Las dos óperas que aún escribiría antes de su definitivo internamiento en el sanatorio de la ciudad francesa de Ivry, fueron creadas entre los desvaríos y las crisis de alienación que golpearon el final de su trágica vida de trabajo frenético, que nos dejaría más de 70 óperas.
Don Pasquale, como tantas otras partituras del compositor de Bérgamo, fue escrita con gran presión y urgencia para poder estrenarse en el Théâtre-Italien de París el 3 de enero de 1843. Su composición no superó los dos meses, aunque algunas crónicas hablen, exageradamente, de dos semanas. Donizetti, tal como solía hacer, aprovechó melodías, estructuras, soportes armónicos y fragmentos de obras anteriores, pero el ensamblaje de todo el material está hecho con tal maestría, coherencia interna, riqueza melódica, espontaneidad e ingenio, que en ningún momento se adivina la premura con la que fue creada.
Un gran enredo
Partiendo de un cuarteto protagonista rescatado de la commedia dell’arte, Donizetti sostiene un inquebrantable enredo, en el que se suceden números cómicos y líricos, grotescos y compasivos, histriónicos e intimistas, con una fluida y original alternancia de arias, dúos, rondós y números de conjunto. También el juego de tonalidades y el papel activo de la orquesta revelan que el compositor incorporó las innovaciones de sus predecesores en el género, dotándolas de una frescura y espontaneidad que estira al máximo los genuinos recursos de la ópera bufa italiana, cuando su prestigio se desvanecía.
Partiendo de este declinar, tanto de un género, como del propio compositor, Andrea De Rosa se inspiró en el trasfondo de las historias del Decamerón, de Boccaccio, para crear una puesta en escena que trasciende la caricatura grotesca de los personajes y se ríe de las miserias humanas que todos llevamos dentro. Para eso contó con la complicidad del quinteto solista, encabezado por el barítono Nicola Alaimo, en el papel titular, la soprano Eleonora Buratto, como Norina -la pasada temporada fue Susanna en I due Figaro-, el tenor Dmitry Korchak, como Ernesto, -cantó en L’arbore di Diana, en el Real, en 2010,- el barítono Alessandro Luongo, como Doctor Malatesta y el barítono Davide Luciano, como notario.
La vuelta de Muti
Riccardo Muti, que la pasada temporada obtuvo un gran éxito con la interpretación de I Due Figaro, de Saverio Mercadante, en el Teatro Real, volverá a dirigir la Orchestra Giovanile Luigi Cherubini, agrupación que fundó en 2004 y con la que mantiene un vínculo especial en la divulgación de la música italiana. En esta ocasión dirigirá una ópera que conoce profundamente -la debutó en Salzburgo, en 1971, invitado por Herbert von Karajan- y que ya interpretó con esta orquesta en 2006, en Ravenna y en 2008, en la Sala de Oro del Musikverein de Viena. Ahora lo hará con el Coro Titular del Teatro Real (Coro Intermezzo).