La Minotauromaquia se expone por primera vez en la sede de Madrid de la Fundación Juan March tras participar en distintas exposiciones de gabinete en los museos de Palma y Cuenca, y está acompañada por 15 estampas de la Suite Vollard dedicadas a la figura del Minotauro, además de la colección completa de la revista surrealista Minotaure (1933-1939) y obras literarias.
Pablo Picasso (Málaga, 1881-Mougins, 1973) realizó numerosas estampas a lo largo de toda su trayectoria artística, que constituyen, por sí mismas, un capítulo fundamental de su producción plástica. Al igual que en su pintura, y fruto de su intenso proceso creativo, trabajó en series, ejercitándose en los temas y procedimientos de su preferencia. Con un constante afán investigador y experimental y un dominio absoluto de todas las técnicas, Picasso es considerado uno de los más extraordinarios grabadores de todos los tiempos, con una obra comparable en calidad y extensión a las realizadas anteriormente por Rembrandt o Goya.
Tema recurrente
La figura del Minotauro, mitológica y antigua, pero llena de nueva vida, aparece por primera vez en la obra de Picasso en un dibujo de 1928, pero será en la década de los treinta cuando se convierta en tema recurrente en su iconografía.
En la Suite Vollard trabaja sobre el motivo del Minotauro en quince de los grabados. Los temas clásicos no eran ajenos al artista, que ya los había tratado al ilustrar La Metamorfosis de Ovidio o la Lisístrata de Aristófanes –por cierto, por encargo de Albert Skira, editor de Minotaure–. Pero en la Suite que hace por encargo de Ambroise Vollard entre 1930 y 1937, Picasso reinterpreta el mito, alejándose de la representación clásica y acercándolo a su biografía personal, identificándose con él y haciendo en él eco de las circunstancias de su vida artística, de sus relaciones amorosas y de sus experiencias conyugales.
De alguna manera, el mito se convierte para el artista malagueño en una especie de símbolo del laberinto de su vida. En su libro Picasso à Antibes (1960), Romuald Dor de la Souchère –que fuera conservador del Château de Antibes– cuenta que un Picasso octogenario le declaró: «si se marcaran en un mapa todos los itinerarios que he recorrido y se unieran con una línea, ¿no aparecería quizá un minotauro?».
Un viejo mito, un mito nuevo
Picasso eligió la figura del Minotauro como su alter ego y recreó un viejo mito en un mito nuevo, contemporáneo, de modo que la Suite Vollard y La Minotauromaquia pueden «leerse» como un diario artístico de los complejos avatares de su vida durante la década de los treinta –»la peor época de mi vida», llegó a decir el propio el artista‒. Como anotó Brassaï, «a Picasso le gustaba el Minotauro por su lado humano, demasiado humano».
Las 15 estampas dedicadas al Minotauro en la Suite Vollard se pueden dividir en cuatro grupos. En el primero de ellos, el Minotauro disfruta y bebe en el taller del escultor junto con el artista y sus modelos. A estas escenas báquicas siguen otras más violentas, en las que Picasso muestra la naturaleza animal del Minotauro. Finalmente, los grupos tercero y cuarto representan al Minotauro vencido; en uno de ellos, ese ser mitad hombre y mitad animal aparece moribundo; en el otro, ciego.
Durante los años treinta también los surrealistas tomarían como motivo iconográfico la figura del Minotauro. A Breton y a sus seguidores les fascinó la parte más animal e irracional de la ambigua figura mitológica, fácilmente interpretable en una cifra de la transgresión del orden establecido por la lógica. Y hasta tal punto que George Bataille y André Masson decidieron denominar Minotaure la publicación surrealista por antonomasia. Esta revista, de la que se llegaron a editar once números, se publicó entre 1933 y 1939, y su primera portada fue diseñada por Picasso, seguido después por otros como Man Ray, Dalí, Miró o Matisse.
Alegoría íntima de Picasso
La Minotauromaquia, pieza central de esta exposición y una de las estampas más célebres del siglo XX, fue elaborada por Picasso el 23 de febrero de 1935 en el taller de Roger Lacourière en París. La imagen presenta varias acciones simultáneas en un mismo espacio. Como figuras principales, una niña que porta una vela encendida y un ramo de flores y, en abierto contraste con ella, la enorme figura del Minotauro. Completan el cuadro una mujer vestida de torero con los senos descubiertos sobre una yegua herida; detrás de la joven, un hombre barbudo que huye por una escalera, y, finalmente, dos mujeres que contemplan la escena desde una ventana en la que se han posado dos palomas.
A lo largo del tiempo se han hecho diferentes interpretaciones de esta estampa. Como comenta Juan Carrete en su ensayo sobre esta obra, escrito con ocasión de esta exposición, la obra representaría una alegoría íntima de Picasso: «La Minotauromaquia se nos presenta como síntesis final de toda una serie de obras. Es un grabado que condensa todo el universo que Picasso ha desarrollado hasta entonces, complicando el significado de cada elemento hasta crear una composición casi críptica, que desafía todos los análisis iconográficos» y que se considera un antecedente del Guernica.
El minotauro en su laberinto
Según Las Metamorfosis de Ovidio, el Minotauro era un ser mitad hombre, mitad toro nacido de la unión bestial entre Pasifae, mujer del rey Minos, y un toro. Minos encerró a la bestia en un laberinto, construido por Dédalo. Desde la Antigüedad clásica, este ser mitológico y el laberinto se han convertido en arquetipos de los que se han nutrido las artes plásticas y la literatura a lo largo de los siglos, generando múltiples interpretaciones y puestas al día.
El tema del laberinto ha sido tratado en la literatura del siglo XX por autores como André Gide (Thésée, 1946), Michael Ayrton (The Maze Maker, 1967), Umberto Eco (Il nome della rosa, 1980) o Friedrich Dürrenmatt (Minotaurus. Eine Ballade, 1985). En el ámbito hispanoamericano, el mito clásico del Minotauro aparece en la obra de dos de sus más relevantes figuras: Jorge Luis Borges, escritor de laberintos por excelencia, que lo trata en su relato La casa de Asterión (1949), incluido en El Aleph; y Julio Cortázar –autor de una novela laberíntica, Rayuela, cuyo cincuentenario se celebra este año–, que hace en Los Reyes (también, como el cuento de Borges, de 1949) una reinterpretación propia en la que el Minotauro le dice a Teseo: «sólo vuelvo a la doble condición cuando me miras». Picasso, por su parte, había hecho lo mismo en sus estampas de la Suite Vollard y en La Minotauromaquia, tema de la presente exposición.