¿Cómo nace su relación con Beauvoir?
En los años 70 ya me interesaba muchísimo su figura y su trayectoria y la revista Le Temps Modernes era para nosotros un lugar mítico, una publicación que dominaba la vida cultural francesa de la época y que había tomado posiciones anticolonialistas y antirracistas importantes. A finales de los años 70 ella me ofreció la posibilidad de trabajar juntos y entré en la revista. Es significativo que inmediatamente tuve con ella, además de la intelectual, una relación afectiva. Era una mujer muy atractiva con unos ojos deslumbrantes que me adoptó como miembro de la familia y me otorgó confianza plena. Además de su discípulo yo sentía una fascinación por su trabajo y sobre su comportamiento político, porque esa mujer se había comprometido con las mujeres, pero antes lo había hecho de manera decisiva con los argelinos contra el colonialismo y contra el racismo. Yo había leído su libro sobre el viaje que realizó a América en 1949 en el que abordaba esos temas y esa lectura me había trastornado. En Le Temps Modernes ella tenía una posición singular, decidía mucho y me pidió coordinar varios números y libros sobre la revolución argelina y la inmigración. Todo eso forjó una relación muy fuerte con ella. Como cuento en Acompañando a Simone de Beauvoir, el día que ella murió habíamos quedado para cenar con Laurent Fabius, primer ministro en aquel momento, lo que indica el peso que tenía en la vida francesa.
¿Cómo la definiría?
Por encima de cualquier otra cosa, Simone de Beauvoir era una pensadora. Una escritora, una memorialista, una filósofa y, sobre todo, una pensadora que ha puesto al servicio de las mujeres su enorme genio. Un talento que puso al servicio de una causa. Su obra, esencialmente su libro El segundo sexo, quedará en la historia de modo mucho más importante que la obra de Jean Paul Sartre, que nadie duda que era un gran filósofo, pero lo que ella hizo con El segundo sexo es algo excepcional, aunque siga siendo un libro poco conocido. He leído muchos libros sobre esa obra, escucho lo que sobre él dicen los movimientos feministas y llego a la conclusión de que sólo alcanzan una pequeña porción de lo que ese texto extraordinario propone.
¿Cual es el fundamento de El segundo sexo?
Poca gente ha entendido su aportación teórica fundamental. La filosofía existencialista no aparece como una filosofía de futuro sino de pasado. Beauvoir señala que la clave de la articulación de la libertad con la igualdad en la vida diaria en la relación entre el hombre y la mujer es un problema transhistórico. Ella ha entendido que el núcleo de la historia estriba no solamente en la lucha de clases social, económica o cultural, sino en la relación antropológica nuclear de dominación del hombre sobre la mujer que se detecta en todas las sociedades. Ella se pregunta qué significa eso, entra en la cuestión y tras años de estudios profundos llega a la conclusión de que la diferencia de género es una diferencia construida a partir de la dominación.
¿Sobre qué elementos se establece esa dominación?
En la realidad no hay diferencia entre género masculino y femenino. El sexo no puede ser una diferencia, del mismo modo que el color de la piel establece diferencias externas, pero por dentro hablamos de seres humanos iguales. La gran aportación de Simone de Beauvoir es llegar a determinar que la dominación del hombre sobre la mujer se produce por dos razones fundamentales: la fuerza física, pues en general el hombre nace más fuerte y eso lo aprovecha para dominar a la otra parte (la fuerza es el elemento de dominación entre los seres humanos). Y en segundo lugar, la mujer tiene el don excepcional de poder concebir y dar la vida, de contribuir esencialmente a la reproducción. Pero en el proceso de reproducción llega un momento en el que se encuentra demasiado débil para poder resistirse a la dominación. Necesita ayuda para culminar el proceso. Cuando una mujer está preñada está potencialmente dominada. El hombre la puede dañar mucho más fácilmente. Estos dos elementos, la fuerza por un lado y la capacidad de reproducción debilitan a la mujer como ser humano. Esa tesis es absolutamente genial pese a que se la interpretó inmediatamente de una manera superficial. Incluso Albert Camus y Mauriac atacaron el libro de manera muy dura, acusándolo de ser una obra contra los hombres y, sin embargo, el tiempo está demostrando que ese pensamiento es mucho más trascendente que el de Sartre.
Se han dicho tantas cosas sobre la pareja que formaban Beauvoir y Sartre…
Formaban algo mucho más complejo que una pareja. Eran felices en el sentido de que siempre se respetaron. Así fue desde que iniciaron en 1929 una relación libre. Habían elaborado la teoría de la relación necesaria y la relación contingente: nos amamos, pero no queremos vivir una relación burguesa. Mejor es que cada uno viva su vida en libertad pero lo que hay entre nosotros nadie lo puede tocar. Inicialmente decidieron ‘firmar’ un pacto “morganático” por dos años, pero en realidad ese pacto duró 52, hasta la muerte de él. Ella se enamoró de otra persona que le propuso matrimonio, pero ella le convenció de que no era necesario porque, le explicó, nunca podría renunciar a Sartre. Así fue porque cuando él desapareció ella lo vivió como su propia muerte.
Respecto a la muerte, a la que califica de escandalosa, manifiesta posturas que parecen contradictorias. ¿Es así?
No creo que haya contradicción. Tenía un sentido de la vida muy profundo. Le gustaba vivir, beber, charlar, bailar… Era una mujer alegre, pero esa alegría estaba basada en un sentido pesimista muy profundo, porque se preguntaba, cómo podemos gozar de todas estas cosas y al tiempo saber que las vamos a perder. Hay algo cruel y, en ese sentido, la muerte es totalmente escandalosa. Es escandaloso pensar que tenemos que morir pues la vida es demasiado buena para tener que perderla.
También se ha hablado mucho de la persistencia de Sartre negando la existencia de campos de concentración en la Unión Soviética. ¿Cómo llevaba ella esa obcecación?
Bueno, eso no es exactamente así. Sartre cambió a partir de un determinado momento. Hay que ponerse en el contexto de una época determinada por la batalla entre dos mundos. Para Sartre, la Unión Soviética nunca fue el paraíso, sino lo que podía servir de contrapeso a unos Estados Unidos metidos en la guerra de Vietnam, el imperialismo en América Latina, etc. Sartre decía: Si tenemos que elegir entre dos cosas horrorosas nos quedamos con la Unión Soviética. Pero bastante rápidamente se dio cuenta de lo que existía en la Unión Soviética, aunque seguía definiendo a Estados Unidos como ejerciente de la barbarie y el imperialismo. En los años 60 su postura empezó a cambiar con la época de Kruschev. Entonces Sartre empezó a manifestarse en contra de la URRS en parte influido por ella, que supo ver que la emancipación de la mujer no iba a venir de la mano del régimen político de los países del Este. Sartre, a partir del 68, cambió radicalmente y se volvió muy antisoviético. Los años 70 fueron para ellos muy dolorosos tras descubrir que había un comportamiento totalitarista comparable al de otros lugares que ellos habían denunciado. Pero desafío a cualquiera que siga afirmando que, por supuesto ella, pero también Sartre, mantuvieron un apoyo sistemático al régimen soviético.
Hablado de política y libertades, ¿cómo ve Sami Naïr el actual panorama?
Creo que en Europa vivimos una situación peligrosa. No sólo por el auge de la extrema derecha en todas partes. Ahora, esa apuesta radical es seria en países como Francia. Pero eso es una consecuencia de que el proceso europeo vive una profunda crisis cuya causa no es ni la inmigración, ni el fascismo emergente, ni… sino el fracaso económico europeo.
¿Podría argumentarlo?
La moderna construcción europea no ha sido un éxito aunque, evidentemente, supuso un proceso positivo porque desafió los nacionalismos económicos para construir una unión económica que sirviera de base para una política. Ese era el proyecto inicial, la unión también política, porque la economía no puede por sí misma unificar a las naciones. Los alemanes dicen: “No queremos pagar por los españoles”. Los españoles dicen: “Nosotros no queremos pagar por los griegos”. Los franceses no están dispuestos a seguir pagando por otros, etc. Es excesiva esa confianza en el mercado como mecanismo regulador, director de la construcción de algo tan genial como esa idea sencilla de crear juntos algo nuevo. Pues una unión de naciones europeas que no tiene estructuras políticas está condenada a desaparecer porque la estructura es la que permite arreglar los desequilibrios. Permite señalar que hay demasiadas diferencias sociales por lo que hay que poner en marcha políticas que eviten que el mercado destruya el propio mercado. La experiencia ha demostrado que el mercado es autorregulador y autodestructor. La realidad es que los países que no están en la zona euro crecen más que los que están dentro. Hemos caído en una gestión burocrática dogmática ultraliberal cuya orientación privatiza cada vez más nuestras sociedades y destruye los servicios públicos sin poner nada enfrente.
¿Qué hacer para cambiar la situación?
La Unión debe apoyar los servicios públicos europeos. Debemos tener políticas europeas comunes en relación, por ejemplo, con los salarios o con el paro. Tenemos que ejercer una política de apoyo al sur, una gran cuestión para nosotros. El África subsahariana o el Magreb necesitan una intervención si no queremos seguir en situaciones sin solución práctica en relación con la inmigración y otros problemas derivados de ella. Tenemos que reconstruir una autoridad política que pueda orientar la económica hacia servicios públicos que generen el interés general europeo. Tenemos que poner el euro al servicio del empleo, de la juventud, de la innovación… Estamos ante un fracaso histórico enorme que todavía estamos a tiempo de solucionar. Considero indispensable reorientar la política europea.
¿Y en relación con España?
Lo que aquí pasa también es consecuencia de todo eso. Nunca hubiera existido la crisis de Cataluña si España no hubiera sufrido la crisis de 2008. Las fuerzas independentistas e identitarias se han construido como reacción a un momento de crisis profunda.
El margen de maniobra es muy limitado porque España depende mucho de la Unión Europea, que establece unos mecanismos de regulación imposibles de cumplir porque no son humanos, son antisociales. España por sí sola no puede exigir un cambio porque no tiene la fuerza suficiente, pero sí lo puede hacer aliándose con Francia, con Italia, con la socialdemocracia alemana, que también quiere cambiar las cosas. Es posible y preciso crear un bloque de fuerzas para la renovación del modelo europeo y para ello es necesario el diálogo con todos, algo que detesta el integrismo que representan las políticas extremas. Hay que tener esperanza.