Sin pelos en la lengua
Mostró Alexiévich en sus intervenciones públicas en Madrid, especialmente en la organizada en el Espacio Fundación Telefónica, un tono amable en la forma, pero firme, sin pelos en la lengua, en el contenido y fondo de su mensaje. Desde su cuerpo menudo y su mirada de inquietos ojos claros, fue dejando en el ambiente frases cargadas y consecuentes a lo que ha ido observando en todos estos años de ejercicio de un periodismo de primera línea en los conflictos de Afganistán y Ucrania, en la Unión Soviética, en las secuelas de la II Guerra Mundial o tras el accidente nuclear de Chernóbil.
Cada uno de sus libros traducidos al español –El fin del Homo sovieticus (Acantilado); La guerra no tiene rostro de mujer, Voces de Chernóbil y Los muchachos del zinc (Debate)- fue tema de atención y análisis en sus comparecencias en Madrid, en donde no se cansó de insistir en que «bajo ninguna perspectiva puede justificarse la barbarie de la guerra. Cualquier conflicto bélico, en el que los peor parados son casi siempre los más inocentes, constituye un asesinato».
Tras señalar que le interesa mucho más el factor humano que la gran historia, afirmó que su literatura está construida por los testimonios directos de los protagonistas de cada una de sus obras, «esas personas, muchas veces mujeres, a las que la historia con mayúsculas suele omitir, pero que son las que en realidad la sustentan, aunque en la mayoría de los casos son personas atenazadas por el silencio oficial. Hay gente que no quiere volver a recordar su duro pasado, pero hay otras que aunque hayan sufrido mucho, quieren contarlo porque no quieren que la verdad muera con ellas. Esas son las que me interesan más».
Puntualiza que «nunca trato a nadie como víctima, pues considero que las víctimas son personas incompletas que han perdido cosas por el camino. Prefiero verlas como seres humanos completos pero testigos de barbaries. Esas personas van a desaparecer en la oscuridad de la historia. Hay que escucharlas antes de que se vayan aunque sus palabras nos llenen de dolor. Hay que ser muy humilde ante su dolor y sus tragedias», señala la autora al tiempo que confiesa que la edad hace que «mi capa de protección esté perforada y cada día me resulte más difícil contar sus realidades y no llorar ante sus tragedias».
Persona non grata
Habló Alexiévich de la lista cultural «oficial» de las 50 personas de confianza de Vladimir Putin. Un listado en el que, «por supuesto, yo no estoy. Me sorprendió que allí apareciesen determinadas personas a las que conozco. Les pregunté por qué se habían dejado incluir y algunas me dieron razones como el temor a que su hijo perdiera el trabajo o a represalias con los negocios o las vidas de sus allegados. Fue la prueba de que estábamos derrotados. De que la élite cultural e intelectual no era capaz de enfrentarse a la desvergüenza. Putin llama ‘traidores de la patria’ a los que no piensan como él».
Confiesa no tener miedo, «espero que el Nobel y su repercusión mundial me sirvan de protección, aunque no estoy absolutamente segura de ello», comenta antes de afirmar que «desde hace mucho para un escritor ruso el enfrentamiento con el poder es una circunstancia normal» y que no se cansará de hablar de la paradoja de una situación marcada por personas hace poco enfurecidas porque se sentían robadas.
«Esperábamos que esa gente, especialmente los jóvenes, dirigiera su rencor contra el poder, pero el poder ha sido muy hábil a la hora de reconducir esa frustración y hoy son muchos los que vuelven a ver a Europa y a Estados Unidos como enemigos. A pesar de que nos quieren castigar los extranjeros, dicen, construiremos de nuevo la gran Rusia. Vuelve a prender en la sociedad un patriotismo con consignas militarizadas. Un nacionalismo que, como tantos otros, se asienta en el fanatismo y da miedo».
Futuro incierto
En relación con el futuro Alexiévich se declara preocupada, «pues estos tiempos turbulentos generan rencor y el odio y la venganza no van a salvarnos. Me da más miedo el hombre armado que dios».
Se declara pacifista, convencida de que «hay que matar las malas ideas, no a las personas. Defender al ser humano que todos llevamos dentro es una obligación de cada cual».
«El capitalismo no fue bien asimilado en la Unión Soviética. Los cínicos, los que jamás creyeron en el ideal socialista, son los que mejor se han movido en la transición. Muchos de ellos hoy son obscenamente multimillonarios. El país está en sus manos. El 7% de la población se ha repartido la tarta de Rusia y acumula la riqueza de todos. Queríamos un socialismo de rostro humano, pero nos hemos quedado con un capitalismo muy crudo que parece el de Chicago de los años 30. La gente vive con ese sentimiento de derrota».
Por otra parte, «ha vuelto la idea militarista que creíamos arrinconada y que observa al extranjero como un enemigo. Entre los menores de 60 años crece la idea de que viven en un país humillado y añoran las épocas de Rusia como gran potencia, aunque fuera en el seno de una férrea dictadura. Me preocupa observar similitudes entre la situación actual y la de comienzos del siglo XX, antes del desastre de las dos grandes guerras. Pero con todo hay que ser muy prudente y considerar que es absurdo pronosticar el futuro porque el futuro siempre será más complejo de lo que imaginamos».
Orígenes literarios
Hija de maestros, «mi padre era bielorruso y mi madre ucraniana», en su casa siempre hubo libros, «pero desde muy pequeña me interesaron más las historias de la calle que contaba mi abuela. Creo que en esas historias está el origen de mi forma de enfocar la escritura. A menudo me preguntan si hago periodismo o literatura y creo que los libros que hago, estas obras que recogen muchas voces, muchos testimonios directos, son en sí mismas un género literario».
Literatura laboriosa, «en cada libro invierto entre cinco y diez años pues cada uno de ellos recoge una media de al menos cien testigos y algunos de los testigos son entrevistados varias veces».
Svetlana Alexiévich se confiesa periodista vocacional y «buscadora de la verdad porque forma parte de mi profesión. La honestidad debe de ser consustancial a nuestro trabajo. Mi obra pretende ser una oración por el ser humano».
Esa honestidad la enfrentó al poder, como cuando hostigada por el régimen del presidente de Bielorrusia tuvo que exiliarse en el año 2000, viviendo en París, Gotemburgo y Berlín, para regresar a Minsk en 2011, ciudad bielorrusa en la que sigue viviendo y en donde, en la actualidad, se afana en dos nuevos libros: uno sobre la vejez y el otro sobre el amor, «el único sentimiento que construye y nos puede salvar».