Véra Nabokov, la mujer que acompañó al escritor Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899 – Lausana, 1977) durante toda su vida es, insiste Zgustova, un ejemplo diáfano de la mujer que, consciente de que comparte su existencia con un hombre extraordinario, decide convertir en su razón de ser el éxito de su pareja.
«Ella es la primera lectora de los textos de su marido, quien los pasa en limpio y los prepara para su edición. Organiza la vida de los Nabokov en el exilio, primero en Berlín, luego en París y finalmente en Estados Unidos, donde convence a su marido de que escriba en inglés y se centre en las novelas, hasta su regreso a Europa, cuando se establecen en Montreux, Suiza. Lleva las finanzas y negocia los contratos de los libros y de las colaboraciones en publicaciones periódicas y las adaptaciones cinematográficas. Pero también pretende controlar las amistades de Vladimir, sobre todo las femeninas».
Es sabida la pasión del escritor por el mundo femenino. Un revólver para salir de noche escarba también en las complejas relaciones de Nabokov con otras mujeres y lo que, a pesar del férreo control de Véra, representaron para su figura y su obra.
¿Cómo elige a los personajes que protagonizan sus libros?
Escribo sobre los que llaman a mi puerta. Cuando lo hacen la llamada tiene tal fuerza que ya no puedo evadirme. Lo siento como una especie de ajuste de cuentas. Con Véra Nabokov me ha pasado eso. Hablamos de un personaje muy potente, contradictorio, que despertaba y sigue despertando sentimientos encontrados. Hay quien la ve como una mujer muy positiva y otros como todo lo contrario. Es la mujer que hizo de su marido el escritor mundialmente conocido. Sin ella, muy probablemente Nabokov no hubiera pasado a la historia de la literatura. Es verdad que es un creador excepcional y que tendría lectores, pero estoy casi segura que sin ella no sería leído masivamente en todo el mundo.
¿Cómo la define? ¿Una mujer absorbente o absorbida?
Creo que hay algo de las dos. Por un lado se deja absorber totalmente por el mundo de Nabokov, por el mundo de sus novelas y de su persona porque le admira de un modo total. Por ejemplo, el revolver que ella siempre llevaba en el bolso, y así lo confesó muchas veces, era para protegerle. En cualquier circunstancia ella defendía la figura y las opiniones de su marido como una tigresa. Pero al mismo tiempo era una mujer absolutamente controladora que llevaba muy mal que no se hiciera lo que ella quería. Iba siempre hasta el fondo de las cosas. Por su deseo de control, prácticamente secuestró a Vladimir y se lo llevó de Estados Unidos, en donde él quería estar, a Montreux, una pequeña ciudad provinciana que lo alejaba de cualquier tentación. Especialmente de las tentaciones femeninas pues a Nabokov, además de las mariposas y los juegos, le gustaban mucho las mujeres.
Tras sus investigaciones sobre Vladimir Nabokov, ¿cómo lo definiría?
Siempre tenía una mirada de artista. Hiciera lo que hiciera tenía muy bien puestas siempre sus gafas de creador. Contra lo que se ha dicho, no era misógino, pero podía parecerlo porque a veces era altivo. Tenía la costumbre, como no era infrecuente entre los intelectualmente nobles de su época, de hablar desde una cierta altura. Su forma de hacerlo y su ironía podían dar la sensación de misoginia, pero estoy convencida de que no lo era. Le gustaba jugar con todo, con las palabras e incluso con las personas. Cuando hablaba se inventaba historias que no pueden considerarse mentiras, sino juegos. Por ejemplo, decía que tomaba mucho té, pero en realidad se servía whisky. Esta forma de comportarse, de jugar con todo, la he visto en muchos escritores de gran talento. A él le gustaba jugar con la vida de una forma muy pasional.
¿Al contar esta historia de un personaje real ha puesto más ficción que en otras ocasiones?
No he utilizado ficción. Lo que cuento está basado en lo sucedido. Es verdad que, al tener forma de novela, los diálogos son inventados, pero los hechos sucedieron.
¿Había un componente de violencia en la relación entre Véra y Vladimir?
Sí. Hay una cierta violencia soterrada entre ellos. Vladimir sabe que contra la voluntad de ella no puede hacer nada y se deja llevar. Pero en esas situaciones no está a gusto. No está a gusto en Montreux, pues quisiera estar en Estados Unidos. Moverse entre Nueva York y California. Pero, sin claudicar, pues no se desvivía por estar con ella, sabía que la necesitaba. Los dos eran conscientes de que se necesitaban. Sus vidas estaban hechas para vivir juntos, aunque no fuera siempre un mar de rosas. En varias ocasiones ella le amenazó con llevarse al hijo y entonces él agachaba la cabeza. Puede decirse que en cierto modo él claudicó aceptando vivir en Suiza, llevar una vida regular que consideraba aburrida, sólo dedicado a la escritura. Yo cuento como cuando estaban realizando su último viaje a América, ella lo interrumpió, cambió los billetes de un día para otro y regresaron. Y así lo hicieron. El revólver que ella llevaba en el bolso es el símbolo de ella misma. Ella es el revólver.
¿Por qué un cuadro de Tamara de Lempicka en la portada?
Porque casa con Véra la imagen pintada por Tamara de una mujer moderna, determinada, guapa, que conduce un coche como imagen de la modernidad. Todo eso lo era Véra.
¿La corriente feminista actual vería con buenos ojos a una mujer como ella?
No lo sé. Siempre me he considerado feminista y como escritora mi feminismo se concreta en retratar a las mujeres desde distintos puntos de vista y desde distintas facetas. Tanto lo que puede considerarse maravilloso como lo que puede ser considerado como nefasto. Un ser humano tiene de todo. Pero creo que el feminismo inteligente la observa con muy buenos ojos.
¿Cree usted que en los países desarrollados la mujer ocupa el lugar que le corresponde?
Estamos en una buena línea aunque no me gustan todas las cosas que están pasando. No me gustan las denuncias, sobre todo si luego se demuestra que eras falsas o exageradas. Me refiero a esas denuncias que se producen décadas después de los hechos o de los supuestos hechos. Otra cosa es denunciar lo que está pasando en este momento o hace poco tiempo. Pero esas denuncias a larguísimo plazo me plantean muchas dudas. Dicho esto, claro que está muy bien que la mujer tome conciencia del lugar que le corresponde y que el hombre lo asuma. Muchos hombres lo hacen desde siempre, pero otros no y eso tiene que cambiar. Quiero pensar que el actual retroceso en las ideas es algo pasajero. Las cosas volverán a su sitio. Estoy segura.
¿Cuál es su mecánica de trabajo?
En mi vida hay meses en los que estoy tranquila y puedo escribir. Generalmente son los meses del entorno del verano. Los aprovecho pues para escribir necesito continuidad. Escribo con pasión y puedo estar escribiendo durante muchas horas cada día. Prácticamente días enteros. Pero cuando estoy en el trabajo que exige los lanzamientos ni me planteo escribir porque no tengo espacio mental. Ahora tengo una novela empezada pero hasta que no llegue una época más tranquila no podré continuar.
Si tuviera la oportunidad de tomar un café con alguna de las mujeres sobre las que ha escrito y no conoció personalmente, ¿a cuál elegiría?
Con Véra quizás no porque creo que no nos entenderíamos. Con Gala sí porque hablaríamos tranquilamente, pero con quien me encantaría charlar es con la hija de Stalin. Me apasionaría haber conocido a Svetlana Stalin porque creo que es el personaje más interesante sobre el que he escrito. La hija de un feroz dictador que, a pesar de todo, quiere a su padre porque era lo único que tenía. A partir de los seis años no tiene a su madre y posteriormente se entera de que su madre se fue de su mundo por propia voluntad, la abandonó porque quiso. Es muy fuerte sentirse abandonada por la propia madre. Sólo tenía a su padre que, a su manera, también la abandonó. Se volvió contra ella cuando tenía sólo doce o trece años y ya de manera total cuando tenía diecisiete. Nunca volvieron a tener relación. Era una mujer muy solitaria. Me gustaría preguntarle muchas cosas.
Finalmente, ¿cómo sentiría compensado el esfuerzo de haber escrito Un revólver para salir de noche?
Lo tengo claro. Me compensaría saber que el lector ha sentido placer en la lectura. Mejor si, además, aprende algo sobre la naturaleza humana, sobre cómo fue el exilio de los rusos tras la revolución o cómo son todos los exilios en general, qué pasa cuando tienes por fuerza que cambiar de lengua, etc. Y mejor aún si este libro contribuye a hacer al lector más abierto frente a la vida. Yo he vivido algunas de estas situaciones y por ello me siento hija de Nabokov.
La entrevistada
Aunque nacida en Praga, Monika Zgustova, reside desde los años ochenta en Barcelona. Traductora, escritora y periodista, tiene en su haber sesenta traducciones, del checo y del ruso, de Bohumil Hrabal, Jaroslav Hašek, Václav Havel, Milan Kundera, Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva, entre otros, por las que ha recibido el Premio Ciudad de Barcelona y el Ángel Crespo.
Es autora de siete novelas entre las que destaca La mujer silenciosa, elegida como una de las cinco mejores de 2015, La noche de Valia, Premio Amat-Piniella 2014 a la mejor novela del año, Las rosas de Stalin, Vestidas para un baile en la nieve, Premio Cálamo al mejor libro del año 2017 y seleccionada como uno de los diez mejores libros del año por La Vanguardia, El Periódico y W Magazine y La intrusa. Su obra se ha traducido a 10 idiomas, entre ellos inglés, alemán y ruso. Ha estrenado dos obras de teatro.