Lo dice e inmediatamente lo matiza pues a sus 74 años declara sentirse lleno de energía y de proyectos, lo que se corresponde con el aspecto jovial y el semblante relajado con el que enlaza su conversación. Frases largas llenas de contenido, ideas, recuerdos, ocurrencias, humor, historias, digresiones, pensamientos…
España es el primer país en el que se publica La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral), obra que en Estados Unidos saldrá dentro de dos meses y a través de la que Auster rinde admirado homenaje “a una de las mayores glorias de la literatura y del periodismo estadounidenses del siglo XIX”.
[Dueño de una vida tan fugaz como intensa, Stephen Crane (Nueva Jersey, 1871 – Badenweiler, Alemania, 1900) es una figura única en la literatura universal. Empujado siempre por la falta de dinero, malvivió durante el último tercio del siglo XIX. De una versatilidad y capacidad de trabajo asombrosas, cultivó la novela, la novela corta, el relato, la poesía, el reportaje, el artículo y la crónica, abriendo nuevas posibilidades expresivas y formales en cada uno de estos géneros.
Es por eso por lo que Paul Auster sostiene que “la obra de Crane rehuyó las tradiciones de casi todo lo que se había producido antes de él. Fue tan radical para su tiempo que ahora se le puede considerar el primer modernista norteamericano, el principal responsable de cambiar el modo en que vemos el mundo a través de la lente de la palabra escrita”.
Crane trabajó también como corresponsal de guerra y defendió los derechos de los más desfavorecidos en una época de conflictos laborales y sociales. Enamorado del salvaje Oeste y de los bajos fondos, sobrevivió a un naufragio, se enfrentó a la policía en Nueva York, cultivó una férrea amistad con Joseph Conrad en Inglaterra y murió de tuberculosis en Alemania a los veintiocho años].
A lo largo de la conversación, Auster insiste en que Crane fue un escritor injustamente olvidado que cambió el rumbo de la literatura estadounidense y que bordó una nueva forma de hacer periodismo. El libro que ahora sale de su mano es un texto formidable “sobre un hombre con gran carisma que vivió muy poco tiempo pero muy rápido”. Un libro que, como apunta Elena Ramírez, editora de Seix Barral, supone el mejor homenaje que un escritor puede hacerle a otro al hacerlo revivir ante los ojos de nuevas generaciones de lectores.
Un texto en el que también queda reflejada la pasión de Auster por la historia de su país, al abordar aquel final del siglo XIX en el que Estados Unidos iniciaba el camino para convertirse en la gran potencia que después fue. Y lo hacía pasando página de dos cuestiones que en cierto modo colean todavía: una es la esclavitud y otra la aniquilación de los pobladores originales. “Aquellos años son también los de una época irrepetible, un tiempo en el que el país se preparaba para dejar atrás la América de Billy el Niño y entrar en la de Rockefeller”, concreta Auster.
– Se muestra usted sorprendido por el eco que su obra despierta en nuestro país…
Sí, estoy realmente alucinado por el interés que se muestra en España por este libro. Esto no sucede en Estados Unidos, que ha perdido el interés por la lectura. En mi país a la mayoría de la gente no le interesan los libros y menos un libro como éste. Me hace sentir optimista ver que en España la gente se interesa por lo que he escrito.
– ¿A qué obedece su admiración por Stephen Crane?
Admiro tanto a Crane porque él es capaz de hacer cosas en relación con la escritura que yo nunca he podido hacer. Mi escritura a nivel de ficción se basa en la narrativa. Yo cuento historias. En mis libros no hay muchos diálogos ni descripciones. Cuento relatos a la antigua usanza. Una de mis fuentes de inspiración son los cuentos de hadas, las novelas, la tradición, el folclore… Pero Crane era un fenomenólogo extraordinario. Veía cosas que a muchos se nos escapan y las capturaba. Tenía una percepción extraordinaria y la capacidad de transformar esas percepciones en un lenguaje potente, hermoso y coherente que nos llega y nos llena. Un lenguaje lleno de metáforas que nos sorprenden hasta tal punto de que es difícil digerirlo todo.
Por ejemplo, durante la Guerra de Cuba entre Estados Unidos y España, la ciudad de La Habana seguía bajo control español pero los españoles estaban abandonando el territorio. Crane, que estaba allí, salió a la calle y se acercó a aquellos barcos que zarpaban hacia España en los que viajaban soldados, sacerdotes, mujeres, niños, también personas heridas. En lugar de relatar el ambiente general, Crane se fijó en una mujer con un niño en brazos que acudía en una pequeña barca a despedirse del capitán de uno de esos navíos y describe al barquero que la trasporta hacia el barco y que le está metiendo prisa para regresar al puerto como un hombre “con el rostro plano como el suelo”, para significar que a ese hombre sólo le interesa el dinero y no le importan nada los sentimientos.
Ese tipo de descripciones, tan ajustadas y novedosas, frecuentes en su escritura, me parecen dignas de admiración porque no las he leído en ningún otro autor. Por otra parte, muchos escritores posteriores, como de un modo muy claro Hemingway, fueron muy influenciados por Crane en su modo de concebir la escritura, que fue, antes de que existiera el cine como fenómeno de masas, el primer escritor cinematográfico. Su obra ha despertado gran admiración en otros autores, como Henry James, que consideraba que Crane era el futuro de la literatura estadounidense, H.G. Wells o Joseph Conrad, que se convirtió en su mejor amigo. Por cierto, Crane también admiraba mucho a Henry James, al que llamaba “El maestro”.
– ¿Cómo se ha documentado para escribir sobre este autor?
Podría decirse que el volumen contiene dos libros que requirieron dos esfuerzos distintos. Quería contar la vida de Crane con la mayor verdad y precisión posible y, por otra parte, presentar su obra. Respecto a la obra tengo que decir que no me gusta la crítica literaria académica. Me aburren mucho esos catedráticos que hablan y hablan de un detalle minúsculo de la obra de un autor. Es verdad que también hay críticos brillantes, pero son los menos. La mayoría son soporíferos. Por ello leí muy pocas críticas de la obra de Crane pues pensé que me interesaba más ofrecer mis respuestas como autor y como lector tras la lectura de su obra. Cómo es y qué supone para mí la experiencia derivada de la lectura de sus novelas, poemas, artículos periodísticos, etc. Qué transmite. Esa parte del trabajo no requirió mucha investigación.
Otra cosa es contar la vida de Crane. Esa parte es la que más problemas me dio. Él murió en 1900 y su primera biografía la publicó en 1923 Thomas Beer que, ante los huecos de información sobre la vida del personaje sobre quien escribía, se inventó un montón de cosas. Historias y personas que nunca existieron. Cartas que nunca fueron escritas y esta biografía, en gran parte inventada, fue la única que existió durante los siguientes treinta años. Estas falsas historias sobre Crane circularon como verdaderas, pero eran falsas. La siguiente biografía se publicó en 1950 y tampoco era muy fiable pues la mayoría de los datos provenían de la de Beer. Pasaron muchas décadas antes de que los eruditos limpiaran lo falso. En ese sentido, Paul Sorrentino publicó un libro muy útil sobre Crane en el que todo o casi todo es cierto, en él me he apoyado de manera muy clara para documentarme. A pesar de ello, en la compleja vida de Crane hay lagunas que nadie ha podido salvar y que probablemente nunca van a poder responderse. Yo le escribí a Sorrentino cuando llevaba más de doscientas páginas escritas. Le fui enviando los textos a medida que los escribía para qué él me dijera si había algún error en lo que yo contaba y en alguna ocasión corregí lo escrito porque él me dijo que no era exacto.
– Afirma usted que Crane era un periodista adelantado a su tiempo, ¿por qué?
Creo que el periodismo era para Crane una necesidad económica y financiera. Pero también fue parte fundamental de su obra y ese género congeniaba muy bien con su forma de ser y su talento personal. Como he apuntado antes, tenía la capacidad de ver lo que otros no eran capaces ni de intuir y lo mostraba de un modo tangible. Hacía ver a los lectores a través de sus ojos. Su imaginación también era muy rica. Por aquel entonces había un tipo de periodismo que ya no existe y que se basaba en esbozos, en retazos para presentar la escena. A los veinte años, Crane recorría las calles de Nueva York, observaba las cosas, las contaba y las explicaba. Pero creo que una gran parte de lo que contaba lo inventaba. No existía un código periodístico estricto que obligase a comprobar la veracidad de las fuentes. Para aquel periodismo no hacía falta. En 1893 hubo la que probablemente fue la peor crisis económica de la historia de Estados Unidos, incluso peor que la de los años 30. La tasa de desempleo era altísima. En esa situación, él escribió un artículo que tituló Hombres intentando encontrar cobijo en una noche de tormenta de nieve que concluye cuando algunos de esos sintecho entran en un refugio. Hoy ese artículo requeriría interrogar a las personas, entrar en el refugio, hablar de la situación económica global, etc., etc. Seguramente, según los estándares de hoy, Crane no hacía periodismo, pero lo hacía y muy interesante, pero diferente. Era un periodismo muy cercano a la escritura imaginativa a través de textos muy hermosos y magníficamente escritos. Crane era un poeta y eso también forma parte de su forma de hacer periodismo. Su poesía es tan radical y tan bizarra que muchos de los poetas de vanguardia de hoy le consideran un precursor. Entre los escritores nunca le hemos olvidado, entre los lectores quizás sí.
– ¿El hecho de ese olvido puede tener su explicación en que era una persona muy liberal para una sociedad notablemente conservadora?
Sí. Es una razón lógica. Hay que considerar que surgió de la nada ante los ojos de todo el mundo y tuvo tal éxito que suscitó muchas envidias. Es verdad que era muy liberal e iba contracorriente. Defendía cosas que, en términos generales, eran atacadas. Tenía detractores y eso creo que es una buena señal pues significa que el autor no pasa desapercibido y está causando un efecto. No se puede ni se trata de complacer a todo el mundo. Tampoco que todo el mundo te odie.
– ¿Se puede decir que vivió en una especie de edad de oro del periodismo?
Conviene recordar que entonces no había televisión, ni internet, ni todas esas cosas de las que hoy disfrutamos para informarnos. Había periódicos y la gente leía y vivía en un mundo de palabras impresas. La ciudad de Nueva York contaba con 18 diarios en inglés y otros 19 en otros idiomas, pues el número de inmigrantes era enorme. Y cada uno tenía varias ediciones cada día. Hoy tenemos tres. En cierto modo aquella fue una edad de oro para el periodismo. Multitud de artistas dibujaban en los periódicos y multitud de literatos de los que hoy admiramos, Poe o Melville, por ejemplo, no podían ganarse la vida solo con la literatura y tenían que escribir para la prensa. Hay que recordar que dos magnates del periodismo, como Hearst y Pulitzer, a través de sus medios, que tiraban más de un millón de ejemplares diarios, crearon la guerra de Estados Unidos contra España porque día tras día hablaban de la necesidad de que España abandonase Cuba. Fueron creando esa visión patriótica que degeneró en una guerra. Tal era su poder.
– Cuando habla usted de la historia de su país lo hace de forma muy crítica, ¿cómo ve la situación actual?
Desde hace mucho tiempo hay gente dispuesta a mitificar todo lo que tiene que ver con Estados Unidos y olvidar lo que no les interesa y no fue tan bueno. Pero hay quienes, y me incluyo, intentar exponer los crímenes cometidos a lo largo de los siglos con el objetivo de lograr un lugar y una sociedad mejor. No se puede construir una sociedad productiva, sana y creativa sin revisar tu verdad. Y a nivel individual, como persona, no se puede crecer sin enfrentarte a tus propios fracasos, a tu vida real. Hay quien es capaz de revisar las cosas de un modo objetivo y quien no. Y hay países que lo plantean y otros que no. La verdad es que no sé muy bien qué pensar sobre Estados Unidos, pues hay días que pienso que estamos adquiriendo algo de sabiduría y otros en los que creo que como país somos muy torpes. La verdad es que no tengo una respuesta definitiva al respecto.
– Ha manifestado usted la necesidad de volver a atraer la atención de la gente joven hacia la lectura, ¿cómo hacerlo?
En mi experiencia, la pasión por la lectura se despierta en los niños en torno a los siete u ocho años. Es realmente muy complicado dar recetas mágicas ni normas generales. Creo que es importante acercar a los niños a la idea de que la literatura es algo maravilloso. Una actividad efervescente para la imaginación del ser humano. Y que leer es a menudo mejor que la vida misma. Los libros son el mejor lugar donde vivir y donde estar. Cuando se establece la conexión entre la persona y los libros suele perdurar a lo largo de toda la vida. Naturalmente hay que empezar por historias maravillosas y, poco a poco, ir caminando hacia otros libros más difíciles, tristes, oscuros… Pero es necesario crear un diálogo entre el lector y el autor del texto. Porque cada libro lo conforman dos personas: el lector y el autor que establecen un diálogo silencioso pero real.