A través de 25 ensayos que abarcan desde el desastre del 98 a los sucesivos momentos «de la profunda crisis de Estado en la que todavía andamos inmersos», Santos Juliá traza un recorrido, que él mismo califica como «una narración documentada», de cien años largos de nuestra historia en busca de la ‘diferencia española’; las propuestas de europeización; el momento en que se torció una posible transición del liberalismo a la democracia; los orígenes de la última Guerra Civil y su devastador resultado con la consolidación del Estado del 18 de julio, «gran retroceso de la España del siglo XX».
Posteriormente, argumenta el analista, a partir de los años sesenta, se abre paso la generación del medio siglo con sus proyectos de transición a la democracia que liquidan esa diferencia incorporando por fin a España a la corriente general de la civilización europea, el sueño durante tantos años acariciado por sus mayores…
Sin embargo, sostiene usted que ahora se pone en cuestión lo logrado en la Transición. ¿En qué sentido?
Así es. Sumidos en aquella trampa de confianza del todo va bien, la gran recesión económica de 2008 pondrá una vez más en entredicho todos los logros hasta entonces alcanzados con la repulsa a la Constitución y la coetánea deriva del nacionalismo catalán. Son dos momentos de una crisis de Estado que anuncian el primer retroceso del siglo XXI en nuestra convivencia política. Vivimos un momento en el que parece que todo lo logrado a partir de la Transición, que es mucho, mucho, estuviera de nuevo en discusión, recusado o debilitado por las nuevas políticas que se han puesto en marcha desde la crisis económica. Esa crisis fue decisiva para el cambio que hemos experimentado en las políticas que se habían mantenido desde 1982 hasta 2011.
¿Cual es el objetivo último de su libro?
Sobre todo, este libro pretende abordar no tanto, aunque también, la crisis política, sino lo que se puede considerar como una crisis de Estado. Es una crisis de Estado por la que los españoles no pasamos por primera vez. En el siglo XX, que es el que comprende los artículos recopilados que se abren con la crisis del 98 y después textos que aluden a las circunstancias que van a conducir a la gran crisis del siglo XX que es el Golpe de Estado de Primo de Rivera, la República y la Guerra Civil. Para desembocar, tras dos artículos dedicados al franquismo y a la persecución que se somete a los intentos que fueron arrasados después de la Guerra, en el análisis de la situación actual que naturalmente incluye la situación en Cataluña y lo que califico como una crisis de Estado que comienza con la abdicación de Juan Carlos I y termina con el intento de todavía no sabemos qué protagonizado por los nacionalistas catalanes.
¿Demasiados retrocesos?
Pensando todo esto me vino al recuerdo una frase que escuché en varios ocasiones a don Ramón Carande, un gran amigo de mi juventud, aunque él era bastante mayor que yo, y gran historiador, que no compartía la tesis habitual en los tiempos de la dictadura que sostenía que estaba construida sobre la idea del fracaso. España como nación y Estado fracasado. Él tenía la idea de que lo que caracterizaba esa historia no era un fracaso, sino demasiados retrocesos. Así decía literalmente Carande queriendo significar que, pese a todo, había fuerza suficiente para avanzar en el sentido en el que únicamente podía avanzar España, en el de reencontrarse con Europa: libertades, democracia, liberalismo, etc.
España estaba dotada para eso, que es lo que defendía la juventud del 14. Los que eran jóvenes cuando la Gran Guerra, gente que rondaba entonces los treinta años, como Ortega y Gasset, Giner de los Ríos, Azaña… estaban convencidos de que España era un Estado que podía transitar a la democracia sin ningún problema. Ellos iban a Europa donde eran considerados en los centros educativos, hablaban alemán y francés. Además había una tradición que se miraba en el espejo británico a través de la Institución Libre de Enseñanza. Entonces España empieza a vivir lo que se ha conocido como una Edad de Plata. Lo habíamos logrado. Éramos europeos, pero todo eso es destruido y se derrumba. Es arrasado porque la Guerra Civil y la posguerra aniquilan la posibilidad que España hubiera tenido de participar en Europa. Aunque es verdad que a Europa había que echarle de comer aparte porque en ese momento se introduce en una guerra devastadora, mucho más que la nuestra. Pero la Guerra Civil tiene la característica de que es una guerra interna y eso tiene connotaciones especiales y acaso más negativas.
¿Y después?
Bueno, de esto también hablo pues después de la contienda y en medio de la dictadura surge otra generación, la del 56, que vuelve a pretender lo mismo que pretendía la del 14. Creo que con la Generación del Medio Siglo quienes vinimos un poquito después tenemos una deuda impagable. De nuevo España se asoma a Europa, de nuevo puede ser un país liberal y democrático. De nuevo no hay nada que sostenga que lo ocurrido ha sido inevitable, consecuencia de una fuerza del destino. A la Generación del Medio Siglo, que ha pasado a la historia con el número 56 pegado a la espalda, que eran niños cuando la guerra, le debemos esa visión abierta. Su presencia en la vida pública se asienta sobre la idea de que hay que clausurar la guerra y hay que dirigir la mirada a Europa. No sin obstáculos y dificultades, eso da sus frutos durante los años de Transición en los que consolidamos una democracia. Esa que de pronto ahora es puesta en cuestión.
Habida cuenta de todo esto, ¿la democracia está en crisis?
Creo que los orígenes de la crisis por la que hemos pasado han procedido de una parte de la política, del sistema de partidos, y de la recusación de lo que podríamos llamar distribución territorial del poder que se acordó en la Transición. La crisis del sistema de partidos empieza con las manifestaciones de mayo de 2011, con eslóganes como «abajo el régimen», «no nos representan». Una crisis de representación que es sentida por un amplio sector de la sociedad y que se manifiesta en la calle, que cuestiona no solo temas circunstanciales, sino el ‘régimen de 1978’. La evolución de esa crisis ha mostrado que la democracia es suficientemente firme como para incorporar esas fuerzas nacidas del descontento al sistema, algo que ocurrió con Podemos. Eso no sucedió en el momento de la República, por lo que es claro que la democracia actual es mucho más fuerte que la previa a la Guerra Civil. Hoy nuestra democracia ha demostrado ser fuerte, sólida, bien asentada, pero es preciso cuidarla.
Habla usted de crisis de Estado…
Lo que se está poniendo en quiebra es un Estado cuyo sistema político está pasando por un momento de extrema debilidad. La política de partidos no ha sabido encontrar un camino en el que pudiera darse un espacio de diálogo, entendimiento o negociación con ese otro poder del Estado con objeto de encauzarlo a una reforma constitucional. Esa extrema debilidad se debe a que en las últimas legislaturas al Gobierno español le ha faltado no sólo autoridad sino poder para gobernar en mayoría, lo que ha generado una fase de endebles Ejecutivos que funcionan de forma interina por no tener un apoyo parlamentario sólido.
Y el independentismo de Cataluña como una cuestión de difícil salida…
A nadie se le oculta la complejidad de este tema porque en relación con el nacionalismo catalán el problema procede de un poder del Estado constituido que quiebra la Constitución con un inaceptable acto político y a eso no ha sabido responder la política del Gobierno, por lo que ha recurrido al poder judicial.
¿Por qué no ha respondido el Estado como debiera?
En gran medida porque llevamos cuatro años con gobiernos a los que no sólo les falta autoridad para crear esos espacios de negociación sino porque les falta poder, son gobiernos en minoría, que funcionan de manera interina, que no cuentan con el apoyo de una oposición. Las condiciones políticas que deberían darse para iniciar ese camino no sólo no existen sino que ni siquiera se dan aquellas que permiten vislumbrar un espacio en el que solucionar políticamente la cuestión y eso supone un problema político de extremada gravedad. Además, la bipolarización fragmentada en el sistema de partidos catalán ha llevado a luchas por la hegemonía en cada campo y, con ello, a la radicalización.
¿Y al odio?
Lamentablemente sí. En principio, los nacionalistas catalanes la llamaron la revolución de las sonrisas, pero Torra le quitó lo de las sonrisas y la dejó en una revolución. Se ha generado un lenguaje de odio que no había aparecido hasta ahora. Hay una manipulación por parte de quienes no se sabe bien qué pretenden. La competición política se está expresando en unos términos en los que la posibilidad de encontrar un espacio común para abordar un problema de Estado ha desaparecido. Es un problema de extraordinaria gravedad porque cuando ha habido una fragmentación interna, como ha ocurrido con el nacionalismo catalán, normalmente las luchas por la hegemonía conducen a una radicalización de la política, es decir, el odio hacia el contrario se ha extremado. Está pasando igual con la derecha española. Es verdad que ha habido enfrentamientos muy duros entre Aznar y Felipe González y que se ha arrastrado ese recurso a la ilegitimidad del adversario pero nunca ha habido este odio manifiesto expresado en el insulto abierto. Esto rompe la posibilidad de un encuentro que necesariamente tiene que ser mayoritario. Estos lenguajes de odio propios de la política no habían surgido de esta manera hasta estos últimos años. Los políticos tienen la obligación de replantear esas posturas que no conducen a nada bueno.
Manifiesta usted su preocupación por el evidente auge de opciones extremas. ¿En qué sentido?
En el del sentido común. Por ejemplo, el primer efecto de la irrupción de VOX en el panorama político es haber convertido a Ciudadanos en un partido que compite por la derecha radical, ellos que inicialmente se habían presentado como un partido liberal y socialdemócrata. Utilizo palabras de Manuel Azaña cuando decía que la derecha española estaba entrando en una confusión desbaratada. Para evitar el sorpasso del Partido Popular se han tirado de hoz y coz a la extrema derecha y han desertado el espacio en el que se definían las mayorías en España. Veremos lo que pasa con el partido de extrema derecha en las elecciones pero, entre tanto, se ha creado una fuerte tensión en el sistema, algo que no había ocurrido antes. Ahora el sistema es pluripartidista pero con una característica que es la que históricamente ha conducido a enfrentamientos civiles, el odio al adversario que le convierte en el enemigo a destruir».
¿Qué espera de las próximas elecciones generales?
Históricamente en España siempre se ha votado hacia opciones moderadas. Ahora cabe la posibilidad de que no sea así pues el voto es mucho más volátil. Eso hace que crezca la política como espectáculo, que atrae más por la cara del que se presenta que por un programa electoral.