Nippon-Koku se mueve en torno a la idea de sociedad y autoridad para poner en duda al individuo: qué es, dónde está y la naturaleza de su comportamiento dentro del juego social del que, queriendo o sin querer, es absolutamente cómplice.
Se trata de la primera colaboración entre la Compañía Nacional de Danza y La Veronal, una compañía formada por artistas procedentes de la danza, el cine, la literatura y la fotografía. La finalidad de su equipo artístico reside directamente en una constante búsqueda de nuevos soportes expresivos y referencias culturales, como el cine, la literatura, la música y la fotografía, principalmente, que apuestan por un fuerte lenguaje narrativo con la intención de formar espacios artísticos globales.
El objetivo de La Veronal desde hace años es el de crear un decálogo donde cada pieza se sitúa o toma como punto de partida un país o ciudad del mundo, creando una analogía entre danza y geografía. Con estas piezas no pretenden construir obras documentales que describan el país de forma directa, sino que se sirven de los elementos que el topónimo proporciona para llevar a cabo el desarrollo de una idea, de un argumento.
Fuera de juego
El espectador tiene que imaginar un grupo de altos mandos de algún ejército en un lugar extraño, supuestamente poderosos, pero sin nadie a quien dirigirse o mandar, ni soldados, ni civiles, ni rehenes, ni siervos. Aislados de cualquier idea de civilización, estos dirigentes anónimos están fuera de juego, fuera de la idea de batalla. Todo resulta ahora inútil porque la supuesta guerra, que nunca llega a verse, debería ser la acción más real y directa, mientras que aquí, en esta isla flotante de militares desactivados, la acción es tan irreal como una alucinación que acontece en un estado constante de escepticismo.
La figura emblemática de Yukio Mishima, y su estrecha relación con las ideas de fascismo y belleza, ayudan a entender que tal vez no exista mucha diferencia entre el espectador y ese grupo bélico imaginariamente neutralizado. Tal vez todos los individuos esperan inquietos en un último mundo como en un último cuartel abandonado: entrenándose en todo momento para un siguiente paso que ansían pero que los aterroriza. Siendo ellos mismos, sin saberlo, responsables del devenir de los acontecimientos.