El Museo Reina Sofía de Madrid presenta desde hoy miércoles, 17 de octubre, una gran exposición dedicada a María Blanchard (Santander, 1881–París, 1932) que reivindica la trayectoria artística y personal de esta pintora, partícipe excepcional y personal de las Vanguardias de la primera mitad del siglo XX.
Nacida el mismo año que Picasso, Gargallo o Vázquez Díaz, Blanchard perteneció a una generación de artistas cuyo reconocimiento nunca fue parejo con el suyo. Ha sido y aún sigue siendo hoy, 80 años después de su muerte, la gran desconocida del grupo de artistas que consolidaron la renovación artística de principios del siglo XX.
En un segundo plano
Pese al tiempo transcurrido, una serie de hechos ajenos a su devenir artístico hicieron que su vida fuera relatada con grandes lagunas y enormes contradicciones y su obra permaneciera en un segundo plano respecto a sus coetáneos y amigos de la vanguardia, a los que sin duda igualó y en algunos casos superó.
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Después de que este verano fuera mostrada su etapa cubista en la Fundación Botín de Santander, la retrospectiva que se puede ver en Madrid abarca por completo la trayectoria artística de Blanchard a través de 74 obras, la mayoría de ellas pinturas, con las que tanto el Museo como la Fundación quieren reivindicar el trabajo y la entrega total al mundo del arte de esta artista española, cuya obra establece reveladoras conexiones con su trágica existencia, además de reivindicar a la creadora como figura coetánea, original y decisiva entre otras grandes figuras del arte a cuya sombra había quedado para la historiografía del arte.
Para reconocer su trascendencia se plantea un itinerario cronológico dividido en tres etapas vitales. Entre 1908 y 1913 transcurre la maduración de una identidad pictórica propia donde se aprecia la permeabilidad a las influencias de sus maestros. Es la época de las obras tempranas, los estudios en París y sus primeros contactos con pintores como Anglada Camarasa y Diego Rivera.
Del reconocimiento al aislamiento
A partir de 1913 y hasta 1919, Blanchard, de regreso en París, entra activamente en el círculo cubista de la mano de Rivera. Plena conocedora de los avances estéticos y formales de la nueva vanguardia, se suma con voz propia a este movimiento. Desde 1915 fijará su residencia definitiva en la ciudad, donde llegará a ser una figura reconocida, partícipe de las discusiones cubistas y amiga íntima de Lipchitz y Juan Gris. Blanchard lograría un perfecto dominio de la expresión cubista sintética, unida a un orden cromático sentimental lleno de plasticidad poética. Los años finales de la experiencia cubista serán también los del reconocimiento público, con la participación en exposiciones junto a los otros grandes nombres del cubismo.
Una última etapa de retorno al orden, hasta su fallecimiento en 1932, muestra a una artista progresivamente aislada, marcada por sus dolencias físicas y volcada en una pintura que es expresión de sus propias vivencias, y que muestra fuertes acentos espirituales después de 1927, año en que la muerte de Gris le conmueve profundamente.
Junto a las obras de Blanchard, y bajo el título ‘Paralelismos’, se incluyen obras de sus coetáneos Juan Gris, Jacques Lipchitz o Diego Rivera que dan idea de los nexos de unión entre sus intereses formales, destrezas y planteamientos pictóricos compartidos.
Tres etapas vitales
La exposición del MNCARS recorre las tres etapas vitales en que se puede dividir su creación: una primera etapa de formación (1908-1913), que incluye su obra más temprana, caracterizada por la permeabilidad a las influencias de sus maestros. Un segundo período de consolidación (1913-1919), a partir del momento en que Blanchard se inserta con naturalidad y pasión en el movimiento cubista, al que aportará plasticidad y sentimiento, y por último, la que el Museo denomina ‘Etapa de Retorno al Orden (1919-1932)’, tras su decisión de alejarse del cubismo y volver a la figuración, en la que crea abundantes e importantes pinturas que poseen un acento inconfundible y son lo más conocido de su producción.