La Sala Valentín Palencia de la Catedral de Santa María de Burgos acoge este Miró último, que incluye 14 pinturas y 16 esculturas. Cuando cierre sus puertas, en enero de 2014, se exhibirá en tres museos estadounidenses: el Seattle Art Museum, el Nasher Museum of Art at Duke University y el Denver Art Museum.
El espectador tiene la oportunidad de conocer, gracias a la exposición, un período artístico muy poco conocido de la obra del artista catalán, el comprendido en las décadas de los sesenta y setenta. «Se trata de una reflexión sobre el Miró que llevaba la pintura a un «grado cero» al mismo tiempo que observaba con atención el asalto a la esfera pública y los sucesos históricos que tenían lugar durante aquellas décadas dentro y fuera de España», comenta Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía.
La exposición cuenta, además, con la proyección del cortometraje Miró l’altre, dirigido en 1969 por Pere Portabella a raíz de la exposición homónima organizada por el Colegio de Arquitectos de Barcelona. En sus cristales exteriores, Miró había pintado un amplio mural que él mismo destruyó poco después.
Horizontes creativos
En la década de los sesenta, Miró había atravesado un periodo de escasa actividad pictórica. En esos años asistió a dos retrospectivas de su obra: una en 1959, organizada por el Museum of Modern Art de Nueva York, y otra, en 1962, por el Musée National d’Art Moderne en París.
Esos repasos a su carrera, unidos a la compilación de gran parte de su obra que realizó en 1956 en su casa-taller de Son Abrines (Mallorca), le sirvieron para enfrentarse físicamente a todo lo que había creado y visualizar nuevos horizontes creativos.
El vacío pictórico
Así, Miró alcanzó una nueva etapa en su carrera artística, obtenida gracias a la introspección y depuración de todo su universo plástico anterior. La simplificación de sus herramientas estilísticas dio paso a la mayor significación del conjunto. Se atrevió con formatos de gran tamaño y enriqueció su lenguaje visual explorando nuevos fondos y soportes.
El vacío pictórico cobró fuerza repentinamente, dando paso más adelante a una pintura más arriesgada, llena de acción y compromiso. Miró decidió abrir espacios en sus lienzos, impregnándolos de toques fluidos y enérgicos. La simbología de lo humano y lo cósmico estaban presentes en sus nuevas creaciones.
A la hora de dar forma a sus nuevas esculturas, retomó dos estilos que había practicado en los años veinte y treinta: el collage y el assemblage de objetos. Cualquier cosa que se encontrara en su colección podía servir para dar forma a nuevas formas escultóricas.