Profesora de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, tras haber impartido docencia en las universidades de Barcelona y Hamad bin Khalifa (Qatar Foundation), Raquel Taranilla ganó en 2020 con Noche y océano el Premio Biblioteca Breve. Ahora, al reeditar Mi cuerpo también (Seix Barral), la autora incorpora un epílogo en el que declara: “Enfrentarse a un texto de contenido autobiográfico siempre incluye un encuentro tenso con la hondura del tiempo. Lees tus palabras y te reconoces solo en parte y en el contraste entre el entonces y el ahora puedes indagar. Como si se tratara de dos radiografías de un mismo cuerpo, tomadas con años de distancia, tu voz antigua y la actual se acoplan pero también disienten. En esa discontinuidad buceo”.
¿Cómo definiría hoy su libro?
Es un texto que completa la pintura que hizo la medicina sobre el cáncer que padecí. Hubo un día en que me di cuenta de que el historial clínico había relatado en exclusividad mi enfermedad y su tratamiento, así que me propuse devolver la mirada. Usé mi bagaje intelectual para construir una historia alternativa de mi cuerpo enfermo mediante herramientas literarias y lingüísticas.
(Como recuerda la escritora: Lo que comenzó siendo un dolor de espalda terminó convertido en un proceso largo y penoso de hospitales, operaciones, informes y medicamentos que culminó en una lenta recuperación. Durante meses, arrastrada por una maquinaria médica que le impedía tomar decisiones, no tuvo la necesidad de escribir sobre su experiencia. Ni siquiera podía reivindicar como suyo aquel cuerpo enfermo cuyo gobierno estaba en mano de otros).
¿Cuál fue el objetivo esencial que se marcó al escribirlo?
Huyendo deliberadamente del libro-testimonio de una superviviente, de cualquier moraleja o consejo sobre cómo afrontar y superar un cáncer, me propuse no componer ni un relato lloroso ni un libro de autoayuda. El resultado es un texto de un cuerpo enfermo que se piensa a sí mismo y piensa su entorno. Es un libro que contiene las ideas que genera el tratamiento oncológico en una mente en estado crítico, y que apuesta por la racionalidad narrativa para comprender el mundo.
(A lo largo del libro, Taranilla analiza también cómo se enfrentaron a la enfermedad autores como Sylvia Plath, Susan Sontag o Eugenio Trías y recuerda que en El nacimiento de la clínica el filósofo Michel Foucault explica que hay un momento a finales del siglo XVIII, cuando se sitúa el surgimiento de la medicina moderna, en el que la práctica médica cambia porque se transforma la mirada clínica sobre la enfermedad y sobre el cuerpo enfermo. Esa modificación lleva aparejada una mutación en el discurso de la medicina que supone, entre otros cambios, que las descripciones que los médicos realizan de la enfermedad abandonan el «lenguaje de los fantasmas» en favor de un discurso pretendidamente más sólido y objetivo.
“Con todo, las imágenes quiméricas no desaparecen del espacio de la enfermedad: en realidad son arrinconadas, desplazadas al universo del enfermo, y se establecen en «la región de los síntomas subjetivos». Cuando el enfermo relata lo que siente, es cierto, habla de monstruos y de sombras que son refundados por el médico, que los traduce a una variedad discursiva propia. Las pequeñas burbujas metálicas que yo notaba en las palmas de las manos fueron trasladadas al informe clínico en términos de «parestesia», esto es, una sensación anormal en la piel. Esa traducción configuraba una descripción de lo que yo experimentaba comprensible para cualquier médico, pero al mismo tiempo decoloraba mis palabras, aplicaba una rebaja a la calidad de mi dolor”).
Siguiendo a Cioran, al que cita al inicio, ¿se puede soportar cualquier verdad si hay esperanza? ¿O sólo es una frase a la que el ser humano se agarra ante la posibilidad de morir?
La cita completa que abre el libro es: “Se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido”. Y es exactamente así: el cuerpo traumatizado que soy ahora —una vez que el cáncer ya no está en mí— es capaz de soportar su historia porque vive en un estado nuevo, de intensa y compleja vitalidad.
Tras lo vivido, el cáncer es…
Una experiencia humana densa y superhabitual que cambia para siempre los cuerpos que lo sufren.
¿Cómo describir el temor, el miedo que sufre el paciente?
En esencia es miedo a morir, miedo a sufrir, miedo a no poder recuperar la vida como era. Pero, con la distancia, me parece mucho más curioso y rico el miedo que viene después, al recuperar la salud (entendiendo la salud en toda su precariedad). Ese es un miedo experimentado, que proviene de una imaginación prodigiosa acerca de los dolores y las torturas que puede padecer el cuerpo. Y también proviene de la conciencia de ser un organismo dañado, irreparablemente.
¿Cuales fueron los apoyos fundamentales durante el proceso?
Los que necesita cualquier enfermo: una familia, amigos y un hospital con medios adecuados.
¿A quien leyó, cuando pudo hacerlo, durante su enfermedad?
Durante buena parte de mi enfermedad no tuve capacidad de leer. Cuando empecé a recuperarme releía algunas páginas de los libros que más me gustan, como pensando: “tal vez me muero pronto; quiero leer sobre seguro”. Recuerdo leer a Walser. En todo caso, la verdad es que no tenía demasiadas ganas de leer entonces. Pasaba muchas horas pensando en nada, y era bastante agradable. Enfermar es perder las ganas de todo. También de leer.
La enfermedad es del enfermo, no del médico. ¿Cree que hay mucho que avanzar todavía en ese sentido?
No creo que el problema sea que los médicos tomen la enfermedad como algo propio y exclusivo. Creo que el problema es más bien el opuesto: la burocratización de la clínica genera diferentes formas de sufrimiento sobre las que conviene reflexionar. Creo que es muy naïf todo eso del enfoque holístico en la medicina. Para mí, la medicina occidental cura y salva vidas de manera alucinante. Como paciente no me interesan las terapias alternativas. Pero sí hay un plano comunicativo entre la clínica y los pacientes que puede mejorar. Y también hay que asumir la propia esfera como paciente: cuando llegas al hospital para tratarte tienes que entender que hay parte del ser-enfermo que te corresponde a ti, y puedes rellenarlo como quieras.
¿Cuál es su opinión del sistema sanitario español?
La sanidad pública me salvó la vida, de modo que solo puedo darle las gracias. Los momentos duros que viví en el hospital no enturbian mi gratitud. Ojalá las decisiones políticas no pusieran en riesgo el sistema sanitario.
¿Por qué el lector debe acercarse a este libro?
Mi cuerpo también muestra la experiencia de la enfermedad desde el lado del paciente, así que es un libro que se ocupa de una experiencia por la que tarde o temprano vamos a pasar todos. Una de las satisfacciones que me ha dado este libro tiene que ver con pacientes que encuentran en mi relato formas para comprender y explicar situaciones propias.
Finalmente, ¿tiene ya entre manos algún otro?
Siempre tengo varios proyectos abiertos. Me dedico a la escritura también como docente, así que hago pruebas continuamente. Ahora tengo un poco avanzada una novela, pero no sé ni cuándo ni de qué modo voy a poder terminarla. Escribir una novela es un privilegio. He de poder encontrar el tiempo y la calma para darle la forma definitiva.