempre, y así lo comprobé a lo largo de muchos años, respetando a ultranza el principio de la verdad. Por eso a la hora de escribir estaba seguro que él sólo querría que yo lo hiciese basándome en la verdad. Lamentaría que yo mintiera al hablar de él, fuera cual fuera el asunto o el tema. Le hubiera gustado que yo escribiera la verdad, incluso sobre las cosas fuertes o sobre sus fallos. He tenido la sensación, al escribir, que él me estaba mirando por encima del hombro porque, insisto, el siempre intentó vivir en lo cierto.
Otro tema es que tenía que vencer la visión parcial, particular, que aparece en muchas publicaciones sobre Havel. A menudo se habla de él sólo como político, o como autor de obras dramáticas, o sólo sobre su legado ideológico. Es decir, se suele sacar sólo una parte de su personalidad. A mí lo que más me fascina de Václav Havel es que era una persona íntegra, entera, actuaba de la misma forma si hablaba con un político o con un preso o con un obrero o con un disidente. Esa integridad de su personalidad es algo único. He intentado hacer un libro que reflejara esa integridad.
El nivel de muchos políticos es el que es, y lo demuestran. Desde esa perspectiva, ¿consideró el riesgo de idealizar al político Havel?
He tenido ese temor desde el principio porque si uno conoce bien a una persona y, al tiempo, es persona a la que admira y su amigo, eso no es una garantía de objetividad. Por el contrario, la tendencia es a idealizar. He intentado solucionar ese peligro a través de mi profesión, como psicólogo clínico, adoptando una distancia hacia el paciente para poder ver lo dramático de la experiencia. Así lo hacemos y así lo hice con este libro. Además acudí a la experiencia de mi mujer, que es fotógrafa profesional, y me dijo que me alejase, que adoptase una óptica más lejana. Fue entonces cuando decidí escribir el libro en inglés, que no es mi idioma materno y que me permitió una cierta distancia.
¿Hay algo de Havel que no se sepa y que realmente sorprenda y explique su trayectoria?
Los hechos básicos y principales son conocidos. Su procedencia de una familia burguesa acomodada, su experiencia con el comunismo, cuando se convierte en un ciudadano de segunda categoría, sus primeros éxitos artísticos, su papel decisivo en 1968 en la Primavera de Praga y su lucha a lo largo de veinte años por los derechos humanos. Todos son hechos bien conocidos y, en torno a ellos, no hay ningún secreto ni nada que no se conozca. Pero es verdad que en mi posición como director de la Biblioteca Václav Havel veo que siguen encontrándose nuevos documentos sobre su vida que hacen que su imagen sea cada vez más plástica, más completa. Acabamos de publicar un facsímil que escribió durante su primera estancia en la cárcel, ensayos inéditos hasta ahora. Ese legado lo encontró un amigo a través de su abuelo hace muy poco tiempo. Dicho ésto, no creo que haya grandes agujeros negros sobre su persona y dudo mucho que pueda surgir algo realmente nuevo en ese sentido.
Pero hay cosas curiosas. Por ejemplo, la gente de nuestro país sabe que a Václav le gustaban mucho las mujeres y él nunca intentó ocultar ese hecho. O su ambición siempre por parecer mortal, no inmortal. Él me contó que eso le venía de la infancia, pues procedía de una familia burguesa muy rica y los niños que tenían menos recursos no querían jugar con él porque lo veían diferente y él se sentía marginado. Toda la vida intentaba encajar, ser mortal. Fue en él una constante.
«Estamos viviendo la crisis más grande de la democracia desde la Guerra Fría»
¿Al margen de Havel y apelando a la experiencia de usted como diplomático, hay algún personaje que le haya deslumbrado?
Es un asunto delicado. En la época del comunismo trabajé como traductor sobre todo de literatos contemporáneos norteamericanos, como Kurt Vonnegut o William Styron, entre otros, pero nunca podía conocerlos porque vivía en un país comunista en el que no se podía viajar, y menos a Estados Unidos. Cuando cayó el Muro pude conocerlos, y a veces eso era magnífico y otras no lo era tanto, lo que te lleva a pensar aquello de que hay que ser muy prudente con lo que uno desea porque a veces se cumple para mal. Lo mismo sucede con los políticos. Cuando conoces a algunos de los grandes sientes un desencanto porque esperabas mucho más, pero otras veces se cumplen tus expectativas.
Hay algunos que te impresionan, como el canciller alemán Helmut Kohl, que era una personalidad con una mirada de cobra que hipnotizaba. O Margaret Thatcher, que era una dama muy enérgica pero un poco cómica. Me impresionó el primer presidente Bush, el padre, porque sabía comportarse con una amabilidad extraordinaria y transmitía una humanidad muy diferente a la de otros políticos. Cuando fui embajador en Israel me encontré con el primer ministro Ariel Sharón, que fue una personalidad muy controvertida pero que tenía un carisma excepcional. ¡Ah!, soy un gran admirador de la Reina de Inglaterra, otra personalidad muy peculiar.
Tras la escisión de Checoeslovaquia en la República Checa y Eslovaquia, ¿ha mejorado la situación?
No puedo responder a la pregunta que muchos se formulan en relación a si hubiera sido mejor o no separarse. Pero sí que sé que hubiera sido peor intentar frenar la separación. Estoy convencido de que eso hubiera sido mucho peor. Veinticinco años después puedo afirmar que las relaciones con nuestros vecinos eslovacos son muy buenas, mejores que antes. Muchos de nosotros seguimos teniendo en Eslovaquia una parte de la familia, amigos, trabajo, etc., por lo que la relación es muy fluida. Mi mujer es eslovaca, por lo que nuestros hijos son checoeslovacos, aunque los países se hayan separado.
Por otra parte, con la separación hemos resuelto algunos problemas, pues había diferencias en algunas preguntas clave como en la economía o hasta qué punto tiene que haber un comercio libre. Con la separación estos problemas se han resuelto, aunque también hay desventajas. La primera es que la antigua Checoslovaquia sería en la Unión Europea el séptimo país más grande en tanto que separados somos países pequeños. Por otra parte, cuando fue fundada Checoslovaquia en 1918 fue un estado multiétnico en el que vivían, aparte de checos y eslovacos, alemanes, húngaros, judíos, polacos, rusos y gitanos. A lo largo de estos cien años el noventa por ciento de la población checa judía, cientos de miles de personas, desapareció con el nazismo. Después fueron expulsados los alemanes, después con los eslovacos se fueron muchos húngaros y en la actualidad nuestro país es étnicamente homogéneo, más pobre. Y si no fuera por la población gitana sólo estaríamos personas de una única etnia.
Por último y apelando de nuevo a su experiencia como observador diplomático, ¿cómo ve el mundo en el momento actual?
Creo que estamos viviendo la crisis más grande de la democracia desde la Guerra Fría y quizás de toda la historia. Tenemos que pensar qué es lo que quieren los partidos, grupos y tendencias populistas y xenófobas y pensar en qué fallo la democracia liberal que ha hecho posible la emergencia de estas fuerzas políticas. Para mí el punto clave es el mismo que denunció Havel tanto en su obra como en su vida política y es por qué falló la responsabilidad de muchos políticos tanto en sus palabras como en sus hechos y actos. Hay que volver hacia la responsabilidad. Es preciso reclamar la responsabilidad también de los ciudadanos y de los votantes. Estamos jugando con fuego y eso, por el bien de todos y por el bien del mundo, no puede continuar.