A tenor de Impresionistas y postimpresionistas. El nacimiento del arte moderno, la más que interesante exposición que acoge la Fundación Mapfre, resulta complicado no entregarse a reflexiones acerca de ese mismo tema, esto es, los orígenes de la pintura que hoy día entendemos como moderna, o bien contemporánea. Hay algo que podemos tener claro dentro del vórtice de confusiones y teorías difusas e irredentas que rodean el asunto. No hubo una suerte de gran inauguración de la pintura contemporánea, similar a un festival con fanfarrias y grandes discursos. Al contrario, dentro de la historiografía artística éste siempre ha sido un terreno pantanoso, difícil de acotar.
Modernos entonces y ahora
Dentro de las muy válidas teorías que entroncan los auténticos inicios de la modernidad pictórica en las fases tardías de la obra de William Turner, bien en las técnicas de pincelada empleadas porDelacroix o en las concepciones expresionistas de Goya, hay quien se retrotrae a tiempos en verdad remotos para hallar la clave gestacional del arte moderno en las innovaciones en la perspectiva gestadas por los pintores del cuattrocento italiano e incluso más allá. Siguiendo este hilo de pensamiento, podríamos retroceder hasta las pinturas de Altamira sin incurrir en demasiados errores conceptuales. No obstante, la percepción global del auténtico inicio de la modernidad no debe ser opacada por lo que podemos considerar un hecho incontestable; los grandes artistas fueron modernos en su tiempo y siguen siéndolo en el nuestro. La continua revitalización de los aspectos propios a la pintura del genio y su contribución implícita a los avances en la historia del arte son elementos unívocos y fácilmente perceptibles por el espectador, independientemente de la época.
Periodo bien definido
El adelanto a su tiempo suele ser una de las virtudes del arte más puro, pero en mayor medida lo es el inexorable progreso de la sensibilidad artística en tanto a la percepción e interpretación de los estímulos, externos e internos. Por ello es cierto que, sin necesidad de declaraciones colectivas e inauguraciones formales, bien podemos ubicar el nacimiento del arte moderno dentro de un periodo bien definido. En la segunda mitad del siglo XIX, el auge de la fotografía trajo la liberación de la pintura de sus tradicionales fines imitativos. Ello no supuso en modo alguno el ocaso de la figuración, pero si la puerta abierta que sentase las bases para que un movimiento pictórico como el impresionista tomase el testigo que supondría el broche final de la esclavitud especular a lo externo, algo que había atado a las representaciones artísticas desde la Grecia clásica.
La decadencia
Como ya he mencionado en más de una ocasión, siguiendo al crítico alemán Hermann Bahr, con el impresionismo la pintura degenera conceptualmente en un mero eco de la naturaleza, siendo el pintor un organismo receptivo únicamente preocupado de captar sensaciones, formas y colores externos. Con la decadencia del movimiento impresionista, aún quedando mucho trecho para la iniciación de las vanguardias pictóricas, es cuando en verdad podemos decir que empieza a alzarse el arte moderno. Y esto es así debido en parte a que el propio movimiento gesta unas bases técnicas y compositivas por completo proclives a la evolución que se denominará posimpresionista en los pinceles de varios artistas clave, partícipes en su individualidad de una suerte de sentimiento colectivo.
Los protagonistas
El primero a destacar debería ser Paul Cèzanne. Podemos decir que su arte entra en una dialéctica con el impresionismo, ya que no parece interesarle demasiado continuar en la dinámica de recepción pasiva a las plasmaciones fugaces de movimientos y luces. Sin abandonar las bases de la observación del natural, su pintura crea volúmenes muy definidos resultado de la estilización de las formas en torno a cilindros y esferas, mientras que el dibujo acusa –en su enfoque de planos coloreados– una de las influencias clave en el auge de la modernidad, la llevada a cabo por la estampa japonesa. La moda del japonismo, en sus trazos y rebordes gruesos y perspectiva sesgada, permeabilizó de un modo u otro la obra de pintores como Edgar Degas o Toulouse-Lautrec, pero estuvo sobre todo presente en la pintura de Van Gogh. Otra de las grandes bisagras hacia la modernidad, debemos considerar la contribución del artista holandés como aún más manifiestamente revolucionaria que las de otros de sus contemporáneos, ya que en Van Gogh los colores y el mismo dibujo se encuentran supeditados a la expresión del sentimiento, al conducto permeable, al simbolismo de la significación y el poder sugestivo de la imaginería personal, marcada por ese desequilibrio tan característico que nos asemeja pinceladas y tonalidades cromáticas a los gritos humanos de alegría o de dolor.
Sensibilidad colectiva
En las antípodas parece encontrarse otro de los artistas esenciales en los orígenes de la pintura moderna, el francés Georges Seurat, cuya pintura deviene asimismo del proceso evolutivo impresionista, para inclinarse en este caso hacia el razonamiento exhaustivo y las reelaboraciones compositivas. Uno de los fundadores del breve movimiento que hubo de designarse como neoimpresionista, sus intentos de otorgar solidez y sistematización a la mutabilidad delicuescente tan habitual en los pinceles de Renoir o Monet, le hace incidir en una técnica divisionista que –debido a su sentido de entidad geométrica de cada objeto y la matemática degradación de los valores cromáticos– influirá a su vez al grupo de los fauves, a partir de 1905. Todos estos pintores, junto a muchos otros, ejemplificarán una sensibilidad colectiva marcada por el progreso de la sensibilidad artística. No parece que haya duda de que en el desarrollo ulterior a la crisis del impresionismo es cuando se produce el verdadero origen historiográfico de la pintura moderna. Las diferentes actitudes y estilos pictóricos que surgirán de los rescoldos del movimiento evolucionarán por sí mismas –en sus diferentes y en ocasiones antitéticas corrientes– hacia la definición de las bases conceptuales que perfilarán a las primeras vanguardias del siglo XX.