París, siglo XVIII. Gabriel de Beaumont, un famoso actor, es invitado por un marqués famoso por sus aficiones extravagantes a visitarlo en su palacio. Allí recibirá el encargo de interpretar una obra teatral sobre la muerte de Sócrates escrita por el propio marqués. Pronto comprobará que todo es una trampa de éste para someterlo a un cruel experimento sobre realidad y representación en relación con el tema de la muerte.
Mario Gas, encargado de más de cincuenta producciones teatrales, dirige esta pieza del valenciano Rodolf Sirera (Premio Nacional de Teatro en 1997) versionada por José María Rodríguez Méndez. Los actores Miguel Ángel Solá y Daniel Freire sostienen sobre sus hombros el peso de la obra, un juego de engaños lleno de trampas y crueldad.
Desde su primera representación en 1978, El veneno del teatro ha sido traducida y estrenada en ocho países. Ahora llega al Teatro Liceo de Salamanca un solo día, el 15 de febrero, para presentar en una sencilla puesta en escena este enfrentamiento en el que nunca llega a resolverse el conflicto actor-personaje.
Debate sobre el escenario
El texto de Rodolf Sirera demuestra su actualidad al recuperar un debate que sigue vivo entre teóricos de la interpretación. La pieza se hace eco de las dos corrientes contrarias que en los siglos XVIII y XIX dividieron a los teóricos del teatro. Por una parte había quien defendía la importancia de que el actor se identificara con el personaje, hasta el punto de que mezclara sus sentimientos personales con los de aquél al que interpretaba. Términos como la declamación o la técnica implicaban la falsedad en la actuación y por tanto hacían imposible conectar con el espectador. Por otro lado, Diderot y sus seguidores hablaban de la necesidad de separar el estado emocional del artista de los personajes. Según explica el ilustrado en La paradoja del comediante, de no ser así, la obra variaría dependiendo del estado anímico del actor. Éste debería ser siempre consciente de que “él no es el personaje, y el personaje no es él”.