Correspondiente a todo el arco temporal que abarcan las colecciones del Museo, este conjunto de obras cobra protagonismo en la exposición a través de un montaje que facilita su contemplación más íntima e invita al espectador a adentrarse en la belleza que encierran, su originalidad y su rareza.
Sorprendente montaje
La constante invitación al público a mirar las pinturas expuestas a través de recursos expositivos diferentes a los habituales le permitirá disfrutar en detalle de este Prado, exquisito y concentrado, que en su escala no siempre goza de posibilidad de exponerse o que, aún expuesto, encuentra dificultad para atrapar su atención.
La muestra, comisariada por Manuela Mena, jefa de Conservación del siglo XVIII y Goya, incluye ejemplos del siglo XIV, centrados en los oratorios portátiles y las predelas de los cuadros de altar, que también serán las obras representativas del siglo XV, junto a los cuadros de devoción, intensos y cercanos de los maestros flamencos, italianos y españoles, o los de asunto mitológico de los frontales de arcas de matrimonio de Italia.
Noche de los Museos
Del siglo XVI se incluyen las obras que son testigo de la aparición del paisaje, de la utilización de materiales nuevos, como los soportes de pizarra o de cobre, y de las copias preciosistas de grandes cuadros importantes destinados a una clientela exquisita.
Al pasar al siglo XVII, la exposición incorpora el retrato, la naturaleza muerta, o las obras seriadas, con ejemplos de Teniers o de Murillo, junto a los bocetos preparatorios, que tienen su estallido genial en Rubens. Finalmente, el siglo XVIII muestra la importancia del cuadro de gabinete con ejemplos de Watteau, Goya y Paret y cierran la muestra los artistas españoles del siglo XIX como Vicente López o Mariano Fortuny.
La exposición reúne 281 obras de las colecciones del Museo que tienen como denominador común su pequeña dimensión y unas características especiales de riqueza técnica, preciosismo, refinamiento del color y detalles escondidos que invitan a la observación cercana de estos cuadros de gabinete, bocetos preparatorios, pequeños retratos, esculturas y relieves.
Cedido el paso con humildad
La mitad de las obras expuestas no se han visto con regularidad en el Prado en los últimos años. Conservadas en los almacenes o depositadas en otras instituciones, han cedido el paso con humildad a otras más famosas y populares, aunque no por ello son menos interesantes ni menos bellas.
La singularidad del Museo reside en la elevada calidad de sus colecciones, en el sorprendente buen estado de conservación de sus obras y en la variedad de lo acumulado a lo largo de los siglos por los sucesivos monarcas y por las adquisiciones conseguidas por quienes tomaron el relevo del enriquecimiento artístico de la institución desde el siglo XIX.
Las obras se ordenan a lo largo de 17 salas en las que se da prioridad a la cronología, a través de un intenso recorrido que comienza a fines del siglo XIV y principios del siglo XV en Italia, Francia y los Países Bajos, y culmina a fines del siglo XIX en España. Ese concentrado paseo sin escapatoria aviva en el espectador la conciencia del paso del tiempo, que une el pasado con el presente y descubre, además, la singularidad y riqueza del Prado actual.
Similitudes y divergencias
Por otra parte, las relaciones entre las expresiones artísticas de unos y otros países revelan similitudes y divergencias técnicas y estilísticas de la mano de artistas del máximo relieve; los diálogos entre las obras hablan de las influencias ajenas o de la reafirmación del sentimiento de lo propio.
En determinados casos, los temas toman la iniciativa y se enfoca con mayor intensidad lo representado que a los artistas y sus estilos particulares, invitando al espectador a reflexionar sobre el modo en que los pintores del norte y los del sur entienden una misma iconografía, en una visión totalizadora del arte europeo y de su significado desde la Edad Media y el Renacimiento, a través del Barroco y del Rococó, hasta el naturalismo que dará paso al siglo XX.
La pintura de devoción da paso a los asuntos mitológicos, el paisaje aparece en el siglo XVI con personalidad propia, el retrato está presente desde los inicios y, junto a la melancolía, una de las facetas propias del arte y de todo artista, aparece la sátira y la reflexión irónica sobre el ser humano o la alabanza y la exaltación del poder, para, finalmente, dejar sitio a la vida real, cotidiana y del pueblo, que coincide con el desarrollo de la burguesía a fines del siglo XVIII.
Los artistas demuestran en estas obras su imaginación creadora, pero también su dominio de la técnica y, como siempre, su capacidad de innovación, que les lleva a introducir materiales nuevos para lograr efectos distintos. Así, a la madera inicial le sigue el lienzo, el cobre, la pizarra, la hojalata o las piedras artificiales, cada uno con su específica repercusión en la personalidad de la superficie pictórica, como sucede con el mármol, el alabastro, la madera policromada, la arcilla y el bronce, que configuran el mensaje de la escultura.
En condiciones idóneas
El Prado ha hecho un especial esfuerzo en limpiar y restaurar lo expuesto para presentar las obras en unas condiciones idóneas, que permitan al espectador apreciar la belleza específica que encierra la pintura y la escultura de este formato. Sólo las perfectas relaciones tonales de la superficie pictórica, gracias a la transparencia de los barnices, dejan ver la precisión de las pinceladas y, con ello, el sentido y el significado de las figuras y de sus acciones o la poesía de los paisajes y la punzante llamada de atención de la naturaleza muerta, el bodegón. Se puede sacar el máximo partido de la apreciación de esta pintura íntima únicamente cuando su estado de conservación deja ver la intención original del autor, tanto en las obras que se decantan por el preciosismo de la técnica, como en aquéllas cuya abstracción lleva incluso a la violencia expresiva, como en algunos bocetos.